viernes, 9 de diciembre de 2011

Políticos palestinos que dicen la verdad

Políticos palestinos que dicen la verdad

Ezequiel Eiben

03/12/2011
7 Kislev 5772


Hay políticos palestinos que dicen la verdad. Que más allá de los circos montados alrededor de las mentiras, calumnias e injurias antiisraelíes, se desenmascaran y ofrecen al público (dependiendo de la audiencia, es como manipularán el mensaje) su verdadero rostro.
Para conocer la verdad, no hace falta escuchar a ningún apologista occidental del terrorismo, ni a los decadentes intelectuales judeofóbicos, ni tampoco a los cleptómanos de la historia o a los altruistas descabellados amantes del suicidio.
Simplemente, en estos casos lo que hace falta es escuchar a los propios representantes palestinos, de manera lisa y llana, sin interpretaciones o deformaciones que intenten acomodar sus dichos. Los mismos protagonistas de las declaraciones arrojan luz sobre las verdaderas intenciones de los gobernantes.
Un ejemplo clarificador en este asunto es el de Adli Sadeq, embajador de la Autoridad Palestina en India. A continuación, palabras suyas:
“(Los israelíes) tienen un error común, o un concepto erróneo por el cual se engañan a sí mismos, dando por hecho que Fatah los acepta y reconoce el derecho de su Estado (Israel) a existir, y de que es solamente Hamas el que los odia y no reconoce el derecho de este Estado a existir. Ellos ignoran el hecho de que este Estado, basado en una fabricada empresa (sionista), nunca tuvo una pizca de derecho a existir… Hamas, Fatah y los demás no están haciendo ahora una guerra contra Israel por razones referidas a equilibrio de poder. No hay dos Palestinos en desacuerdo sobre el hecho de que Israel existe, y el reconocimiento de ello es decir con otras palabras lo obvio, pero el reconocimiento de su derecho a existir es otra cosa, diferente del reconocimiento de su existencia física” (1).
La verdadera visión de Fatah respecto de Israel, está esbozada allí. Simple y concreta; no se requiere darle muchas vueltas al asunto. Israel nunca tuvo ni una pizca de derecho a existir.
¿Qué diría uno de esos paupérrimos intelectuales que busca adaptar la realidad a la ideología en vez de la ideología a la realidad? Es fácil suponerlo, cuando ya hemos visto hasta el hartazgo las engañifas a las que recurren para darles a los mensajes los significados que ellos desean que tengan, por encima del sentido que el propio autor de las palabras les propició. Un defensor de los trogloditas asesinos diría: “En verdad, eso es una declaración hecha solamente por oportunidad y conveniencia ante una audiencia que necesita que le digan lo que ella quiere escuchar. Estas no son las verdaderas intenciones de los líderes palestinos. Ellos realmente desean hacer la paz con Israel, solo que no lo pueden decir porque sino serían destituidos o el pueblo les quitaría su apoyo. Sería como traicionar a su pueblo. Fatah mantiene grandes diferencias con Hamas, y en el pasado Arafat ya reconoció a Israel. Es Israel el que no entiende el tremendo esfuerzo que hacen los palestinos para la paz. Es Israel el culpable de que los procesos de paz no avancen”.
Pues bien, si nos detenemos a analizar el arquetipo de la manifestación políticamente correcta del que cree ser una persona netamente comprometida con la paz aunque eso implique la desaparición forzosa de Israel, se pueden rescatar varios puntos que demuestran la ridiculez de la postura, el mermado entendimiento, y las equívocas técnicas de interpretación.
Lo que se insinúa de semejante mamarracho, en consonancia con la tradicional línea de pensamiento antiisraelí, es lo siguiente:
El mote de “declaraciones hechas por oportunidad y conveniencia” queda relegado a las declaraciones de guerra; cuando una declaración habla (y ya sabemos que recurriendo a la mentira) sobre la paz, automáticamente se toma como verdadera y se pone fuera de todo cuestionamiento acerca de la veracidad, legitimidad e intencionalidad subyacente. Porque los gobernantes palestinos son personas bondadosas; lo demás son deslices o pequeñas mentiritas piadosas.
La “audiencia que necesita que le digan lo que quiere escuchar” no solo se limita al público palestino; un embajador en India también debe manejarse en esos términos (no vaya a ser que los hindúes no puedan vivir tranquilos y den vueltas en la cama a la noche porque Fatah avisará que reconoce el derecho a la existencia de Israel de manera inequívoca). De hecho, en todo el Medio Oriente los representantes diplomáticos palestinos deben mantener la farsa de que odian a Israel cuando realmente lo aman, porque sino se desataría una guerra sin precedentes, y todo por culpa de los sionistas. Como los sionistas son la mayor amenaza a la paz mundial, y los conflictos entre los propios islámicos, islamistas, árabes, persas y turcos son su culpa, y el destino incierto de las revueltas árabes demasiado temprano llamadas “primaveras” son obviamente culpa de Israel, esta mentirita en miniatura que esconde el verdadero amor de los palestinos hacia los sionistas debe ser mantenida. Por su parte, el público occidental no debe considerarse como ese tipo de audiencia que nada más necesita que los líderes árabes le digan lo que quiere escuchar; cuando los árabes hablan en inglés, a los de este lado del mundo nos dicen la verdad en serio. El occidental puede distinguir la sinceridad en la voz de Arafat hablando de ramos de olivos, y su paternalismo le hace comprensible y soportable que a un pobre palestino haya que mentirle y manipularle el conocimiento subordinando sus ansias de verdad a un plan de conveniencia política mayor de los tiranos expertos en opresión.

