Lo que mueve a los comunistas
Ezequiel Eiben
20/12/2012
El comunismo, además de ser una teoría falsa, es la implementación de la desgracia a gran escala.
Su solo nombre, "comunismo", da cuenta de sus rasgos totalizantes y
homogeneizadores, irrespetuoso de las individualidades e intolerante con
las diferencias.
Sus seguidores son los que sitúan un abstracto
"bien común" por encima del bienestar individual de las personas,
someten a individuos a la tiranía en nombre del colectivo, y socializan por la fuerza lo que no les pertenece para servirse de lo que no producen.
¿En qué se basa este igualitarismo? ¿Qué hay detrás de la pretensión de
que seamos todos iguales en todo, que tengamos lo mismo (o no tengamos
nada), que vayamos al mismo ritmo, y que no trabajemos para nuestro
provecho sino para el de los demás? ¿Por qué quien se esfuerza se
equipara al vago, el que trabaja al parásito, y el justo al criminal?
¿Por qué hay que penalizar el éxito por explotador y premiar el fracaso
asumiendo una responsabilidad social?
Ciertamente, no es la
bondad o el humanitarismo lo que mueve a los comunistas. Es el odio y el
anti-humanismo. Desprecian tanto a la realidad y a su propia
naturaleza, que prefieren sus ideas equivocadas y la generación de un
"Nuevo Hombre Socialista".
jueves, 20 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Enfrentamiento en Política y Ética entre Liberales y Estatistas
Enfrentamiento en
Política y Ética entre Liberales y Estatistas
Ezequiel Eiben
14-7-2012
Ezequiel Eiben
14-7-2012
La verdadera división en la política, superando la imprecisa
clasificación en Izquierda y Derecha, recae sobre quienes quieren la libertad
(liberalismo-capitalismo) y quienes quieren la esclavitud (estatismo). Para
poder comprender la magnitud de esta diferencia, y la profundidad de sus
implicancias en la vida de los hombres, no podemos limitarnos a dar un
pantallazo en el aspecto político, que es en el cual se traducen posiciones
éticas. Por lo tanto, el análisis debe abarcar la dimensión moral del asunto;
es decir, contemplar cuáles son las premisas que sostienen los partidarios de
uno y otro bando, cuáles son los valores defendidos en cada código moral.
Porque realmente, hay un verdadero Enfrentamiento en Política y Ética entre
Liberales y Estatistas, y para llegar al meollo de la cuestión no podemos
depender de aproximaciones superficiales.
Tenemos que ver los principios morales básicos de los liberales y de los estatistas. El liberalismo tiene como principio básico el reconocimiento y correspondiente protección de los derechos individuales de las personas. Esto conlleva el respeto de la iniciativa individual, y el requisito del consentimiento voluntario de los individuos para la asociación. El estatismo como contrapartida, yace en la violación permanente y sistemática de los derechos individuales, y en la imposición de una voluntad externa al sujeto cuyos derechos han sido violados contra su voluntad, que le quita la importancia debida al consentimiento y aprobación individual a las iniciativas “colectivas”.
El liberalismo se sostiene en un fuerte pilar como es el individualismo, de allí que la voluntad de las personas sea tenida en cuenta como fundamental a la hora de embarcarse en una determinada acción. El estatismo no respeta la iniciativa individual, sino que esta queda relegada para ceder su lugar al proyecto que se lo identifique como “colectivo”, el bien particular es posicionado por debajo del “bien común”, y el consentimiento de los individuos no es requerido para emprendimientos que son impuestos por la fuerza.
Es en la esfera de la moral, antes de la aplicación en la política, donde ya afloran las posiciones de los liberales y los estatistas como claramente enfrentadas: los primeros quieren vivir libremente sin ser dominados y sin dominar; los segundos quieren dominar y someter al resto. El ejercicio de la libertad es lo que lleva a los liberales a conseguir sus fines; la dominación es el único camino posible para que los estatistas lleguen a los suyos. El respeto por los derechos individuales es lo que debe primar en las relaciones entre liberales; la violación de dichos derechos es indispensable para la existencia del estatismo y sus vinculaciones con los oprimidos.
La cuestión se encuentra también ampliamente dilucidada en la consideración del hombre, como ser individual o como sujeto colectivizado: el liberal piensa que todo individuo es un fin en sí mismo; el estatista sostiene que algunos hombres (ciertas versiones de su credo posicionan a los líderes políticos a salvo) son medios para los fines de otros.
