martes, 28 de diciembre de 2010

Las Sombras

Las Sombras

La ciudad entera se quedó a oscuras. Ningún negocio quedó abierto, ningún peatón en la calle. Todo se sumió en la espesa negrura de la oscuridad impenetrable. Yo era el único osado que se atrevía a recorrer esas calles.
Desde hacía un año los habitantes vivían en el miedo. Desde que los apagones empezaron y llegaron las sombras tenebrosas, nadie se atrevía a enfrentar a las Sombras.
Esas figuras negras llegaban luego de la caída del sol, con el comienzo de la oscuridad. Proferían gritos de aquí para allá espantando al que estuviese cerca. Y es así que la pobre gente vivía desde hacía un año, cuando este fenómeno inexplicable comenzó. Y mi nadie me ayudaba. Repito, yo era el único valiente que quería enfrentar a las Sombras.
Aquella noche estaba completamente decidido. Llevaría a cabo mi misión, costara lo que costara. Lucharía contra las Sombras, aunque estuviese solo. Descubriría qué eran y como se las eliminaba. Por eso con la ciudad a oscuras me metí por los intrincados callejones del negro laberinto. Encontré un lugar seguro, desde donde podría planear mi ataque.
Mi respiración entrecortada sufrió un sobresalto cuando los aullidos escalofriantes comenzaron a escucharse. Ese griterío infernal de las Sombras era capaz de acobardar a cualquiera. Pero esa noche yo no sería un cualquiera.
Agudicé la mirada mas nada podía verse a distancia pues las figuras negras absorbían toda la luz y sepultaban al mundo en la negrura. Debería guiarme solo por los ruidos. Esperé tratando de que mi cuerpo tiritando y mis dientes castañeteando no fueran lo suficientemente ruidosos como para llamar la atención y revelar mi presencia.
Cuando escuché que se dirigían ami escondite, respiré hondo. Era el último momento que tenía para tomar coraje y salir al ataque. Comencé a experimentar la vorágine en mi interior. Los incontrolables deseos de hacer justicia por mis ciudadanos que vivían con temor, los impulsos imparables de querer luchar para terminar con el reinado de las Sombras.
Ya estaba. Era el momento. Proferí un sonoro grito de guerra y salí de mi escondite, más decidido que nunca a completar mi misión. Encendí las linternas que cargaba a todo su potencial, y apunté a las Sombras. Las primeras retrocedieron gritando. Por un momento pensé que mi táctica era exitosa, pero me llevé una desagradable sorpresa. La luz solo las afectó un instante y rapidamente en formación de urdimbre se aproximaron hacia mi, me atravesaron, luego me envolvieron. En un remolino negro fui llevado lejos de la ciudad, a un espacio oscuro que desconocía.
Estuve allí largo tiempo, escuchando los gritos terroríficos de las sombras. Tanto tiempo estuve, que aprendí su lenguaje. Y finalmente comprendí el fenómeno de las Sombras y sus gritos.
Las Sombras eran nada más y nada menos que nosotros, los habitantes de la ciudad, convertidos en nuestros peores miedos. Las negras figuras representaban las pesadillas, los temores, que por demasiados años dejamos que fuesen escalando en nosotros. Los miedos nos fueron comiendo, las inseguridades se fueron apoderando de nuestro ser, hasta materializarse en un ataque de nuestras propias Sombras. El espacio negro donde yo estaba era la mismísima conciencia de la ciudad. Allí habitaban las Sombras, nosotros mismos transformados en figuras oscuras que representaban nuestros propios miedos.
Allí en la conciencia de la ciudad, presencié el miedo de la ciudad. Lejos del progreso y de la alegría, se había sumido en ese negro panorama, en ese desagradable rincón del mundo que había olvidado el significado de la felicidad. El miedo de los ciudadanos envenenó a la ciudad y la convertimos en el lugar horroroso que era.
Luego de escuchar a todas las Sombras, fui liberado. Ellas solas me soltaron. Y comprendí, una vez que volví a la ciudad que conocía, que ahora mi misión era el doble de difícil. Ya había descubierto cuales eran nuestros miedos. Ahora tenía que convencer a los demás de enfrentarlos.

Ezequiel Eiben
27-5-2009

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