El amado
Estaba peleado con absolutamente todo en este mundo. Era una persona que parecía haber olvidado lo que era la felicidad; parecía haber perdido la capacidad para reírse. Se encontraba en lo que consideraba el punto más bajo de su existencia, un pozo del cual ya no podría salir. Resignado a la angustia y al dolor, pasaba tristemente sus días cuestionando el por qué de tan tremenda situación. Le echaba la culpa a la vida misma, traicionera por someterlo a semejante castigo, justo a él, que tanto la había querido en una época. Hasta estaba enojado con D´os, y ya no temía insultarlo. D´os también era el principal culpable de lo que le pasaba. D´os era quien le había quitado todo lo que alguna vez había tenido: su casa, la mujer que fue el amor de su vida, los familiares, todo. ¿Era posible que ese Ser Supremo observara las desgracias que les pasara a sus hijos y se limitara solo a eso, a observar, sin intervenir a favor de los desdichados? ¿Sin proporcionar un mínimo de ayuda por lo menos para recuperar la fe perdida?
Tan profundo era el desinterés que sentía esta persona, de nombre David, que uno de los pocos amigos que tenía lo había invitado a un viaje y no deseaba ir.
-No puedes rechazar esta oferta, ven conmigo –le suplicó su amigo Iosef-. Es un viaje a Israel, la oportunidad de nuestras vidas.
-No me interesa –respondió el desdichado-. Yo ya no tengo vida.
-Si dejas pasar el tren, te arrepentirás para siempre –le aseguró insistente su amigo.
Luego de semanas de ruegos por parte de Iosef para que formara parte de la aventura, David terminó aceptando; en parte porque no tenía nada que hacer, y en parte porque ya no había nada que perder. “Un viaje más, un viaje menos… en el cementerio siempre terminaremos” era el dicho negativo cabecera de la tristeza de David.
Iosef, por su lado, se entusiasmó por la aceptación de David a viajar. Consideraba eso como un signo positivo que indicaba que todavía podía recuperar a su amigo, que no todo estaba perdido y que el vacío existencial de su persona quedaría atrás una vez que visitaran la Tierra Prometida. Así es como comenzó a realizar todos los preparativos para el viaje con un panorama más alentador.
Sergio era un chico joven, lleno de vida, con mucha determinación para los proyectos que encaraba. Su espíritu positivo y alegre no se desanimaba fácilmente. Sergio estaba frente a un gran desafío: iba a dejar su casa por un año para irse a Israel en un plan, Shnat, con el cual iba a aprender muchísimo acerca del judaísmo y de Israel, e iba a conocer gente de todas partes del mundo.
El chico pertenecía a la Tnuá Hejalutz Lamerjav, todos los sábados daba peulá, y participaba de los encuentros que se realizaban a nivel nacional. Shnat le brindaría una capacitación valiosa que después aplicaría en su merkaz, volcando la enriquecedora experiencia obtenida.
-No aguanto más, ¡¡me quiero ir ya!! –Comentaba con sus amigos, quienes lo acompañarían en la travesía-.
-¡Mira lo que es esto, David, por favor! –Dijo Iosef palmeándolo cariñosamente- ¡Lo hicimos, estamos en Israel!
Los dos amigos llegaron a Israel, cada uno en un momento personal bien diferente. A Iosef cualquier lugar que visitaran le resultaba una maravilla a sus ojos. Los paisajes, los monumentos, la historia que se leía en los libros hecha realidad en frente suyo. David permanecía callado. En cierta manera pensaba que era increíble estar en semejante lugar y no poder estar contento. ¿Cómo podía ser, pisar la Tierra de Israel, y no poder ser feliz?
Cuando estaba en las visitas y excursiones con Iosef, simulaba estar pasando un tiempo magnífico. Pero cuando nadie lo veía, o cuando se sumía en la angustiosa soledad de su habitación en el hotel, David lloraba. Derramaba lágrimas por aquellas heridas del pasado que ni el tiempo ni el viaje habían conseguido cerrar. Heridas profundas que permanecían abiertas y dolían igual que siempre, estuviera donde estuviera.
Llegó el momento para los dos amigos de ir a Jerusalén. Fueron al Kotel donde Iosef rezó mientras David se quedaba en silencio. Luego Iosef se retiró y David se quedó un rato más. Apoyó su cabeza contra el Muro y reflexionó acerca de toda su vida, del hombre que en un tiempo fue, y de en qué se había convertido últimamente, una sombra solitaria e infeliz.
De repente algo brotó dentro de él. Una sensación que nunca antes había experimentado. Sintió que allí en el Kotel podía rezar como en ningún otro lugar. David empezó a rezar, y las lágrimas volvieron a llover de sus ojos. Pero estas eran lágrimas distintas a las anteriores. No eran de resignación ni de abandono, sino sinceras lágrimas por el tiempo que había perdido y que ahora podía recuperar. Se dio cuenta de que D´os volvía a estar con él, mejor dicho, que nuca lo había dejado. Sus ojos avistaban nuevamente una luz al final del túnel oscuro en el cual estaba sumergido. David lloró en agradecimiento a la vida por la nueva mano que le tendía, para levantarse y volver a empezar. Cuando creía estar solo y despojado de todo, un amigo lo ayudó y lo llevó a Israel. Recuperó esas ganas de reír, esa capacidad de ser feliz que antaño poseía.