Llegamos a la conclusión de que las posiciones éticas son indudablemente contrapuestas. Veamos su paso a la política. La coherencia liberal con los principios morales tiende a mantenerse en esta rama, y así como se tiene una concepción del hombre como ser libre, el sistema social a diseñar debe respetar la libertad, siendo acorde a esta visión. Por eso, los liberales luchan por la sociedad capitalista, libertaria, incluso muchos directamente por la anarquista. En cambio, ante su concepción de dominación, la bajada a la política que hacen los estatistas es calamitosa, y presenciamos una maraña de doctrinas cuyos expositores incluso llegan a pelearse (literalmente) entre sí creyéndose separados por “profundas convicciones”, pero en realidad siendo caras de la misma moneda: la del sometimiento violento.
Los liberales tienen material intelectual que les permite, fundamentalmente, conformar organizaciones con principios definidos. Esto es casi imposible de hallar en el terreno político actual en todas partes del mundo, donde tremendas cantidades de políticos actúan de acuerdo a la conveniencia del momento dentro del contexto de una visión a corto plazo, sin principios, improvisando, tomando riesgos y esperando enterarse cómo resulta su aventura que en caso de fracasar deberá ser solventada por los pagadores de impuestos. La ventaja manifiesta del liberalismo es que la filosofía de la libertad provee una base coherente e integrada con fundamentos en la naturaleza del hombre para poder desarrollar sistemas que sostengan al individuo como foco de su interés, y desplegar conocimientos que no requieren de improvisaciones y manotazos de ahogado.
Los estatistas, en rigor, no son verdaderos opositores entre sí; sus diferencias de forma no opacan sus coincidencias, arreglos y acuerdos de fondo: que el Estado es el instrumento de dominación por el cual deben someter a los ciudadanos para alcanzar los “fines colectivos”. Tal es así que dentro del espectro colectivista estatista pueden coexistir comunistas y socialistas, progresistas y socialdemócratas, nacionalsocialistas y fascistas, teocráticos místicos del espíritu y materialistas místicos del músculo.
En definitiva, la transacción lógica de la ética a la política en el liberalismo va desde la visión del individuo como un ser libre a la conformación de una sociedad libre. El caso del estatismo refleja el paso de la concepción de masas colectivizadas a la formación de una sociedad de esclavos. La filosofía de la libertad sostiene un punto central en lo referente a la moral que es la posibilidad de elección de la persona: formar su propia jerarquía de valores y ser libre de ir en su búsqueda. La filosofía subyacente al estatismo destruye este punto, toda vez que un líder o grupo tiene la capacidad de imponer violentamente su código a los demás anulando las elecciones de individuos libres y reemplazándolas por la obediencia de esclavos; o bien decretando que caprichos y deseos de algunos deben ser de cumplimiento obligatorio (paradójicamente obligaciones no asumidas) por otros.
No estamos errados si la cuestión que tratamos es planteada, no como posiciones morales diferentes, sino directamente como la moral versus la inmoralidad.
Tenemos que ver los principios morales básicos de los liberales y de los estatistas. El liberalismo tiene como principio básico el reconocimiento y correspondiente protección de los derechos individuales de las personas. Esto conlleva el respeto de la iniciativa individual, y el requisito del consentimiento voluntario de los individuos para la asociación. El estatismo como contrapartida, yace en la violación permanente y sistemática de los derechos individuales, y en la imposición de una voluntad externa al sujeto cuyos derechos han sido violados contra su voluntad, que le quita la importancia debida al consentimiento y aprobación individual a las iniciativas “colectivas”.
El liberalismo se sostiene en un fuerte pilar como es el individualismo, de allí que la voluntad de las personas sea tenida en cuenta como fundamental a la hora de embarcarse en una determinada acción. El estatismo no respeta la iniciativa individual, sino que esta queda relegada para ceder su lugar al proyecto que se lo identifique como “colectivo”, el bien particular es posicionado por debajo del “bien común”, y el consentimiento de los individuos no es requerido para emprendimientos que son impuestos por la fuerza.
Es en la esfera de la moral, antes de la aplicación en la política, donde ya afloran las posiciones de los liberales y los estatistas como claramente enfrentadas: los primeros quieren vivir libremente sin ser dominados y sin dominar; los segundos quieren dominar y someter al resto. El ejercicio de la libertad es lo que lleva a los liberales a conseguir sus fines; la dominación es el único camino posible para que los estatistas lleguen a los suyos. El respeto por los derechos individuales es lo que debe primar en las relaciones entre liberales; la violación de dichos derechos es indispensable para la existencia del estatismo y sus vinculaciones con los oprimidos.
La cuestión se encuentra también ampliamente dilucidada en la consideración del hombre, como ser individual o como sujeto colectivizado: el liberal piensa que todo individuo es un fin en sí mismo; el estatista sostiene que algunos hombres (ciertas versiones de su credo posicionan a los líderes políticos a salvo) son medios para los fines de otros.
