viernes, 12 de septiembre de 2014

La épica del liberalismo

La épica del liberalismo
Ezequiel Eiben
23/8/2014


El liberalismo es demostradamente, y por mucho, el sistema político más eficiente de todos. Sirve en cualquier lado donde se lo prueba consistentemente y en la medida en que se lo aplica. Podemos citar muchísimas estadísticas y largar una catarata de datos para apoyar estas afirmaciones. Podemos mostrar gráficos y análisis que nos van a dar la razón una y otra vez. La libertad funciona, y es lo mejor para el ser humano. Sin embargo, hoy no estoy aquí para hablar de números en economía, ni trazar paralelismos en derecho comparado. No se malinterprete lo que voy a exponer a continuación como un desprecio a lo anteriormente mencionado. Aquello lo considero necesario, y le doy su lugar de importancia en la tarea de difundir los principios liberales. Pero no es lo único que considero necesario. Hay otras cosas que también son indispensables en aras de promover las ideas de la Libertad. En una batalla, abrir un frente no es excluyente de mantener abierto otro.
Hoy vengo a hablarles de algo que considero imperioso hacer: generar la épica del liberalismo. Darle al liberalismo el sentido de heroicidad que le corresponde.
La gente está malacostumbrada a formar filas sin chistar detrás de un líder carismático indiscutible cuyos designios son deber a cumplir. Así se forman las dictaduras: años de adoctrinamiento generan una masa acrítica, donde no se diferencian individuos con ideas propias sino que todo es un colectivo sin distinción que repite irreflexivamente consignas impuestas. Por encima del conglomerado, se encumbra al líder que encarna las voluntades y deseos del pueblo; un hombre legal y políticamente privilegiado que dirige a la gente a donde sea que le antoje, haciendo pasar su arbitrariedad por un plan iluminado para el bienestar general.
El liberalismo, en cambio, ofrece algo distinto. El exacto opuesto a lo dictatorial. No propone esclavizar a las personas poniéndoles un uniforme que no eligieron para luchar por una causa que no es de ellas. No propone reducir a un ser humano al status de una bestia salvaje. El liberalismo propone Libertad.
Las ideas de la Libertad hacen posible el florecimiento del individuo. Cada persona es potencialmente un héroe que puede realizar cosas grandiosas guiándose por su juicio crítico y sus habilidades. La Libertad es el marco propicio para el desarrollo personal, la independencia de criterio y el pensamiento sin ataduras. El liberalismo no impone una figura política que gobierna como un tirano al cual hay que adorar sin quejarse, en una falsa construcción de magnanimidad, más propia de un relato demagógico que de la realidad. En el liberalismo, cada persona es la soberana de sus propios intereses y gustos, y es libre de perseguir sus metas. Cada individuo puede ser un héroe cotidiano que vaya construyendo su vida, ganándose sus éxitos mediante su propio esfuerzo, y levantándose de sus derrotas mediante su propia determinación y perseverancia para buscar llegar más alto.
¿Pueden imaginarse una sociedad llena de héroes? Colmada de personas que defiendan lo que tienen bien ganado, y que colaboren en la defensa de lo que tienen los demás; individuos siempre dispuestos a enfrentarse al mal allí donde este surja. Una sociedad repleta de hombres libres, racionales, fuertes, honorables, que tengan al Bien como norte y a la Justicia como principio rector de sus relaciones. Una sociedad que respete el individualismo para que cada uno pueda efectuar sus propias iniciativas, y que permita el compañerismo cuando hombres libres quieran asociarse tras un objetivo en común.
La Libertad es un canto a lo mejor que tenemos. Es una oda a los más altos valores, los que pueden ser conseguidos en el contexto de paz y respeto que ella brinda.
Vale la pena luchar por la Libertad. Vale la pena luchar por lo que queremos, defender lo que tenemos, y buscar la grandeza. La gloria de la vida depende de cada uno de nosotros. Cada persona puede llegar a la gloria, ese lugar de realización personal y logro extraordinario. Las hazañas grandiosas, las epopeyas memorables, son posibles en este mundo. No son mera cuestión de cuentos fantásticos. La realidad lo permite. Pero para ello, nos exige un esfuerzo. Nuestra parte es conquistar la Libertad, usar nuestra razón y generar las condiciones para que el camino a la grandeza sea posible.
Luchar por ser libres es librar la batalla más digna que se puede dar, en el nombre de la causa más digna que se puede ostentar. Hay un héroe en cada uno de nosotros que puede surgir y prosperar. Nuestra lucha no es por esclavizar mentes, ni someter cuerpos, ni dirigir vidas, ni gastar patrimonios ajenos. Es una propuesta de liberación de la opresión estatista, de independencia ante las ataduras del colectivismo. Cada mente tiene un pensamiento que generar, cada corazón un latido que dar. Outro, música de M83, dice en su letra: “Enfrentando tempestades de polvo, lucharé hasta el final”. Tomando un mensaje así, haciendo de  la perseverancia una constante, allanaremos el camino a la Libertad.
Esta es la épica del liberalismo. Ideas de Libertad portadas por hombres independientes, que buscan vivir y dejar vivir. La épica de ser libres, y levantar las banderas de la Justicia frente a la esclavitud y la criminalidad.
Queremos ser libres. Queremos ser los héroes de nuestro propio camino, los dueños de nuestra propia vida. Es posible. Luchemos por ello. Vamos por la Libertad. 