Ahora bien, uno se pregunta: si en verdad los líderes palestinos fueran destituidos en caso de revelar sus auténticos planes, ¿cuál es entonces la legitimidad en su cargo como exponentes de la visión del pueblo palestino? Si los gobernantes llegaran a ser desplazados en caso de ser sinceros con los gobernados, y por lo tanto deben recurrir a la mentira y la falsificación ¿cuál es su representatividad como funcionarios públicos? ¿Es de preferencia el político que miente para conservar su posición y subordina los intereses de los gobernados a su propio plan? Suena a que los apologistas de estos tiranos manejan conceptos de paz, democracia y representación en base a la arbitrariedad. Lo peor de todo esto es que la evidencia demuestra que la verdad es el discurso palestino dirigido a los árabes, y no a los occidentales: la verdad es que los gobernantes palestinos quieren destruir a Israel, en vez de querer hacer la paz con él.
Las diferencias que mantenga Fatah con Hamas, pueden dejarse momentáneamente de lado para cumplir el objetivo máximo de destruir a Israel. Los líderes prefieren firmar acuerdos y unificar representaciones para embestir al enemigo sionista, y recién luego dirimir cuestiones internas. Su naturaleza bestial los lleva a matarse entre ellos como ya ocurrió, y a planear el derrumbamiento del otro; pero un pacto de mutuo acuerdo que perjudique a Israel, es siempre opción viable contra el enemigo sionista aunque dentro de casa no todo se haya limpiado.
Las diferencias en las naturalezas de los reconocimientos a Israel (como Estado, como Estado Judío, o simplemente como realidad de hecho sin derecho) han sido explotadas por los gobernantes palestinos para convencer a unos cuantos con supuestas intenciones de paz, y poder llevar a cabo con mayor margen de operaciones (cuando se trata de obnubilar y engañar al enemigo) el verdadero propósito que es el plan por fases para destruir a Israel enunciado hace ya largo tiempo por Arafat. Después de todo, la victimización palestina, las deformaciones históricas, las putrefacciones políticas y la cooperación de los idiotas útiles funcionales a los fines oprobiosos de los dictadores, harán quedar siempre a Israel como el malo de la película. En definitiva, muchos pueden decir una cosa, muchos pueden decir otra, y al final la culpa siempre la tienen los sionistas.

Más allá de cualquier entretejido estafador y de las artimañas a las que recurren los negadores de la realidad y aborrecedores de la verdad, los que realmente se preocupan por la existencia de Israel en óptimas condiciones de seguridad, tienen en cuenta el mensaje constantemente difundido como el pronunciado por el embajador palestino en India: tanto Fatah como Hamas son una banda de criminales deseosa de exterminio contra judíos.

No hay que dejar que estos malvados terroristas cumplan su cometido.