Llegamos a la conclusión de que las posiciones éticas son indudablemente contrapuestas. Veamos su paso a la política. La coherencia liberal con los principios morales tiende a mantenerse en esta rama, y así como se tiene una concepción del hombre como ser libre, el sistema social a diseñar debe respetar la libertad, siendo acorde a esta visión. Por eso, los liberales luchan por la sociedad capitalista, libertaria, incluso muchos directamente por la anarquista. En cambio, ante su concepción de dominación, la bajada a la política que hacen los estatistas es calamitosa, y presenciamos una maraña de doctrinas cuyos expositores incluso llegan a pelearse (literalmente) entre sí creyéndose separados por “profundas convicciones”, pero en realidad siendo caras de la misma moneda: la del sometimiento violento.
Los liberales tienen material intelectual que les permite, fundamentalmente, conformar organizaciones con principios definidos. Esto es casi imposible de hallar en el terreno político actual en todas partes del mundo, donde tremendas cantidades de políticos actúan de acuerdo a la conveniencia del momento dentro del contexto de una visión a corto plazo, sin principios, improvisando, tomando riesgos y esperando enterarse cómo resulta su aventura que en caso de fracasar deberá ser solventada por los pagadores de impuestos. La ventaja manifiesta del liberalismo es que la filosofía de la libertad provee una base coherente e integrada con fundamentos en la naturaleza del hombre para poder desarrollar sistemas que sostengan al individuo como foco de su interés, y desplegar conocimientos que no requieren de improvisaciones y manotazos de ahogado.
Los estatistas, en rigor, no son verdaderos opositores entre sí; sus diferencias de forma no opacan sus coincidencias, arreglos y acuerdos de fondo: que el Estado es el instrumento de dominación por el cual deben someter a los ciudadanos para alcanzar los “fines colectivos”. Tal es así que dentro del espectro colectivista estatista pueden coexistir comunistas y socialistas, progresistas y socialdemócratas, nacionalsocialistas y fascistas, teocráticos místicos del espíritu y materialistas místicos del músculo.
En definitiva, la transacción lógica de la ética a la política en el liberalismo va desde la visión del individuo como un ser libre a la conformación de una sociedad libre. El caso del estatismo refleja el paso de la concepción de masas colectivizadas a la formación de una sociedad de esclavos. La filosofía de la libertad sostiene un punto central en lo referente a la moral que es la posibilidad de elección de la persona: formar su propia jerarquía de valores y ser libre de ir en su búsqueda. La filosofía subyacente al estatismo destruye este punto, toda vez que un líder o grupo tiene la capacidad de imponer violentamente su código a los demás anulando las elecciones de individuos libres y reemplazándolas por la obediencia de esclavos; o bien decretando que caprichos y deseos de algunos deben ser de cumplimiento obligatorio (paradójicamente obligaciones no asumidas) por otros.
No estamos errados si la cuestión que tratamos es planteada, no como posiciones morales diferentes, sino directamente como la moral versus la inmoralidad.
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Filosofía,
Liberalismo,
Política
Capitalismo y expansionismo
Capitalismo
y expansionismo
Ezequiel
Eiben
27/5/2012
27/5/2012
Los intelectuales izquierdistas con título
profesional habilitante en vista gorda ante desmanes socialistas y comunistas,
acusan al capitalismo de ser un sistema esencialmente cruel y contrario a lo
que el hombre necesita para ser feliz. A partir de esta calumnia inicial
difunden vituperaciones y falsedades con el objetivo de que queden ancladas en
la consciencia principalmente de la gente ignorante, para que esta odie al
capitalismo sin llegar a entender su verdadera naturaleza, deformada a la
visión de los receptores de propaganda colectivista tras generaciones de
campañas hostiles.
Entre las falsas acusaciones que los intelectuales lanzan como flecha en busca de corazones víctimas (decir corazones es metafóricamente correcto; pocos propagandistas anticapitalistas se atreverían de veras a apelar al raciocinio del público a sabiendas que llevan las de perder) está la de que el capitalismo va de la mano con el expansionismo territorial, político y militar.
Se tacha a quienes asumen al capitalismo de imperialistas, malvados conquistadores colonialistas, saqueadores de lo ajeno; se espeta que sus regímenes practican el expansionismo violento devorando otras comunidades no capitalistas.
