¿De qué socio palestino hablan?
Ezequiel Eiben
31-7-2011
29 Tammuz 5771
Muchos que piensan que Israel quiere la paz y debe forzosamente avanzar hacia la creación de un Estado palestino, afirman que tiene un socio. Otros afirman que en los proyectos de negociación, ese palestino es el socio que verdaderamente quiere la paz mientras que Israel es el socio ausente que dificulta los procesos. Ambos grupos de analistas, ¿de qué socio palestino hablan? ¿Del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas? Aunque en ocasiones parezca una tomada de pelo, a él se refieren. Lo pintan como un luchador por su pueblo que se basa en el amor hacia sus hermanos y despliega una lucha auténtica en su nombre en aras de la necesitada paz. Por muy romántica que suene esa mentira, no es más que eso: una mentira.
Abbas no puede invocar amor por su pueblo, ni siquiera un proceder racional hacia los derechos y necesidades de sus miembros. A muchos los mantiene en campos de refugiados para utilizarlos como punta de lanza en sus reclamos, a los fines de conseguir adeptos a la causa. Continúa sometiéndolos a la bajeza para dar lástima ante el mundo y obtener favores políticos. Los denigra y arroja a la degradación humana cual mendigos que dependen únicamente de la beneficencia de otros. No les permite la digna autosustentabilidad.
Abbas es aliado de la agrupación terrorista islamista Hamas, con la cual en conjunto demuestran su desprecio hacia los judíos en particular y a la humanidad en general, promoviendo asesinatos y masacres. Ahora bien, el desprecio también se proyecta, aunque en otro nivel, sobre los propios palestinos. Hamas lleva adelante un gobierno islamista totalitario en la Franja de Gaza que oprime a los palestinos con ferocidad. Los gobernantes se transforman en victimarios de su pueblo víctima, y Abbas lo convalida. No se puede decir que el presidente de la AP sea un amoroso con sus hermanos. Por el contrario, colabora con sus verdugos.
Abbas ve a los palestinos como medios para alcanzar sus fines: ellos sufren los errores de su gobierno; el conflicto con Israel se perpetúa; y él continúa en el poder haciendo movimientos políticos estratégicos, a veces desesperados, que le aseguren su lugar. No lo mueve el amor por los palestinos, ni una consideración racional hacia ellos, ni un limpio interés en verdaderamente ayudarlos a todos, sino su interés de seguir en el poder y que los libros de historia hablen de él en el futuro como un héroe enfrentado a los monstruos más poderosos. Busca conservar un sitio privilegiado desde el cual seguir dando sus directivas que someten a cuerpos y espíritus bajo el látigo de la tiranía. Abbas no es un representante heroico de los palestinos, sino un político malvado que los perjudica.
Abbas tampoco puede alegar seriamente que ha querido con sinceridad ser un socio de Israel para la paz. Junto con Arafat intentó destruirlo a través del terrorismo primero, y luego siguiendo su camino desde la presidencia de la AP por medio de la diplomacia y la presión internacional reclamando el inexistente derecho al retorno palestino para ahogar demográficamente al Estado Judío y hacerlo desaparecer.
¿Éste es el socio que le presentan a Israel y que quieren hacerle creer que se mueve con honestidad? ¿Qué debe hacer Israel frente a este viejo conocido aborrecedor de judíos respecto de sus reclamos territoriales? Para empezar, tener en consideración que los territorios en disputa pertenecen a Israel. Si bien están, como se ha dicho, siendo disputados, el derecho israelí sobre ellos es superior y justificado. No hay ninguna ley que obligue a Israel a desprenderse de ellos y cederlos a los palestinos. No importa la presión internacional que haya en su contra, no importan las amenazas recibidas: el Estado Judío debe obrar según su voluntad, que es la prioridad fundamental, pensando en su propia paz y seguridad. En caso de que Israel decidiera finalmente entregar los territorios, esto solo debería entenderse en el marco de consideraciones humanitarias (para que muchos de los palestinos vivan en un país independiente en vez de sufrir en campos de refugiados, suponiendo que al malvado Abbas se le ocurriera sacarlos de allí, y estando de más agregar que no hay responsabilidad israelí en las turbias maniobras árabes), o por conveniencia y estrategia política (no gobernar población palestina que apunta a destruirlo, sino sacárselos de encima y que definitivamente no dependan más en ninguna medida del gobierno israelí). Pero no hay razones legales ni fundamentos morales ineludibles que obliguen a Israel a ceder los territorios a una postura palestina que algunos creen más fuerte y superior. Por lo tanto, en el caso de que Israel resolviera poner fin al asunto de la creación de un Estado palestino en Gaza y Judea y Samaria, y anexar todos los territorios, estaría justificado y tendría razones de sobra para defender su determinación. Su respaldo argumentativo sería suficiente.
Respecto de las consideraciones humanitarias y de conveniencia anteriormente aludidas, en caso de que Israel las tuviese en cuenta debiera saber que son solo hipótesis que podrían favorecerlo, pero nada es seguro cuando el gobierno terrorista palestino está del otro lado. Es muy probable que no se diera ni lo uno ni lo otro. Esto es porque, primero, el establecimiento de un Estado palestino no necesariamente es sinónimo de progreso y bienestar para sus futuros ciudadanos. El gobierno de Abbas puede degenerar en una tiranía peor de la que ya es bajo el manto de un Estado totalitario, oprimiendo aún más a sus súbditos. No sería nada del otro mundo, sería una dictadura árabe más entre todas las que existen. Y acerca de lo segundo, nada garantiza que un gran número de palestinos, con Estado nuevo, olvidarán su clásico anhelo de aniquilar a los judíos. Los palestinos continúan siendo educados en el odio hacia Israel, y un Estado propio que no fuera desmilitarizado en este contexto les daría mayor fuerza para bregar por la destrucción del Estado Judío.
Los israelíes deben poner en práctica el egoísmo racional, y no sacrificar el propio interés a otros. Muchos palestinos se autoproclaman enemigos de Israel, y sus necesidades no deben ser hipotecas para el futuro judío. La obligación del gobierno israelí es garantizar la seguridad de sus ciudadanos, proteger los derechos de propiedad judíos sobre las tierras, y la preservación del país, sin ceder a presiones terroristas o diplomáticas que perjudiquen sus legítimos intereses.
El sionismo ya sufrió en el pasado el robo histórico de territorio que implica la creación del Reino Hashemita de Jordania al este del Río Jordán. Ése es el Estado que los británicos le regalaron a los árabes de la entonces llamada Palestina, extirpando la mayor parte de Eretz Israel. Semejante traición a los judíos no debe volver a ocurrir ni permitírsele a Abbas forzar sacrificios israelíes; si otro Estado árabe ha de crearse en territorio que le corresponde a Israel, la iniciativa debe partir de negociaciones entre partes legítimas que incluyan el consentimiento libre y voluntario del Estado Judío con el apoyo de sus ciudadanos y sin que se perjudiquen sus derechos de propiedad, y no ser el nuevo país árabe producto de otra injusticia más contra el pueblo hebreo.
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