martes, 16 de febrero de 2010

Nuestras cosas son nuestras. La Jerusalén judía y única.

Nuestras cosas son nuestras. La Jerusalén judía y única.

Jerusalén como propiedad del pueblo judío
Parte de la humanidad (estarán los obstinados de siempre) ya entendió que la propiedad privada debe existir y es un derecho natural que así lo sea. Los objetos personales son, como lo indica su misma denominación, propios de la persona; ella los posee y los utiliza para su beneficio. Y como existe la propiedad privada de las personas, también hay cosas que pertenecen al pueblo. Como es el caso del suelo israelí. Lo importante aquí es subrayar el valor de la propiedad ya sea por apego, pertenencia, utilidad, o como medio productivo.
Ahora bien, abordando el tema de las pertenencias, con respecto al pueblo judío hay cosas que innegablemente le pertenecen. Jerusalén es uno de los temas que está fuera de discusión.

Referencia histórica desde la creación del Estado de Israel
Jerusalén fue fundada por el Rey David y establecida ciudad capital de su reino, pero no vamos a retrotraer tanto la historia, sino más bien tomaremos en consideración a Jerusalén desde el Siglo XX e.c. El Plan de Partición de Palestina auspiciado por la ONU en 1947 recomendaba dejar que Jerusalén quedara bajo control internacional. Los países árabes no respetaron nada en absoluto del Plan, y lanzaron una guerra de exterminio contra Israel en 1948, un día después de declarada la independencia del flamante Estado Judío. A esa altura Jerusalén ya estaba sitiada por los agresores, y la defensa judía resistía con lo poco que tenía pero con enorme corazón. No es necesario abordar el tema desde una perspectiva romántica para entender que Jerusalén despierta en el pueblo judío un amor incondicional.
Israel ganó la guerra de la independencia contra los ejércitos invasores, y uno de los resultados de la contienda fue que Jerusalén quedó dividida. La parte occidental bajo control judío y establecida como capital; la parte oriental (y la Ciudad Vieja incluida) en manos de Jordania. El Kotel Hamaravi (Muro Occidental, conocido como Muro de los Lamentos), lugar sagrado para el judaísmo, quedó de lado jordano. Una aberrante ofensa contra el judaísmo fue lanzada por parte de las autoridades árabes, al utilizar al sacro lugar como basurero, y restringir el acceso de judíos para que rezaran. Lograron con semejante actitud deshonrosa una humillación a los judíos, la que mantuvieron hasta 1967. Ese año, luego de triunfar en la Guerra de los Seís Días, Israel conquistó la parte oriental de la ciudad. Jerusalén quedaba como capital unida del Estado de Israel.
En 1980 la Knesset aprobó la Ley de Jerusalén, que declara a la ciudad como capital entera y unificada del Estado de Israel. Desde entonces, volvemos a afirmar con contundencia que Jerusalén es la capital eterna e indivisible del pueblo judío.