¿Qué quiere significar expansionismo en este contexto de propaganda colectivista? La conquista política o comercial por parte de un país o un Estado de otros países o Estados, financiada por altos capitales, persiguiendo altos intereses de grupos de poder, penetrando en los comercios con marcas internacionales y compañías multinacionales, o invadiendo territorios mediante la fuerza militar, todo con el objeto de someter a la población autóctona al voraz mercado, a la detestable e inmoral competencia, para destruir las industrias locales en beneficio de empresas y corporaciones privilegiadas, explotar a los trabajadores con grotescos fines de lucro, y generar esclavos laborales solo para seguir obteniendo inmorales ganancias.
La atribución de todo mal al capitalismo es la carne de cañón en los ataques colectivistas. No se dan cuenta, o lo hacen pero evaden el hecho, de que por un lado las características reprobables que le han adosado al capitalismo no son verdaderas, y que las maldades e injusticias provienen de los propios sistemas que ellos mismos defienden como buenos y justos; y por otro lado, que muchas de las características que ellos consideran malvadas son en realidad benignas, y malvada o ignorante puede ser la mente que las haga pasar por lo que no son. En definitiva, la deformación del capitalismo se da a través de la adjudicación de caracteres inmorales e injustos que no le son propios, y de la demonización de caracteres que sí le son propios y que en realidad son morales y justos.
El capitalismo no es imperialista, ni un imperio puede sobrevivir como tal en el marco de una pura y genuina economía capitalista, y esto se hace evidente prestando atención a la siguiente cadena de razonamiento: el capitalismo se basa en el mercado, el mercado es anti-violencia, los imperios se sostienen en base a la coerción, por lo que imperios violentos y libertad de mercado son antagónicos. No es casualidad que muchos liberales hayan evolucionado teóricamente incluso hasta sostener que la anarquía (orden voluntario) es el mejor sistema para la humanidad. ¿Hay algo más anti-gobierno, anti-imperio, anti-hegemonía política violenta, que tal visión de voluntarismo? No es casualidad tampoco, por tomar ejemplos recientes, que las manifestaciones imperiales del siglo XX eran radicalmente anti-capitalistas. El nacionalsocialismo alemán y su aliado, el fascismo italiano, eran manifestaciones colectivistas sistemáticamente destructoras del libre mercado en particular y de la libertad de la persona en general. Sus regímenes totalitarios no podían darse el lujo de permitirles libertad a sus subyugados y sobrevivir como tales. A la par de someter a la población bajo su mando, su alianza era expansionista. El Tercer Reich reclamaba territorios no pertenecientes a Alemania para sojuzgarlos con su aparato brutal. El caso de la Unión Soviética también es paradigmático: el claro ejemplo del imperialismo invasor, arrasador, asesino y devastador. No hubo un solo país que cayera bajo la órbita comunista que no fracasara estrepitosamente en llevar a cabo el objetivo izquierdista y que no se sumiera en la violencia.
Debajo de la alfombra de los que defienden al estatismo y al colectivismo, también podemos sacar varios ejemplos del colonialismo practicado en base a la imposición. La extirpación de territorios o el sometimiento de su población respondiendo a una potencia estatista superior, son manifestaciones de los que han hecho del poder político irrespetuoso su credo.
Por supuesto, semejantes sistemas anti-capitalistas y de neto corte estatista colectivista, han practicado continuamente el saqueo de lo ajeno. El capitalismo es el sistema de la propiedad privada, y la distorsión y eliminación de tal noción reside como punto fundamental en las bases de los manifiestos y programas políticos de los grupos ideológicos que buscan el poder para encumbrarse a costa de la violación de los derechos de los demás. Si ha habido una defensa, una alternativa contra estos criminales sedientos de sangre y voraces de poder político, esa ha sido el capitalismo laissez faire.
Lo que sí ha logrado el capitalismo es la competencia de libre mercado en el marco del respeto por los derechos individuales de las personas. Contra esto, no hay queja moral genuinamente legítima. Quejarse del liberalismo como sistema filosófico que propone la libertad de las personas, es quejarse políticamente de que las personas son libres, y admitir psicológicamente el propio pensamiento dictatorial y totalitario que odia a los seres libres. El capitalismo se basa en los derechos individuales, no puede funcionar correctamente sin ellos, por lo que tildarlo de esclavista es una flagrante contradicción en términos. Son insalvables las críticas vejatorias al capitalismo que hablan de esclavos cuando precisamente son los derechos inalienables del individuo la plataforma fundamental e infranqueable desde la que se sostiene el sistema.
De la mano del capitalismo, viene la sociedad abierta: abierta a los intercambios libres y voluntarios, a las interacciones pacíficas, a los contratos con mutuo consentimiento, a los acuerdos recíprocos. Y sí: abierta a la libre competencia, al comercio nacional e internacional, al mercado en el cual actúan tanto individuos particulares a título personal como grandes empresas. En el capitalismo hay poder económico (rentabilidad, lucro, ganancia) en oposición al poder político (restricción, regulación, control, violencia).
