jueves, 23 de julio de 2015

Robespierre y Rousseau: conocer al alumno rastreando al maestro

Robespierre y Rousseau: conocer al alumno rastreando al maestro
Ezequiel Eiben
23/7/2015

Para entender el origen de la actuación de un hombre, hay que fijarse en el código ético que sostiene racionalmente o que místicamente profesa; aquellos principios (explícitos o implícitos en su mente) de los que se vale para ejecutar, guiar, explicar o justificar sus acciones.
El código ético puede adoptar -para organizar y escalonar sus valores- a distintas teorías morales. La teoría intrínseca es la que generalmente han abrazado los personajes más sanguinarios de la historia. Ayn Rand la explica de la siguiente manera:

“La teoría intrínseca sostiene que el bienestar es inherente a ciertas cosas o acciones como tales, sin tener en cuenta su contexto y sus consecuencias, sin tomar en consideración cualquier beneficio o lesión que puedan causar a los actores y sujetos involucrados. Es una teoría que divorcia el concepto del “bienestar” de los beneficiarios y el concepto de “valor” del evaluador y del propósito, afirmando que el bienestar es bueno en sí, por sí y a partir de sí mismo.
(…) La teoría intrínseca considera que el bienestar radica en alguna suerte de realidad independiente de la consciencia del hombre (…).
Si un hombre cree que el bienestar es intrínseco a ciertas acciones, no vacilará e forzar a otros a realizarlas. Si él cree que el beneficio humano o el agravio que es causado por tales acciones no es significativo, estimará que un mar de sangre carece de significación. Si él cree que los beneficiarios de tales acciones son irrelevantes (o intercambiables), considerará una matanza “masiva” como su deber moral al servicio de un bienestar “superior”. Es la teoría intrínseca de los valores la que produce a un Robespierre, un Lenin, un Stalin, o un Hitler (…)”[1].

La descripción de Rand sobre la teoría y sus portadores es extremadamente precisa, como comprobaremos a continuación. Notemos que la filósofa menciona entre los ejemplos de hombres famosos por sus detestables carnicerías humanas, a Maximilien Robespierre. Este fue un fanático líder de los jacobinos durante la Revolución Francesa, uno de los responsables de la etapa del Terror Rojo, caracterizada por ejecuciones y represión contra los que se creían conspiradores y también contra los que simplemente resultaban desagradables e indeseables a los ojos de su línea jacobina (porque la falta de pruebas firmes no era obstáculo para evitar la condena). Dijo Robespierre, el terrorista de la época:

“Si el principal instrumento del Gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en momentos de revolución deben ser a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa e inflexible; emana, por lo tanto, de la virtud; no es tanto un principio específico como una consecuencia del principio general de la democracia, aplicado a las necesidades más acuciantes de la patria”[2].     

Robespierre asocia al terror los conceptos de virtud, justicia y democracia; algo que suena paradójico, contradictorio, increíble. Por estas expresiones alcanzamos a divisar su código ético para entender sus acciones enaltecedoras de la guillotina y la matanza, inclusive contra inocentes. Utilicemos la descripción de Rand para encuadrar al revolucionario:

  • ·         Buscó el supuesto bienestar de su patria sin tener en cuenta –como obstáculo- las lesiones que causó a tanta gente reprimida.
  • ·         Como miembro del Comité de Salvación Pública  cargó contra individuos e instituciones para imponer lo que era según su visión la virtud, pisoteando las valoraciones de los demás, divorciando al valor del sujeto que valora.
  • ·         Forzó a otras personas mediante leyes redistribuidoras, confiscaciones, impuestos y supresiones educativas.
  • ·         Protagonizó un mar de sangre mediante ejecuciones a los “enemigos”.
  • ·         Consideró a las matanzas como acciones morales al servicio del interés superior de la patria.

Encaja a la perfección, ¿verdad? Pero no nos quedemos en sus acciones provenientes del código ético, ni en los valores que este establecía. Vamos más a fondo, a la procedencia del mismísimo código ético. ¿A quién leyó Robespierre? ¿En quién se basó para formar su jerarquía moral? El propio jacobino nos da las respuestas:

“Rousseau es el único hombre que, a través de la elevación de su alma y la grandeza de su carácter, se mostró digno del papel de maestro de la humanidad”[3].

Jean-Jacques Rousseau fue uno de los principales filósofos opositores a los valores de la Ilustración en marcha sobre Francia durante el siglo XVIII. Murió antes de que comenzara la Revolución Francesa, pero dicho acontecimiento estuvo influenciado sobre todo en determinado momento por sus escritos, los cuales cobraron gran relevancia, tal y como atestigua Robespierre. Explica el Profesor Stephen Hicks:

Al momento de su muerte [1778], los escritos de Rousseau eran bien conocidos en Francia, aunque no ejercían la influencia que tenían cuando Francia entró en su Revolución. Fueron los seguidores de Rousseau quienes prevalecieron en la Revolución Francesa, especialmente en su destructiva tercera fase [cuando los girondinos y jacobinos van acumulando mayor poder].
(…) Los líderes jacobinos eran, en forma explícita, discípulos de Rousseau.
(…) Bajo el control de los jacobinos, la Revolución se volvió más radical y más violenta. Ahora eran los voceros de la voluntad general (…) consideraron conveniente que muchos murieran[4]
.