Jerusalén indivisible

Una exigencia de la Autoridad Palestina en las negociaciones con Israel para establecer su estado, es pedir Jerusalén como capital. Este es un clamor que lo extiende a lo largo y ancho del Medio Oriente buscando apoyo, pero no tiene sustento. Los dirigentes palestinos como Mahmoud Abbas se basan en falsedades históricas o eufemismos para destruir la historia judía en Jerusalén, borrar de la mente de todos los vínculos sagrados judíos con la ciudad, y establecerla como una capital árabe que nada tiene que ver con los judíos.
Se habla de dividir Jerusalén, quedando la parte occidental como capital israelí y la parte oriental como capital palestina. Idea que encuentra apoyo incluso en sectores de Israel. Pero está claro que los palestinos no son claros en si reclaman “solamente” una parte de la ciudad, cuando en repetidas ocasiones lanzan consignas a su gente para “recuperarla entera”.
Ahora vamos a ver las razones por las cuales Israel, en las negociaciones con los palestinos, no debe dividir Jerusalén. Hay motivos históricos, políticos y estratégicos que deben ser tenidos en cuenta.
No hay que dividir Jerusalén por historia. Fue el pueblo judío quien la fundó, fue el pueblo judío quien la construyó, y representa lo más sagrado de su tradición. Es claro que Jerusalén es del pueblo judío. Más simple lo expresa Gustavo Perednik al decir directamente “Jerusalén es el pueblo judío”. No solo es historia viva al ser hoy la ciudad capital de Israel, sino que en ella está la esencia del recorrido del judaísmo a lo largo de los miles de años que ha logrado perdurar.
La historia enseña que enemigos del pueblo judío ya han tratado de borrar la conexión judía con Israel y más específicamente con Jerusalén. El emperador romano Adriano cambió el nombre de Eretz Israel por Palestina, refiriéndose con esa denominación a los filisteos, enemigos de los judíos, como los auténticos originarios de la tierra. El nombre de Jerusalén fue sustituido por Aelia Capitolina, en otro intento por desjudaizar lo que era puramente judío, y pasó de ser el centro del monoteísmo a ser residencia de altares paganos. Los líderes árabes repetidamente han intentado imitar estas actitudes y mentir descaradamente para erosionar rastros judíos y reclamarla como ciudad propia. Incluso Hosni Mubarak, presidente de Egipto, un país que tiene paz con Israel, advirtió al gobierno israelí para no “judaizar Jerusalén”. ¿Judaizar algo que es tan indiscutiblemente judío? Paradojas a las que conducen los círculos de mentiras fomentados por los detractores judíos.
En definitiva, Jerusalén es piedra angular en la historia y cultura judías, genera el mayor de los sentimientos de pertenencia del pueblo judío, que ni siquiera tras cientos de años de exilio dejó de añorar el regreso a sus tierras. Y luego de volver y establecerla como su capital única, es deber mantenerla unificada para así conservar unificada su identidad de manera sólida y no desprenderse de lo que es un patrimonio histórico incomparable.
Existen también, como se dijo, motivos políticos para no dividir la ciudad. Podemos apoyarnos en expresiones de políticos de prestigio y renombre. Como dijo Shimon Peres durante su presidencia del Estado de Israel al ser preguntado sobre el tema, “Jerusalén siempre ha sido y va a ser nuestra capital indivisible”. Por su lado, Winston Churchill afirmó “Debes dejar que los judíos se queden con Jerusalén; fueron ellos quienes la hicieron famosa”. La población judía en Jerusalén siempre ha sido mayoritaria en estos últimos siglos, superando a musulmanes, cristianos, y demás grupos étnicos o religiosos. El municipio con soberanía israelí favorece a la administración, organización y economía de la ciudad.
Israel no debe permitir que países u organizaciones quieran restringir sus derechos sobre su mismísima capital. Barrios judíos no deben ser desmantelados para cumplir exigencias injustificadas, dejando conflictos sociales insolucionables a corto y mediano plazo, a gente sin hogar y complicando el panorama con traslados poblacionales multitudinarios de propios ciudadanos con derechos. No hay que promover violaciones a la propiedad privada de los israelíes. ¿Acaso un país debe ceder y perder soberanía sobre su propia tierra por pedidos absolutamente maximalistas de quienes han sido sus principales agresores? Ni un control internacional ni dos entidades distintas y diferentes gobernando mitades parecen una solución viable. Democracia y autoritarismo chocan contra barreras insuperables. Un Estado democrático que garantiza la seguridad de sus ciudadanos resulta incompatible con una entidad famosa por su récord en terrorismo.