Solo en este sentido, el capitalismo puede ser señalado como expansionista (y eso no es precisamente una acusación para esconderse, sino un elogio para orgullosamente recibirlo): el capitalismo es expansionismo de mercado, es la libertad que busca traspasar fronteras y barreras para poner en contacto voluntario a millones de operadores en un sistema de respeto por los derechos y de cooperación para beneficio y conveniencia mutuos. Por el contrario, y esto sí es una acusación que debe hacerse y sostenerse: el estatismo y el colectivismo son los rostros del expansionismo criminal. Esto es, el expansionismo de bases militares en otras tierras por parte de regímenes que buscan esclavos foráneos porque no alcanzan o porque ya agotaron los propios; el expansionismo de campos de concentración para encerrar y esclavizar a quienes tienen el deber de mantener a sus verdugos; el expansionismo de unidades terroristas para desestabilizar sistemas libres que repudian la tiranía y reemplazarlos por sistemas oscurantistas y totalitarios que son los que les permitirán a los violentos subsistir.
En conclusión, lo que expande el capitalismo es libertad y progreso por doquier. Los intelectuales izquierdistas, estatistas y colectivistas que demonizan por ello al sistema de los derechos individuales, deberían proferir sus insultos y acusaciones de esclavitud mirándose en un espejo. De esta forma, le dirían en la cara al sujeto que los mira desde el otro lado que sus ideas defienden a un sistema criminal, y los comentarios proferidos se asegurarían de rebotar y chocar contra los propios emisores.
Entre las falsas acusaciones que los intelectuales lanzan como flecha en busca de corazones víctimas (decir corazones es metafóricamente correcto; pocos propagandistas anticapitalistas se atreverían de veras a apelar al raciocinio del público a sabiendas que llevan las de perder) está la de que el capitalismo va de la mano con el expansionismo territorial, político y militar.
Se tacha a quienes asumen al capitalismo de imperialistas, malvados conquistadores colonialistas, saqueadores de lo ajeno; se espeta que sus regímenes practican el expansionismo violento devorando otras comunidades no capitalistas.
¿Qué quiere significar expansionismo en este contexto de propaganda colectivista? La conquista política o comercial por parte de un país o un Estado de otros países o Estados, financiada por altos capitales, persiguiendo altos intereses de grupos de poder, penetrando en los comercios con marcas internacionales y compañías multinacionales, o invadiendo territorios mediante la fuerza militar, todo con el objeto de someter a la población autóctona al voraz mercado, a la detestable e inmoral competencia, para destruir las industrias locales en beneficio de empresas y corporaciones privilegiadas, explotar a los trabajadores con grotescos fines de lucro, y generar esclavos laborales solo para seguir obteniendo inmorales ganancias.
La atribución de todo mal al capitalismo es la carne de cañón en los ataques colectivistas. No se dan cuenta, o lo hacen pero evaden el hecho, de que por un lado las características reprobables que le han adosado al capitalismo no son verdaderas, y que las maldades e injusticias provienen de los propios sistemas que ellos mismos defienden como buenos y justos; y por otro lado, que muchas de las características que ellos consideran malvadas son en realidad benignas, y malvada o ignorante puede ser la mente que las haga pasar por lo que no son. En definitiva, la deformación del capitalismo se da a través de la adjudicación de caracteres inmorales e injustos que no le son propios, y de la demonización de caracteres que sí le son propios y que en realidad son morales y justos.
El capitalismo no es imperialista, ni un imperio puede sobrevivir como tal en el marco de una pura y genuina economía capitalista, y esto se hace evidente prestando atención a la siguiente cadena de razonamiento: el capitalismo se basa en el mercado, el mercado es anti-violencia, los imperios se sostienen en base a la coerción, por lo que imperios violentos y libertad de mercado son antagónicos. No es casualidad que muchos liberales hayan evolucionado teóricamente incluso hasta sostener que la anarquía (orden voluntario) es el mejor sistema para la humanidad. ¿Hay algo más anti-gobierno, anti-imperio, anti-hegemonía política violenta, que tal visión de voluntarismo? No es casualidad tampoco, por tomar ejemplos recientes, que las manifestaciones imperiales del siglo XX eran radicalmente anti-capitalistas. El nacionalsocialismo alemán y su aliado, el fascismo italiano, eran manifestaciones colectivistas sistemáticamente destructoras del libre mercado en particular y de la libertad de la persona en general. Sus regímenes totalitarios no podían darse el lujo de permitirles libertad a sus subyugados y sobrevivir como tales. A la par de someter a la población bajo su mando, su alianza era expansionista. El Tercer Reich reclamaba territorios no pertenecientes a Alemania para sojuzgarlos con su aparato brutal. El caso de la Unión Soviética también es paradigmático: el claro ejemplo del imperialismo invasor, arrasador, asesino y devastador. No hubo un solo país que cayera bajo la órbita comunista que no fracasara estrepitosamente en llevar a cabo el objetivo izquierdista y que no se sumiera en la violencia.