Fuentes:
(1) PA official: "[Israel] never had any shred of a right to exist" - Itamar Marcus y Nan Jacques Zilberdik
http://www.palwatch.org/main.aspx?fi=157&doc_id=5905

“Exigimos ya la aplicación de la ley también en las escuelas y universidades privadas”

“Exigimos ya la aplicación de la ley también en las escuelas y universidades privadas”

Detrás de las palabras que componen esta pequeña, y a la simple vista de muchos, justa frase, que tomamos a modo de ejemplo como un típico reclamo ciudadano o parlamentario para regular cuestiones privadas, se esconden cuestiones que son menester analizar.
No ahondaremos la exposición en el aspecto jurídico de una ley, sino que nos limitaremos a un análisis desde el punto de vista filosófico y moral respecto de la exigencia de su sanción y aplicación.
“Exigimos ya” normalmente refiere exclusivamente al interés del sector que pretende la aplicación de la ley, sin considerar o bien directamente pasando por encima el interés de quienes serán los principales receptores de dicha legislación: aquellos a quienes las regulaciones están destinadas y que deberán obrar en consecuencia de lo dispuesto. En el caso de nuestro ejemplo, las reguladas por el Estado serían las escuelas y universidades privadas.
“La aplicación de la ley”, que en nuestro ejemplo refiere a la supervisión estatal de un emprendimiento privado, refiere a la coacción estatal para hacer cumplir sus disposiciones y al castigo en caso de desobediencia. La manera de hacer cumplir una ley que por definición es obligatoria (y que regula aspectos privados o íntimos afectando la libertad) a un sector determinado es a través de la fuerza. Se cumple con la ley, sino se recibe una sanción: esta puede variar desde multas hasta la clausura del establecimiento, dependiendo la gravedad de la falta.
Es decir, la exigencia de que una ley reguladora de diversos aspectos de una actividad como la educación privada se haga manifiesta y efectiva equivale en líneas generales a abrir las puertas al intervencionismo estatal en actividades privadas. Se puede visualizar que el Estado interviene en negocios, contratos o proyectos de particulares como un entrometido intentando poner orden de acuerdo a su arbitrariedad, cuando en rigor el ente público (en caso que existiera) debería sustraer su actuación de interferencias indebidas y limitar su accionar a la protección de los derechos de los individuos. Si se sancionaran leyes, estas deberían ser objetivas, garantizando derechos individuales, en vez de violándolos.
Aquellos que reclaman por aplicaciones de leyes coactivas sobre espacios y aspectos privados ¿acaso no perciben realmente lo que están pidiendo? ¿No se dan cuenta que están cercenando la libertad de mercado, y arrojándose en manos de papá Estado que impartirá las órdenes? De más está decir que varios estatistas son plenamente concientes de su posición favorable al aparato público omnipresente. No dejan lugar a lo voluntario; prefieren lo forzoso. Al resto que “no se da cuenta” de lo que están difundiendo, ¿no son suficientes ya los fracasos como para cambiar de postura?
Como decía Ludwig Von Mises: “El Estado es una institución humana, no un ser sobrehumano. Quien dice: debería haber una ley sobre este asunto, quiere decir: la fuerza armada del gobierno debería obligar a la gente a hacer lo que no quiere hacer. Quien dice: esta ley debería ser puesta en vigor, quiere decir: la policía debería obligar a la gente a cumplir esa ley. Quien dice: el Estado es Dios, deifica la armas y las cárceles” (*).
Aquellos obsesivos de las regulaciones y sedientos de la creación de leyes, aquellos desenfrenados sancionadores de legislación y ansiosos por seguir recopilando volúmenes normativos de imposición a los demás, son los que aprueban el intervencionismo estatal y el consecuente daño a la libertad individual.
Favorecen la caída de la ya de por sí precaria división existente en su cosmovisión entre la esfera pública y la privada, disminuyendo o extinguiendo la libertad y sentando los cimientos desde donde se edifica el Estado totalitario.
La propiedad debe ser privada, y a la propiedad privada se la debe respetar. De existir un Estado, el mismo debe cumplir los fines de garantía de la libertad y protección de la propiedad, en vez de ser el principal violador de la primera y saqueador de la segunda.
¿Se habrán preguntado los partidarios del intervencionismo estatal acerca de su moral, consistente en impedirles a las personas la posibilidad de tomar ellas mismas sus propias decisiones morales, comerciales y privadas de manera libre? En nuestro ejemplo sobre educación privada, pretenden que burócratas decidan caprichosamente con “iluminaciones” ideológicas, la educación que los padres deben otorgar a los hijos.
El “vive y deja vivir” no es algo a lo que están acostumbrados ustedes los intervencionistas; prefieren gobernar y dominar, regular la vida de los demás.
Deben cambiar de actitud. Intervencionistas, no se si querrán vivir; pero por lo menos dejen vivir a los demás. Ustedes consigo mismo hagan lo que quieran.

Ezequiel Eiben
24/11/2011

Fuente:

(*) Ludwig Von Mises, Gobierno Omnipotente, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002 (1944). Pág. 81.
La cita puede verse en: http://www.liberalismo.org/articulo/157/64/estado/minimo/