Jerusalén es la imagen que Israel entrega al mundo entero, y frente a sus detractores, debe afianzar su dominio inalienable en su propio territorio. Los lugares sagrados judíos que se encuentran en Jerusalén deben estar (bajo todo punto de vista de manera conveniente) dentro de territorio soberano israelí. Los palestinos que controlan en Jerusalén los lugares sagrados del Islam cometen atrocidades históricas y crímenes arqueológicos destruyendo los restos de los templos judíos, pasando borrador a vestigios de las vivencias y edificaciones judías de antaño, y no permitiendo a los investigadores judíos y del mundo realizar excavaciones para rescatar las invalorables reliquias que han caído en las garras de malvados usurpadores y negadores. Y esto no es nuevo si se presta atención a sucesos del pasado, como cuando los musulmanes construyeron la Explanada de las Mezquitas sobre el Monte del Templo, el lugar más sagrado del judaísmo. Si Israel quiere ser un Estado que mantenga viva la memoria del pueblo judío, que aspire a afianzar sus vínculos con Eretz Israel para nunca más ser expulsados los judíos, no puede permitir que hagan la “sucia limpieza” en sus monumentos.
Vamos a ver por último las razones estratégicas. Si el estado palestino es establecido con Jerusalén oriental como capital, entonces el peligro estaría a pocos metros de la Jerusalén israelí. La línea divisoria sería una frontera muy fácil de violar para los promotores y hacedores del terrorismo judeofóbico. Los enemigos estarían demasiado cerca, a la vuelta de la esquina. Los terroristas palestinos controlarían una zona que deja a su merced a población judía para cometer sus atentados, pudiendo instalar sofisticado armamento en posiciones de privilegio para lograr sus aspiraciones genocidas.
Cuando Jerusalén estuvo bajo dominio árabe, no invirtieron nada de dinero en ella. Era una ciudad más, en la cual se juntaba basura ante la mirada desinteresada de los dirigentes. O directamente ni la miraban. Luego, cuando comenzó el regreso judío, nació el Estado de Israel y la producción judía aumentó en un nivel impresionante, los árabes por razones estratégicas empezaron a interesarse en Jerusalén, reclamándola como propia, como una forma de quitar legitimidad al sionismo, tildándolo de invasor, usurpador y conquistador. Entonces es misión de Israel prevenir los planes árabes de desjudaizar Jerusalén. Si la ciudad es dividida, ahora sí los miles de millones de petrodólares van a apuntar sus cañones a Jerusalén, van a invertir lo que no invirtieron nunca para transformarla en una ciudad completamente desjudaizada, netamente árabe, vociferando lo que Julián Schvindlerman llama “piratería histórica” refiriéndose al robo árabe de la historia judía. Y así, tendrán lista la plataforma para pegar el gran salto, colgándose el mentiroso (pero lamentablemente legitimado por la comunidad internacional) cartel de auténticos dueños de la tierra, para reclamar la otra mitad. Para quedarse con la Jerusalén completa. Los dirigentes palestinos no terminan de aclarar lo que quieren; Abbas pide “un estado palestino con Jerusalén como su capital”, y varias veces se olvida de explicar si se refiere a la parte oriental, o a toda la ciudad.
Fuentes de la ONG Ir Amín opinan que la ciudad, teniendo en cuenta parámetros poblacionales, ya está dividida en centros árabes y centros judíos. No se percata a primera vista en qué sentido tendría esto que influenciar a la auténtica soberanía que tiene el Estado independiente de Israel sobre su territorio. En Nueva York puede existir un barrio chino pero no por eso los Estados Unidos transferirán allí soberanía a China. Si es más común que judíos vivan entre judíos y árabes entre árabes que mezclados, porque por razones culturales, de identidad e ideales lo han decidido así, no debe llevar a un Estado soberano a plantearse entregar una parte fundamental de su suelo a una Autoridad Palestina en la cual las negociaciones del pasado le han demostrado que no se puede confiar.