Debajo de la alfombra de los que defienden al estatismo y al colectivismo, también podemos sacar varios ejemplos del colonialismo practicado en base a la imposición. La extirpación de territorios o el sometimiento de su población respondiendo a una potencia estatista superior, son manifestaciones de los que han hecho del poder político irrespetuoso su credo.
Por supuesto, semejantes sistemas anti-capitalistas y de neto corte estatista colectivista, han practicado continuamente el saqueo de lo ajeno. El capitalismo es el sistema de la propiedad privada, y la distorsión y eliminación de tal noción reside como punto fundamental en las bases de los manifiestos y programas políticos de los grupos ideológicos que buscan el poder para encumbrarse a costa de la violación de los derechos de los demás. Si ha habido una defensa, una alternativa contra estos criminales sedientos de sangre y voraces de poder político, esa ha sido el capitalismo laissez faire.
Lo que sí ha logrado el capitalismo es la competencia de libre mercado en el marco del respeto por los derechos individuales de las personas. Contra esto, no hay queja moral genuinamente legítima. Quejarse del liberalismo como sistema filosófico que propone la libertad de las personas, es quejarse políticamente de que las personas son libres, y admitir psicológicamente el propio pensamiento dictatorial y totalitario que odia a los seres libres. El capitalismo se basa en los derechos individuales, no puede funcionar correctamente sin ellos, por lo que tildarlo de esclavista es una flagrante contradicción en términos. Son insalvables las críticas vejatorias al capitalismo que hablan de esclavos cuando precisamente son los derechos inalienables del individuo la plataforma fundamental e infranqueable desde la que se sostiene el sistema.
De la mano del capitalismo, viene la sociedad abierta: abierta a los intercambios libres y voluntarios, a las interacciones pacíficas, a los contratos con mutuo consentimiento, a los acuerdos recíprocos. Y sí: abierta a la libre competencia, al comercio nacional e internacional, al mercado en el cual actúan tanto individuos particulares a título personal como grandes empresas. En el capitalismo hay poder económico (rentabilidad, lucro, ganancia) en oposición al poder político (restricción, regulación, control, violencia).
Solo en este sentido, el capitalismo puede ser señalado como expansionista (y eso no es precisamente una acusación para esconderse, sino un elogio para orgullosamente recibirlo): el capitalismo es expansionismo de mercado, es la libertad que busca traspasar fronteras y barreras para poner en contacto voluntario a millones de operadores en un sistema de respeto por los derechos y de cooperación para beneficio y conveniencia mutuos. Por el contrario, y esto sí es una acusación que debe hacerse y sostenerse: el estatismo y el colectivismo son los rostros del expansionismo criminal. Esto es, el expansionismo de bases militares en otras tierras por parte de regímenes que buscan esclavos foráneos porque no alcanzan o porque ya agotaron los propios; el expansionismo de campos de concentración para encerrar y esclavizar a quienes tienen el deber de mantener a sus verdugos; el expansionismo de unidades terroristas para desestabilizar sistemas libres que repudian la tiranía y reemplazarlos por sistemas oscurantistas y totalitarios que son los que les permitirán a los violentos subsistir.
En conclusión, lo que expande el capitalismo es libertad y progreso por doquier. Los intelectuales izquierdistas, estatistas y colectivistas que demonizan por ello al sistema de los derechos individuales, deberían proferir sus insultos y acusaciones de esclavitud mirándose en un espejo. De esta forma, le dirían en la cara al sujeto que los mira desde el otro lado que sus ideas defienden a un sistema criminal, y los comentarios proferidos se asegurarían de rebotar y chocar contra los propios emisores.
Derechos individuales y su ejercicio
Derechos individuales y su ejercicio
Ezequiel
Eiben
24/1/2012
24/1/2012
Los derechos son principios morales que
permiten al hombre actuar en sociedad. Dicha actuación implica obrar de manera
voluntaria; la realización de los actos que estime convenientes y necesarios
para lograr sus metas, satisfacer sus necesidades. En sociedad, es decir, en
relación con los demás hombres, el obrar y la voluntariedad se traducen en una
convivencia pacífica, civilizada.