Una de las obras más encumbradas por los seguidores de Rousseau fue El contrato social. Veamos algunos de los pronunciamientos del autor. Habla de una “religión civil” en el capítulo VIII del libro IV, por medio de la cual se obedece al soberano:

Existe, pues, una profesión de fe puramente civil, cuyos artículos deben ser fijados por el soberano no precisamente como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad sin los cuales no se puede ser buen ciudadano ni súbdito fiel. Sin poder obligar a nadie a creer en ellos, puede expulsar del Estado a quienquiera que no los admita o acepte; puede expulsarlo, no como impío, sino como insociable, como incapaz de amar sinceramente las leyes, la justicia, y de inmolar, en caso necesario, su vida en aras del deber. Si alguien después de haber reconocido públicamente estos dogmas, se conduce como si no los creyese, castíguesele con la muerte: ha cometido el mayor de los crímenes, ha mentido ante las leyes[5].  

Aunque el párrafo habla por sí mismo, agrego mis comentarios para fijar la idea del contenido. Rousseau era un autor que explícitamente renunciaba a la razón para seguir a los sentimientos y la fe; en este caso plantea someter a la población a una fe civil relacionada al soberano que rige la sociedad. El soberano promoverá la sociabilidad de los súbditos mediante sentimientos; las personas se someterán a las reglas del soberano en base a sentimientos. Si los artículos de fe del soberano no son aceptados, este hecho vale la expulsión del Estado: no hablamos de sentimientos menores, sino del amor, de amar a las leyes del soberano, y si no somos capaces de hacerlo, se justifica que nos echen porque fracasamos en la sociabilidad. Pero lo peor viene cuando luego de aceptar la fe civil, actuamos de manera que no lo reflejamos, sino que damos la imagen de no creer lo que previamente admitimos. Como si hubiésemos traicionado el credo que públicamente asumimos, proyectando una falsa credibilidad en nuestros sentimientos. En tal caso merecemos la muerte, pues no hay peor acción que haberle mentido al soberano y sus artículos. Actuar mediante otros sentimientos que no encuadran en el dogma civil, no solo es un crimen; es un crimen merecedor de la pena capital.
En el capítulo V del libro II encontramos otro pasaje de similar tenor, en referencia a que los ciudadanos no disponen de su propia vida, considerándose esta en una especie de relación de dependencia con el Estado:

(…) el ciudadano no es el juez del peligro a que la ley lo expone, y cuando el soberano le dice: “Es conveniente para el Estado que tú mueras”, debe morir, pues bajo esa condición ha vivido en seguridad hasta entonces, y su vida no es ya solamente un beneficio de la naturaleza, sino un don condicional del Estado”[6]

Los contratantes, al ingresar a este pacto, no tienen derecho absoluto e inalienable sobre su vida. Si viven al amparo del Estado, este tiene sus exigencias para con ellos, que incluyen la de entregar la vida. Recordemos que de ser necesario hay que inmolar la propia vida en aras del deber de la religión cívica. La vida es un don condicional del Estado, y si el soberano la reclama porque las circunstancias así lo exigen, hay que darla. No querremos quedar como antisociales.
Este material del autor francés es suficiente para que lo pongamos bajo la lupa objetivista de Rand respecto de la descripción citada, como hicimos con su aprendiz revolucionario.

  • ·         Al considerar que los hombres dejan su particularidad de lado para pasar a ser parte del todo, un todo que expresará una voluntad general por encima de las voluntades privadas indeseables, Rousseau hace a un costado la individualidad en beneficio de un bienestar general superior.
  • ·         La comunidad organizada en el Estado, que conforma una estructura colectiva superior, impone deberes y tiene la potestad de forzar a las personas a realizar ciertas acciones, incluida la de inmolarse.
  • ·         Las leyes emanadas del soberano como líder supremo al cual nos hemos entregado, tienen valor en sí como una religión, independientemente de nuestras valoraciones particulares, y si no compartimos los sentimientos que inspiran estos dictados, meremos expulsión, o la misma muerte si tras haber admitido las leyes no actuamos en consecuencia por tener sentimientos desviados.

Evidentemente, las acciones de Rousseau consistentes en escribir un libro como el citado, se afincaron en un código ético asimilable a los que produce la teoría intrínseca. Lo realizado por el alumno Robespierre no es casualidad, tenía dónde aprender; y lo escrito por el maestro Rousseau tampoco, tenía en qué basarse. Ambos, maestro y alumno, en sus acciones de redactar principios de derecho político o comandar revoluciones, reflejan la ética subyacente, y esta convierte a los resultados en esperables, derivaciones lógicas en la práctica de los postulados teóricos. Cuando una ética colectivista -que sacrifica a las partes por el todo y autoritariamente impone deberes en aras de un supuesto beneficio mayor independiente de los sojuzgados- arma campamento en la mente de los hombres, y se arraiga al nivel de los exponentes de marras, si estos se proponen escribir o hacer política, de su parte no puede esperarse otra cosa que un escrito oscuro o una política sanguinaria.          


[1] Rand, Ayn; Capitalismo: El ideal desconocido, Editorial Grito Sagrado, p. 28, 29.
[2] Citado en: Zizek, Slavoj; Robespierre. Virtud y terror, Ediciones Akal, p. 7
[3] Hicks, Stephen; Explicando el posmodernismo. La crisis del socialismo, Barbarroja Ediciones, p. 91
[4] Explicando…, p. 90, 91
[5] Rousseau, Juan Jacobo; El contrato social, Los libros del mirasol, p. 25
[6] El contrato…, p. 175

No hay comentarios:

Publicar un comentario