La capital eterna
“Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías” (137, 5-7).
Israel y todo el pueblo judío no deben olvidar y dejar a un lado un patrimonio histórico, cuna cultural, su mismísima esencia, una de sus más arraigadas y tradicionales pertenencias. Costó cientos de años volver a recuperarla, y ahora que se la tiene, ya no se debe volver a separar de ella. ¿Cómo dejar ir, cómo soltar, lo que costó tanto volver a agarrar? La añoranza que pedía el regreso, se transformó en un feliz retorno. Las plegarias fueron escuchadas. El pueblo judío volvió a casa, y su histórica ciudad es la ilustre capital de un Estado ejemplar. Nuestras cosas son nuestras. Jerusalén es judía y única. Jerusalén es la capital eterna e indivisible del pueblo judío.

Ezequiel Eiben
11-2-2010

lunes, 1 de febrero de 2010

El monoteísmo ético, un aporte judío a la humanidad

El monoteísmo ético, un aporte judío a la humanidad

El monoteísmo, la creencia en un solo D-os
“Shemá Israel, Adonai Eloeinu, Adonai Ejad”. Escucha, oh Israel, Adonai es nuestro D-os, Adonai es Único. Esta oración es una base con el contenido principal de la creencia religiosa judía: un D-os Único, Uno solo. Está escrita en la Torá, en Devarim (Deuteronomio) y forma parte también de la liturgia judía. Es una expresión que el pueblo judío ha recitado en todas las partes del mundo en las que se ha encontrado, y que lo ha mantenido unido en su fe y creencia monoteísta, y llevado a cumplir con la ley judía, con las mitzvot, los preceptos.
El monoteísmo ha sido, indudablemente, un rasgo característico del pueblo judío a lo largo de su milenaria historia. En la antigüedad le costó persecuciones y matanzas, de parte de paganos o de quienes solo creían en el poder terrenal del hombre; mas luego la humanidad comprendió la idea de un solo D-os, y millones de personas, desde diferentes creencias, abrazaron este concepto, consagrado luego de la religión judía especialmente en las religiones que de ella se desprendieron: el cristianismo y el Islam.
Ahora, cabe agregar que el monoteísmo judío no fue el único monoteísmo que existió en los años antiguos. En Egipto, Amenofis IV (también conocido como Ajnatón) estableció, como lo menciona André Néher, un “momento de monoteísmo: instante pasajero, puesto que el sucesor inmediato… Tut Ank-Amón… devuelve a su sitio las reglas convencionales, y restablece, en toda su rígida fijación, el culto a Amón…”. Por más que no duró mucho, el culto establecido por Ajnatón debe contarse entre los monoteísmos. En el llamado Himno a Ajnatón, hay una línea que dice “Oh, Dios único después de ti no hay nada”. Hay otros ejemplos que el ensayista Alejandro Oliveros rescata y los denomina “monoteísmos paganos”, refiriéndose a ciertos casos, en los que en la mayoría la única divinidad era el sol. Incluso los incas llegaron a establecer la creencia en el sol.
Entonces, si hubo otros monoteísmos en la antigüedad, ¿cuál es la particularidad del monoteísmo judío y por qué trascendió tanto? Aparte de que es un monoteísmo que perduró en el pueblo en vez de ser meramente transitorio, y perteneciente de manera fuertemente arraigada a un pueblo que sobrevivió cuando los demás se fueron extinguiendo, es un monoteismo ético. Esta última es una virtud sobresaliente y determinante del pueblo judío.

El monoteísmo ético, una creencia profundamente moral
El monoteísmo ético implica una serie de cuestiones trascendentales además de creer en un solo Di-s: se desprenden principios morales y normas éticas que organizan un modo de vivir y ver la vida. Es la creencia en un solo D-os y la realización terrenal de esa ley e inspiración divina, traduciendo en actos y pensamientos las enseñanzas que obtenemos de D-os, el cumplimiento de los preceptos como personas y como pueblo.
El pueblo judío como Pueblo Elegido por D-os, es el encargado de la aplicación y transmisión de esta moral, y cuenta con las fuentes sagradas para guiar sus pasos por el camino de la redención. Es en base a estos pensamientos, estas filosofías, reflexiones, a la fe, que el mundo judío va a focalizar las visiones de un mundo de libertad y justicia. Libertad, gracias a la cual los individuos somos precisamente personas libres, con posibilidad de elegir. Hacemos y no hacemos por nuestra propia voluntad, disfrutamos de nuestros logros, asumimos nuestros errores, somos responsables. La libertad y la responsabilidad podemos verlas remarcadas en dos fechas importantes dentro del judaísmo: Pesaj y el Yom Kippur.
Aprendemos de Pesaj que fuimos esclavos, sometidos bajo el yugo del faraón. Fuimos liberados por el brazo extendido de D-os, pasamos de ser un pueblo oprimido a ser una nación libre rigiéndose por sus propias normas bajo la soberanía de los propios gobernantes. Y en lo respectivo a Yom Kippur, somos perdonados por nuestros pecados cometidos a lo largo del año, y vale hacer aquí una observación: como lo explica el rabino Sergio Bergman, en el judaísmo con el correr de los años se pasa de la doctrina del “día de la expiación” a la doctrina del “día del perdón”, con lo cual nuestras acciones erradas no son completamente borradas como si nunca hubieran existido, sino que asumimos nuestra equivocación, meditamos en ella y somos perdonados, siendo responsables por lo que hicimos.
La justicia es otro componente fundamental del monoteísmo ético. “Justicia, justicia perseguirás” está escrito en Devarim (16:20). “Una de las Mitzvot que se exige de cada judío, es juzgar al prójimo “hacia el lado positivo de la balanza” cuando se lo encuentra en un estado en el que se puede confiar o sospechar (Pirkei Avot 1:6)” explica el rabino Daniel Oppenheimer. La justicia como aspiración máxima de realización de un mundo mejor, el dar y recibir lo que corresponde, el juzgar con ojo crítico por medio de parámetros correctos y no tendenciosos escondiendo malos propósitos, es lo que podemos hallar en nuestras fuentes. Y que, continuando por la senda del judaísmo reflejo de rectitud, los pensadores judíos modernos saben interpretar e implementar en esta época de la historia en la que vivimos. Tomamos en este punto, unas líneas de Gustavo Perednik, que escribe que la justicia es “…la primera de todas las leyes que, de acuerdo con el judaísmo, la humanidad (y no exclusivamente los judíos) está obligada a cumplir. Esta obligación puede ser considerada como el máximo mandamiento judaico. En el escueto lenguaje talmúdico se denomina "dinín" y comprende la administración de la justicia, la creación de tribunales, el imperio de la ley o, en términos más modernos, el estado de derecho. El estado de derecho, que es la base real de la democracia, se enraíza en el judaísmo. Ese estado implica no solamente el legítimo gobierno de la mayoría sino, lo que es fundamental, los derechos de las minorías gobernadas”. Justicia perseguiremos, para todos, para las personas, para que vivamos en un mundo justo, de cumplimiento de la ley, de respeto por los sujetos. Por eso entendemos al monoteísmo ético como un aporte judío a la humanidad; ante la obligación de toda la humanidad de ser una correcta administradora de justicia, el judaísmo provee las bases, siembra los ideales que van a permitir una óptima aplicación de esa justicia.

