EL HOMBRE COMO TAL
El hombre como tal, entendido su concepto con su dignidad inherente, no puede estar sujeto al cumplimiento de todas sus necesidades básicas por parte del Estado. Esto implica que, siendo los hombres diferentes en sus gustos, habilidades, estilos de vida y aspiraciones, no haya un concepto fijo sobre necesidades básicas específicas para cada uno (el concepto general puede hablar de alimentación, educación, salud y vivienda, por ejemplo, pero eso varía de hombre en hombre). Por lo tanto, el relleno de las necesidades básicas de la generalidad de los hombres, partiría de una decisión arbitraria por parte del gobernante del Estado, que determinaría en base a una noción general (dada la imposibilidad de contemplar cada caso concreto de los hombres), lo que los ciudadanos necesitan tener sí o sí, para ser hombres como tales, con respeto de su dignidad. Es decir, el hombre con dignidad en base al cumplimiento de necesidades básicas, es un concepto demasiado amplio que deja un gran espacio para las decisiones arbitrarias del gobierno en cuanto a su delimitación y campo de acción e intromisión. Con respecto de los hombres, también se generaría el contexto de arbitrariedad en cuanto a sus reclamos al ente estatal encargado de la satisfacción de necesidades: alguien podría reclamar como una necesidad que debe ser cubierta, sino el Estado no lo estaría concibiendo como hombre con dignidad inherente, hasta los puntos más mínimos que hacen a su existencia, comodidad y confortabilidad, y exitosamente incluir esa necesidad particular dentro del concepto general de necesidades. Es decir, dentro de la obligación estatal de alimentación, reclamar una mejor alimentación en cuanto a calidad, o bien una mayor cantidad de la misma; dentro de la obligación de la vivienda, una mejor casa, por ejemplo con dos pisos y más habitaciones, porque su familia se engrandece y la casa ya le queda chica. Por otra parte, y en consecuencia, el reclamo de un hombre por mejoras, llevaría al despertar de los demás hombres y también al reclamo de estos por mejoras, y así cada uno reclamaría mejoras distintas, de acuerdo a sus propios pareceres, y no solo que el Estado perdería su concepto general de necesidades porque se iría deformando paulatinamente con la variedad de pedidos de personas diferentes, sino que tendría que abarcar cada vez más los aspectos de la vida de la persona, participar y entrometerse más, dar más cosas, y la forma de hacerlo sería cobrar más impuestos a los contribuyentes para cubrir las nuevas necesidades o la profundidad de las viejas de los que empezaron el reclamo por las mejoras. No todos los hombres necesitan lo mismo, ni se puede determinar desde el Estado lo que cada uno necesita. Solo el propio hombre sabe lo que necesita y lo que lo hace feliz. Por lo tanto es injusto que se le cobren más impuestos a los hombres para que el Estado pueda asistir a los reclamos de los demás, que no verían la necesidad de trabajar para conseguir el sustento de vida, sino simplemente reclamar al Estado y que este regale lo que le piden, pues su deber sería cubrir las necesidades básicas, sino no tendría en consideración a sus ciudadanos como seres con dignidad.
El hombre es hombre independientemente de sus necesidades, y del estado de sus necesidades: cubiertas o no cubiertas. Lo justo sería que el Estado permita al hombre la construcción de su propio camino a la felicidad, a la satisfacción de sus propias y únicas necesidades, y sobre todo, que se instalase en la sociedad la cultura del trabajo (para que el hombre produzca y se autosustente) y no la cultura del regalo (asistencialismo total y cada vez mayor por parte de un Estado que hace optar por la opción del reclamo y no por el trabajo). Por lo tanto, el Estado no debe conceptualizar al hombre como tal solo cuando sus necesidades están cubiertas, en base a un criterio arbitrario. El Estado debe ser el asegurador de oportunidades para que el hombre, que reconoce sus propias necesidades y aspiraciones, cubra lo que desee. El Estado tiene la misión de asegurar la libertad del hombre. La libertad es el derecho fundamental del hombre, y a partir del cual, identificando sus propios gustos y deseos, construirá su camino a la felicidad y autosustentabilidad (lo que le permitirá vivir con dignidad, y depender de sí mismo, no de regalos estatales que se pagan con los impuestos de los demás, quienes ven coartada su libertad debiendo contribuir exageradamente para cumplir necesidades ajenas, y que ante la noción del reemplazo del trabajo por el reclamo, se genera un círculo vicioso destinado a perpetrar la situación y ensancharla cada vez más). Es así que el Estado no debe andar cubriendo ese tipo de necesidades para mantener el status de dignidad de sus ciudadanos, sino que debe considerar la dignidad del ciudadano y asegurar su libertad, para que éste sea el que libremente identifique lo que quiere y vaya en su búsqueda. Así la dignidad no se sujeta a la arbitrariedad del gobernante, sino al respeto del derecho fundamental de todos los ciudadanos y su correlativo derecho a elegir lo que quieren y trabajar por ello. Correlato necesario del derecho a la libertad es el derecho a la propiedad privada del ciudadano, empezando por ser el propietario de su propio cuerpo, y por lo tanto elegiendo su modo de obrar; y siguiendo por ser el propietario de los frutos de su trabajo, de lo que adquiere, consigue y mantiene, para así generar el marco de autosustentabilidad que le permitirá desarrollar una vida libre. El derecho a la propiedad con base en el derecho a la libertad, le permiten al hombre elegir, desarrollarse y depender de sí mismo, y forjar su vida en armonía con sus gustos y pertenencias.
Ezequiel Eiben
24-1-2010
domingo, 1 de mayo de 2011
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