Discurso presentado el 29/8/2014 en el Festival de Ideas LibreMente, en el Hotel Amerian, en Córdoba. El evento se realizó en conmemoración del natalicio de los pensadores liberales John Locke y Juan Bautista Alberdi. Fue organizado por Fundación Ayn Rand y Centro de Estudios Libre, dentro del marco de JAL (Jóvenes Argentinos Liberales), con el apoyo de la Fundación Friedrich Naumann. 

Derechos y Responsabilidad

Derechos y Responsabilidad
Ezequiel Eiben
12/8/2014


El hombre, como cada cosa en el universo, tiene su naturaleza específica. De la comprensión de su naturaleza como ser individual, racional y único, se deriva el saber de que es un sujeto con derechos inalienables: derecho a la Vida como el primordial, del cual se desprenden en una sucesión lógica el resto; derecho a la Libertad, y el derecho de Propiedad.
Una teoría de Derechos Individuales que los defina y los consagre es imprescindible por tres razones principales, de carácter metafísico, ético, y social. Estas se encuentran entrelazadas pero para los motivos didácticos de la presente exposición resulta aconsejable su tratamiento por separado, a los fines de una cabal comprensión de los conceptos en forma específica.
La primera razón, de tipo metafísica, consiste en el reconocimiento del hombre y su naturaleza. El hombre es hombre, no una bestia; y debe vivir como hombre, no como bestia. Su individualidad le permite elegir de acuerdo a su criterio personal y decidir su propio camino ante la gama de alternativas que se le presentan. Es su juicio crítico la guía que determina sus acciones y el faro que ilumina el horizonte.
La segunda razón, de orden ético, refiere a que los derechos son principios morales que delinean el marco de actuación legítima de los hombres cuando están en sociedad. Definen el círculo de acción dentro del cual la persona se mueve a gusto y piacere en búsqueda de su propia felicidad y alcanzando sus objetivos fijados.
La tercera razón, de índole social, apunta concretamente a las relaciones humanas, es decir, la manera en que los hombres tratan los unos con los otros. Los derechos permiten fijar las reglas de juego en los vínculos sociales, y establecen límites de actuación y posibilidades de ampliación o disminución, según se decida, de los márgenes vinculares.
En el presente escrito me voy a concentrar en este último punto, la razón social que le otorga el adjetivo de imprescindible a la elaboración y aplicación de una teoría de derechos individuales. Reconocer los derechos del hombre viviendo en sociedad es vital para la coexistencia (la existencia y desarrollo de personas en un ambiente de respeto mutuo), puntapié inicial que lleva al posterior estadio de convivencia (entrelazamiento de personas que se relacionan y comercian entre sí para la consecución de intereses y satisfacción de necesidades).
Los derechos individuales, como soportes que permiten y posibilitan la convivencia humana en sociedad, poseen a su vez un fundamento moral primordial. Funcionan como auténticas protecciones de la persona frente a sus semejantes. Al encontrarse claros los contornos del campo de acción de cada persona, se pueden evitar las malas prácticas que perjudican a otros y se inmiscuyen en su ambiente transgrediendo los limitantes impuestos por los derechos. En una sociedad donde los derechos son respetados, las relaciones son morales y aceptables. Las personas se relacionan entre sí a través del consentimiento recíproco y para mutuo beneficio. En una sociedad donde los derechos son violados, las relaciones son inmorales e inaceptables. Hay personas que se imponen por la fuerza sobre otras, y no hay respeto de o pedido por el consentimiento de todos los involucrados en el vínculo de que se trate. En la primera especie de sociedad, hay igualdad ante la ley y tratamiento de hombres como hombres. En la segunda, hay desigualdad ante la ley y algunos hombres (amos) maltratan a otros (esclavos), viviendo estos últimos como animales sin derechos.
La observancia de los derechos de los hombres otorga un motivo adicional para desearla, y es que permite la eficiencia económica en la sociedad. Cada sujeto conoce mejor que nadie sus propios intereses, y está en mejores condiciones que el resto, para saber sus propios gustos individuales y escoger sus fines. Las personas actuando libremente en el mercado siguiendo sus señales, y creando e intercambiando sin restricciones indebidas, lograrán un mejor aprovechamiento de la producción, de acuerdo a sus oportunidades y disponibilidades; muy superior al que se daría si un grupo de privilegiados concentrando poder político decidiera manipular recursos y administrarlos a su antojo sin respetar las visiones de sus legítimos dueños, destruyendo las señales del mercado y elevando trabas a la circulación de capitales. Por ende es mejor que la persona administre sus propios recursos e intercambie sus productos en el mercado libre, antes que amos ignorantes bajo el pretexto falso de conocimiento superior dilapiden lo hecho por esclavos. Ahora bien, debe tenerse presente que esta eficiencia es un complemento y no el fundamento primero del reconocimiento a los derechos, que como ya se explicó en las líneas previas, es específicamente moral. Vale decir, aunque existiera en las imaginaciones un remoto caso en que se creyera lograr verdadera eficiencia en la sociedad por medios inmorales, este supuesto basado en un motivo secundario debería ceder frente a la consideración del principio moral fundamental que no debe ser contradicho.         