El pacto judío
Este pacto entre el pueblo judío y D-os, que estamos profundizando a través del monoteísmo ético, es deliciosamente descripto por Marcos Aguinis en su discurso “El orgullo de ser judío”: “…sacraliza la vida, los derechos y las obligaciones de cada persona, que compromete el cuidado del planeta, de los animales y un respeto sin precedentes por el distinto, por el extranjero…El monoteísmo ético incluía la hermandad de la raza humana. Todos provenimos de una pareja mítica, Adan y Eva. Y como si no fuera suficiente, hubo un diluvio y después se consolidó el origen común a partir de otro padre de todos: Noé”.
El escritor Eduardo Galeano, que en reiteradas ocasiones expresa ideas antijudías, opina: “En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: “Honrarás a la naturaleza de la que formas parte”. Pero no se le ocurrió”.
Frente a tantos temas que comprende el monoteísmo ético, abordados con suma profundidad y no escatimando ante las complejidades del mundo, para responder a Galeano vale simplemente volver a citar el discurso magnífico de Aguinis: “Otro elemento notable del monoteísmo ético, que aún no fue reconocido debidamente, es el compromiso con la ecología. El hecho de dejar descansar la tierra y respetar a los animales merece admiración. En el Tanaj existen abundantes versículos de inspirada poesía sobre árboles, frutos, flores, plantas, valles y colinas, que se aman y elogian. Theodor Herzl, antes de morir, creó el Keren Kayemet. Su misión, además de comprar tierras para permitir un legal crecimiento del Ishuv, fue plantar árboles y fertilizar la tierra”. Lo cual nos da una vista panorámica acerca del amor judío, antes y ahora, por la naturaleza. El cuidado y la preocupación en conservar el medio ambiente se refleja ya sea en el Tanaj o en los emprendimientos del sionismo, fiel muestra del compromiso judío infaltable en la consecución de los objetivos con el entorno natural que lo rodea.
Concluímos entonces con este repaso sobre el monoteísmo ético, afirmándolo como aporte judío del cual creyentes y no creyentes se pueden valer para construir un mundo libre y justo, en el cual los más altos valores se vean encarnados en las más nobles virtudes, la ley regule nuestra convivencia, y nuestras vivencias sean provechosas. Y de parte de un creyente en D-os, con el convencimiento de que obrando acorde a sus principios, la vida humana será más fresca, satisfactoria y productiva, con libertades y responsabilidades que nos permiten aprovechar y nos piden cuidar los regalos que tenemos.

Ezequiel Eiben
30-1-2010