lunes, 10 de mayo de 2010

La visión herzliana

La visión herzliana

La visión herzliana se sustentaba en una fuerte creencia de que los judíos necesitaban un refugio. Poseía un contenido espectacular e inspirador para conseguirlo por medio del trabajo y la legitimación, y apuntaba a un fin justo a la vez que osado, utópico dirían algunos: crear un Estado Judío.
Siendo vocero y referente de todas aquellas almas judías que compartían su idea, se movió incesantemente por las kehilot y gobiernos europeos, haciendo gala de la extraordinaria capacidad de liderazgo y movilización de corazones con la cual estaba dotado, para plasmar en acciones políticas los objetivos del sionismo. El regreso a Sión, a Jerusalén, a Eretz Israel, se encontraba cada vez más cercano, aunque por ello el camino no era menos difícil.
Vivas disputas se mantenían y acaloradas discusiones se sucedían una tras otra en el marco de los Congresos Sionistas. Los diversos delegados de las múltiples facciones sionistas existentes abrazaban la idea del asentamiento judío en Eretz Israel cada uno a su manera, desde su punto de vista. Si bien a veces se lograba consenso en cuanto a objetivos y metodologías, no resultaba extraño que chocaran posturas diametralmente opuestas. Para fortuna de los judíos, el presidente de la Organización Sionista Mundial, el mismo Herzl, era la piedra angular que lograba conservar unificado el sionismo en un mismo proyecto y encausado en el trayecto paso a paso hacia la tierra ancestral.
Su estampa de líder natural amenazó con desmoronarse como un edificio dinamitado cuando fue duramente criticado en el Sexto Congreso Sionista. Una amplia oposición en los delegados presentes, especialmente los llegados de Rusia, lugar foco de la judeofobia existente a finales del S. XIX y principios del S. XX e.c., trituró el Plan Uganda presentado por él. Aunque la propuesta consistía en un refugio transitorio en territorio africano sin renunciar a llegar a Eretz Israel en el futuro, basándose en que había que actuar con urgencia ante los violentos estallidos de los pogroms, Herzl fue tildado de traidor, acusado de haberse alejado de la esencia del sionismo. Triste por la eufórica reacción en contra del plan (por más que al final la mayoría terminó votando a favor de una comisión examinadora de la posibilidad africana), pero sin quedarse abatido por la complicada realidad que atravesaba el sionismo en momentos decisivos que demarcarían con trazo pesado el porvenir, defendió la idea de Uganda, aclarando nuevamente que no renunciaba a Eretz Israel, firme en su convicción de que los judíos que venían siendo masacrados no podían esperar más. Esto es lo que quiso transmitir Herzl, sobre esto quiso concientizar a los demás.
La muerte tempranera a causa de enfermedad del gran visionario y creador del Sionismo Político, provocó un bajón general en el ambiente y representantes sionistas. Por más que se lo hubiera cuestionado en los últimos altercados, resultaba innegable que su presencia constituía el motor que ponía en funcionamiento al Movimiento Sionista. La pérdida del líder llevó a que se descartara definitivamente el Plan Uganda en el Séptimo Congreso Sionista, y que las prioridades se reorganizaran otra vez en torno a Eretz Israel. Una ausencia irremplazable en el sionismo, pero el Movimiento no debía menguar esfuerzos ni sentir que perdía el rumbo sino continuar con lo iniciado.
Herzl dejó un legado escrito y oral con su sello distintivo, demostró una voluntad inquebrantable con cimientos en sólidas creencias, y desplegó un liderazgo que elevó a los judíos a una estructura organizacional y situación política sin precedentes en la historia moderna. Su gloriosa visión puso en marcha lo que años después se constituiría en la independencia judía en Eretz Israel. Entre todos los destacados pioneros que colaboraron dando lo mejor de sí para que el Estado de Israel se haya creado, si hay alguien a quien debemos agradecerle por haberlos encaminado y guiado, ése es Herzl.

Ezequiel Eiben
23-4-2010

2 comentarios:

  1. Ezequiel, comparto totalmente tu visión de Theodor Herzl.

    Un saludo cordial.

    Juan Julio Alfaya

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