Los derechos individuales tienen profundo sentido cuando el hombre se encuentra en sociedad. La función de delimitación en el área de actuación de su titular, y de limitación a la actuación de los otros en cuanto a la abstinencia de violarlos, hacen de los derechos un concepto fundamental para la convivencia pacífica y la prosperidad de la comunidad que los respeta. Ahora bien, resulta menester concentrar la atención en el correlato infranqueable que el principio de los derechos implica. Así como existen derechos, existe la relación necesaria de estos con el concepto de la Responsabilidad Individual.
La Ley de Identidad permite reconocer a los derechos individuales: A es A; el hombre es el hombre; su naturaleza específica es de tal manera que le otorga derechos para actuar y la capacidad de reconocer los mismos derechos en otros. De similar forma, la Ley de Causa y Efecto permite reconocer a la responsabilidad: toda causa va a producir un efecto; el hombre que actúa produce consecuencias; la naturaleza del mundo no es un cúmulo de fenómenos incausados, sino que a los resultados se llega por un hecho previo.
Llevando las abstracciones al plano social, el principio de marras explica que el hombre debe hacerse cargo de sus actos. Así como es el único dueño de sí mismo para actuar conforme a sus derechos, es el responsable exclusivo de las consecuencias que genera. Si el obrar causal le pertenece, los efectos pesan y recaen sobre él; conducta y resultado son siempre capítulos de un mismo libro escrito por un mismo autor.
La responsabilidad individual de cada hombre tiene dos proyecciones (siendo ambas reflejos en la superficie del mismo principio de fondo): cuando se actúa dentro de la esfera de los propios derechos, y cuando se extralimita la actuación. Respecto de la primera proyección, conlleva el reconocimiento de que unos hechos se han producido por el obrar de la persona de manera legítima; es decir, refiere a un derecho de autor. Quien ejecutó un plan y produjo determinada consecuencia, es responsable y tiene un derecho sobre ella. El causante es autor y dueño del efecto. Esta cara de la responsabilidad genera para el resto una obligación negativa: abstenerse de interferir mediante la fuerza o el engaño en el resultado producido por el causante. Este último es el autor, y quien dispone sobre la obra. Los demás tienen derecho a participar en ella en la medida en que el causante lo permita, o en el nivel en que el resultado escape de sus manos y beneficie a otros sin perjudicarlo indebidamente y sin que la obtención del beneficio por estos sea indebida mediante violación de derechos pertenecientes al primero. Corresponde, al efecto de asegurarle al autor el dominio de su obra, consagrarle un derecho de propiedad. La segunda proyección, en cambio, subraya que un hecho aconteció porque la persona lo originó mediante actuación ilegítima; apunta por ende a lo opuesto a un derecho: la denuncia de una violación de derechos, encaminada por una atribución de culpabilidad. Quien desempeñó un papel violatorio de derechos, es culpable por la violación y por las consecuencias disvaliosas que esta produzca y le sean imputables por nexo causal. El causante es culpable del efecto dañino producido. Esta otra cara de la responsabilidad genera para la víctima del hecho el derecho al reparo (resarcimiento, reconstitución del estado anterior de las cosas, recomposición, reconstrucción) y el derecho a indemnización (crédito para que además de que le sea reparado el daño, obtenga un beneficio adicional por la negatividad disvaliosa que la violación de derechos trajo aparejada en sus diferentes manifestaciones: pérdida de tiempo, de probable capital, de oportunidades). Respecto del autor del hecho, se generan las correlativas obligaciones de reparar el daño e indemnizar por la negatividad disvaliosa adicional provocada. Deberá responder en la medida en que haya dañado a otro y haya provocado perjuicios inseparables del daño primario. Corresponde, consecuentemente, consagrarle a la víctima su derecho a reclamar y obtener reparación e indemnización, y aplicar sobre el victimario una sanción proporcional a lo causado.