La sociedad en cuestión está compuesta por hombres, cada uno con derechos, de acuerdo a su naturaleza humana. Por lo tanto, a los fines de lograr la convivencia, el sistema social debe reconocerles sus derechos a todos los individuos. Lo que el sistema reconoce (y no “crea”) son los derechos individuales.
La sociedad en cuestión está compuesta por hombres, cada uno con derechos, de acuerdo a su naturaleza humana. Por lo tanto, a los fines de lograr la convivencia, el sistema social debe reconocerles sus derechos a todos los individuos. Lo que el sistema reconoce (y no “crea”) son los derechos individuales.
Los derechos individuales permiten al
hombre desenvolverse y accionar en cumplimiento de sus propias metas fijadas de
acuerdo con su criterio. Las acciones del hombre en ejercicio de sus derechos,
son voluntarias, y siendo los derechos un concepto moral, son legítimas. No
debe haber alguien que pueda coaccionar a otro hombre para que este ejerza sus
derechos, ni tampoco puede coaccionarlo para que cese el ejercicio de los
mismos. Uno de los ejemplos más fuertes del primer caso, sería el de un hombre
que retuviera por la fuerza a otro impidiéndole suicidarse (por más que la
intención de este último ya hubiese sido manifestada repetidas veces con
firmeza y determinación), obligándolo a ejercer su derecho a la vida, y
restringiendo su libertad de acción (en este caso, de una acción dañina
únicamente contra la propia persona del actor). El ejemplo del segundo caso,
sería el de un hombre que impidiera por la fuerza el crecimiento de la
producción industrial de otro hombre.
Cada uno de los individuos tiene sus
legítimos derechos, y por lógica y el principio de no contradicción, el
ejercicio de esos derechos se da en beneficio de su titular y sin perjuicio de
los derechos del resto. En beneficio, porque el ejercicio sigue el criterio
racional de la persona, actuando de acuerdo a su voluntad, en cumplimiento de
sus intereses. Y sin perjuicio de los demás, porque el propio derecho enmarca
un campo de acción dentro del cual su titular lo ejerce como le plazca, con el
debido respeto por los campos de acción del derecho de los demás. Una acción
que viole derechos de otros, no se realiza en “ejercicio de un derecho”. Esto
es porque la mencionada acción ha salido del campo de ejercicio que le
correspondía a su titular. Cuando no se respetan los derechos de otro
individuo, y se los viola, la persona que lo hace no puede ampararse en “su
derecho”.
La violación de derechos se produce por
la fuerza física o el fraude. Ambos supuestos (donde el segundo puede derivar
del primero) implican viciar la voluntad de la víctima. Considerando que cada
individuo tiene derechos, se concluye que no hay un derecho de un hombre para
coaccionar a otro hombre. Si así fuera, el planteo incurriría en una
contradicción en términos: el derecho de forzar y someter a otro hombre con
derechos que quedan al margen; el derecho a negar los derechos de otro y
sacrificarlo pretendiendo estar ejerciendo un propio derecho; el derecho de
iniciar la fuerza física o cometer un fraude, siendo precisamente estas dos
manifestaciones, violaciones de los derechos.
No hay derecho a violar otro derecho. El
derecho es un principio moral, y cuando alguien inicia el ejercicio de la
fuerza física contra otro hombre, está destruyendo el concepto moral del
derecho, destruye el sustento ético del derecho. La moralidad y el inicio del
uso de la fuerza no van de la mano. La moral implica la posibilidad de elegir
valores entre alternativas. Esta posibilidad se ve truncada cuando alguien
inicia el uso de la fuerza sobre un individuo, obligándolo a actuar por medio
de la coacción, eliminando sus opciones. Quien agrede de tal forma, destruye la
moral, y por lo tanto, niega el derecho.
¿En qué sentido negar los derechos de
otro es negar los propios? Cuando el ejercicio de una acción se sale de su
campo para interferir en otro, violando un derecho, se habilita al titular
agredido a contrarrestar la agresión repeliendo la intromisión. El agresor sale
de su campo; el defensor se mantiene en el suyo, ergo, se mantiene a derecho.
Su obrar se ajusta al derecho. Y más aún: en la represalia, más que la mera
defensa contenedora, el agredido puede inhabilitar al agresor, quien ya no
tiene un campo definido (desvirtuado por su propia conducta) al cual ajustarse
y desde el cual reclamar. Su merecido lo recibirá en términos de
proporcionalidad, no de “derechos violados”.