Los paseos por Jerusalén se volvieron inolvidables. David respiraba aire nuevo con pulmones renovados, las pequeñas cosas volvían a asombrarlo, y las magníficas obras nuevamente despertaban su curiosidad. En una de las visitas, conocieron a un grupo de jóvenes pertenecientes a la Tnuá Hejalutz Lamerjav que estaban realizando el plan Shnat. Iosef y David trabaron amistad especialmente con un chico llamado Sergio, quien les cayó bien de entrada por su simpleza, sencillez y simpatía.
Llegó el día de la despedida para David e Iosef, cuyo viaje culminaba bastante mejor de lo que había insinuado al principio, primordialmente por esa inyección de vida que había recibido David y el pronunciado cambio que su camino había tomado. En sus últimos momentos compartidos con su nuevo amigo Sergio, hablaron de lo que este viaje a Israel significaba para cada uno y el valor incalculable de poder ser perteneciente a ese grupo de personas que ha recibido la bendición de haber podido pisar el suelo de Eretz Israel.
-Israel es nuestra casa –afirmó David. –Es curioso que ahora que termina nuestro viaje digamos que volvemos a nuestro hogar, cuando en realidad estamos en él. Aquí siempre me sentiré como en casa. Israel para mi es eso, mi casa de siempre a la que estaba destinado a llegar.
-Si, es verdad –convino Sergio. –Esta tierra es mi fin último. Pertenezco a una Tnuá sionista. Mi mayor deseo es venirme a vivir acá, hacer aliá y poder desarrollarme en este hermoso lugar.
-Se podría decir que es el fin último del judío de la diáspora –aportó Iosef. –El retorno. El vivir en la Tierra Prometida. Israel significa tanto para nosotros los judíos… es un sueño cumplido haber podido conocerlo.
-Para mí, en lo personal, representa dos cosas Israel: fin y principio –contó David basándose en su reciente y rejuvenecedora experiencia. –Fin, tal como lo dice Iosef, una ilusión, una aspiración, un objetivo, un sueño, como quieras llamarlo, de vivir en Israel, nuestra tierra, la de nuestros padres. Donde todo judío pertenece y es recibido. Y principio, porque para mí este viaje ha significado eso: el principio de una nueva vida. Hay un antes y un después en mi vida luego de conocer Israel. Soy una persona completamente nueva, me reencontré conmigo mismo, logré salir de la crisis que me azotaba y vuelvo a ser feliz. Y principio también, porque si decimos que nuestro fin último es venir a vivir a Israel, a partir de cumplir con eso, hay un nuevo comienzo: una nueva vida que se inicia en esta tierra, el principio de nuestra nueva vida.
Todas estas reflexiones atravesaron la mente de los chicos: Israel como su casa, el fin y el principio, la meta de hacer aliá y vivir allí, el lugar al que el judío pertenece. Y la conversación se fue transformando en una emotiva despedida inundada por un cálido sentimiento de aprecio mutuo y de amistad forjada que perduraría en el tiempo por más que la distancia los separase. El corazón les latía irradiando amor hacia la tierra en la que estaban, hacia su Israel, el Israel de todos. En definitiva, algún día el destino los volvería a juntar en Israel, cuando cumplieran su sueño de poder vivir en la Tierra Prometida.
David e Iosef se despidieron de Sergio y tomaron el avión de regreso. El viaje no podría haber sido mejor para David, que cultivó amistades nuevas y halló su camino luego de estar extraviado en la oscuridad. También ocurrió algo milagroso: la reconciliación de David con D´os. David se encontraba mal los primeros días y D´os le generaba rechazo. Con el correr de los días y la gratificante vivencia en el Muro, David había firmado una tregua con D´os, como si se tratara de un pacto de no agresión. Esa tregua se había convertido en un arreglo, en un tratado. Había renacido el amor y la fe en David, quien recobraba la esperanza. David volvía a ser “amigo” de D´os, volvía a rezarle y a alabarlo.
Se podría decir que Israel pudo salvar una vida; pudo recuperar a un judío perdido en las tormentosas mareas de la soledad y rozando el borde de la locura. Y todo con la colaboración de un amigo de fierro, de una persona que daba todo por David y que lo apreciaba al punto máximo: el fiel Iosef, que jamás lo había abandonado.
Para la tradición judía, el nombre es algo de gran importancia, puesto que tiene significado y marca las cualidades de la persona. Es así que Iosef significa “el que alimenta a los otros, tanto física como espiritualmente”. David significa “el querido; el amado por D´os”. Sergio significa “el hazañoso; el protector”. Israel significa “el recto de D´os; el que combate con los poderosos; el que luchó con D´os”.
Ezequiel Eiben – Julio 2008
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