Haciendo una analogía musical, percibimos que para tocar correctamente una batería y que suene de manera óptima se necesitan dos baquetas operadas por el mismo baterista; pues bien, derechos y responsabilidad son las dos baquetas necesarias a implementar por el mismo músico, el hombre que actúa como hombre, si queremos que la percusión suene armónica, es decir, que la sociedad funcione moral y eficazmente.
La teoría de derechos individuales formulada en completitud, que contenga en sus postulados a los derechos y responsabilidades y su inseparabilidad, servirá como sostén frente a quienes atacan la naturaleza humana desde dos frentes, que a simple vista pueden parecer opuestos, pero que en rigor comparten en el fondo la negación de que el hombre es lo que es.
Así encontramos, en primer lugar, a aquellos que defienden una supuesta “liberación del hombre”, haciendo de la práctica de reconocer y acumular falsos derechos sustentados en verdaderos caprichos un vicio consuetudinario, y quitándole todo peso a la noción de responsabilidad que el ejercicio serio y consciente de un derecho debe llevar. A estos solo les interesa generar derechos irracionales, discordantes con la naturaleza humana, ergo inexistentes, y eliminar de la ecuación la asunción de cargos por el proceder ilegítimo. La responsabilidad queda desvirtuada en su primera acepción cuando violan el derecho del causante al goce de los efectos, y emplean una redistribución de riquezas mediante la cual no-causantes que no asumen la carga de vivir por sí mismos son mantenidos a costa de causantes. A su vez, la responsabilidad queda eliminada en su segunda acepción cuando se alega que el hombre no es culpable de sus actos porque es una mera víctima del contexto, el cual se sobrepone a toda consideración de libre albedrío. La contradicción inherente a las posturas agrupadas en este frente es el reconocimiento del “derecho” a violar otro derecho, de la “libertad” para esclavizar. Promover la irresponsabilidad del hombre, que no deba hacerse cargo de lo que hace mal, y que deba mantener a otros, es desconocer la ley de causa y efecto y desvirtuar su naturaleza de ser racional y consciente de lo que hace, con capacidad moral para juzgar, decidir, y asumir costos. 
En segundo lugar, aparecen los partidarios del sometimiento expreso del hombre. Estos le desconocen sus derechos, pero lo atragantan con responsabilidades. La tergiversación de la naturaleza humana consiste en eliminar el concepto de derecho, destruyendo los principios morales racionales que permiten la civilización y la paz, y encumbrar el anti-concepto de deber, cimentando el principio inmoral irracional del dominio por la fuerza y el ejercicio de poder represivo ilegítimo. El interés de los aquí situados es reducir al hombre del estatus de ser racional y libre al de ser irreflexivo y esclavizado; que la persona, sin discutir, actúe mediante órdenes dadas por autoridades no desafiadas más allá de su comprensión, en vez de actuar por el camino que mejor estime de acuerdo al pensamiento independiente que su libertad le permite. La noción de derechos queda doblemente desvirtuada, en tanto no son reconocidos respecto de los esclavos, y son confundidos con privilegios de los amos. La contradicción inherente a tales axiomas es que los hombres empleados como bestias sacrificables cumplen sus deberes, mientras que una cúpula de beneficiarios de sacrificios, encargados de determinar los deberes, gozan de facto de derechos (que en verdad son privilegios) que se encargan de negar, y no cumplen con deberes que se encargan de crear. Propulsar la ausencia de derechos individuales, la imposibilidad de descubrir racionalmente principios morales de actuación acorde a su naturaleza humana, y dividir a los hombres arbitrariamente en amos y esclavos, es rebelarse contra la ley de identidad, que les otorga su naturaleza racional para que traten entre sí en términos correctos, y establece que cada cosa es idéntica a sí misma, censurando la formación de un sistema de castas racista o supremacista.
Para finalizar, se reafirma la crucial importancia de contar con una teoría de derechos individuales sólida, afincada en las elementales leyes de la metafísica y la lógica, sostenida en una ética racional y principista respetuosa de la naturaleza humana, que permita el desarrollo individual y la convivencia pacífica en la sociedad. Y se reitera lo trascendente que resulta hacer hincapié en la inescindible unión de los derechos con la responsabilidad individual del hombre, quien en base a este concepto tiene autoría sobre lo que su obra genera disfrutando de los beneficios obtenidos por acción legítima, y responde por consecuencias disvaliosas reparando los daños ocasionados por acción ilegítima. Oponiéndose a los negadores de la realidad y la naturaleza humana de una u otra variante, y sosteniendo con coherencia y consistencia un sistema de derechos y responsabilidades, se puede lograr una sociedad libre y abierta donde el hombre viva como hombre, y los principios morales sean su guía, protección y garantía.