También la negación de los derechos de
otro equivale a la negación de los propios derechos, porque es una negación de
la misma naturaleza humana. Los derechos individuales derivan de la naturaleza
del ser humano; permiten la convivencia de sus titulares, las personas. Quien
viola un derecho, es un humano, y viola un derecho de otro ser humano. El
hombre que viola un derecho no reconoce que ese derecho le pertenece al otro
individuo en su condición de hombre. Y siendo el agresor mismo un hombre, no
puede pretender racionalmente escudarse en derechos al mismo tiempo que no los
reconoce, que no respeta la naturaleza de la cual derivan. El violador de
derechos es un negador de la naturaleza humana, y él mismo es un humano, por lo
que niega paralelamente sus propios derechos. Negar la base natural y racional
que confiere los derechos individuales, y negar su significado moral que define
la aplicación de los mismos, no le permite al negador, al mismo tiempo,
reclamar derechos basándose precisamente en lo que intenta destruir.
Mientras no se ejerza fuerza física o
fraude contra otras personas, el hombre puede actuar con libertad de acción.
Ahora bien, puede darse el caso donde en una sociedad, un hombre ejerce su
libertad y progresa, en términos económicos, más que otro hombre que también
ejerce su libertad. El negocio del primero es más próspero que el del segundo.
Según su propio criterio, el primer hombre dice que vive muy bien; y según su
propio criterio, el segundo hombre dice que vive “a duras penas”. Aquí, los
detractores del individualismo, los llamados colectivistas, arguyen que la
libertad del primero viola la libertad del segundo porque no le permite
desenvolverse con mayor plenitud y progresar todo lo que querría hasta alcanzar
el punto, según el criterio de alguien por ahí, de poder vivir “muy bien”. Esta
noción colectivista de ninguna manera se da así en la realidad.
Como se explicó precedentemente, un
derecho no viola otro derecho. El derecho individual está de un lado: del lado
de la justicia, del lado de la moral. Nunca está del lado de la injusticia,
nunca del lado de la inmoralidad. Es contradictorio pensar que el ejercicio de
la libertad individual viola otro ejercicio de libertad individual. Como ya se
aseguró también, la violación de los derechos individuales proviene del inicio
de la fuerza o del fraude, y esta violación no es ejercicio del derecho a la
libertad individual sino que es la negación del derecho. El progreso en base a
la libertad, sin coaccionar a otros, no viola ningún derecho. Solo una mente
colectivizada que no reconoce los derechos individuales, puede sostener que los
derechos no son principios morales derivados de la naturaleza del hombre, que
no hay derechos inalienables, y por lo tanto creerse justificada para regular,
controlar y modificar arbitrariamente lo que considera meras “facultades o
prerrogativas concedidas por la sociedad”.
Es de importancia defender los derechos
individuales frente a quienes más hace falta defenderlos: sus violadores. Hay
que aclararle a los colectivistas: una mente más inteligente no viola el
derecho de una mente menos inteligente; un cuerpo más fuerte no viola el
derecho de un cuerpo más débil; una mayor eficacia productiva no es una
agresión a una menor eficacia productiva; una libertad que busca más ámbitos
comerciales de acción no es una coerción contra una libertad que busca o
consigue menos. En definitiva, una habilidad en sí misma no constituye negación
de derechos de una persona con habilidad menor.
La libertad permite el entendimiento,
consentimiento y cooperación; por definición, excluye la violación de derechos
y la agresión. Los verdaderos violadores de derechos individuales, son los
colectivistas activos, que restringen la libertad de las personas al tiempo que
se creen en libertad para hacerlo. Justifican violar derechos mientras creen
que así van a proteger ciertos derechos (que previamente se encargaron de
negar).
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Noción colectivista de los derechos
Noción
colectivista de los derechos
Ezequiel
Eiben
23/1/2012
23/1/2012
Los colectivistas y estatistas tienen, entre varias
inconsistencias, un problema epistemológico grave: creen consagrar derechos al
tiempo que niegan los derechos.
Los verdaderos derechos del hombre son los derechos naturales. Su derecho fundamental es el derecho a la vida, del cual derivan los demás derechos (como la libertad y la propiedad). No existe derecho individual para violar otro derecho individual. Y el derecho, como ordenamiento jurídico, es un medio para un fin: la justicia. El derecho individual está de un lado: del lado de la justicia, nunca del lado de la injusticia. Y el ordenamiento jurídico requiere de leyes objetivas que sean respetuosas de los derechos individuales.
Cuando los estatistas y colectivistas dicen, por ejemplo, que el ejercicio de la libertad económica de una persona viola la libertad de otra, demuestran su disparate epistemológico. Y a partir de allí, imponen regulaciones para consagrar la supuesta libertad violada (de personas indeterminadas, no identificables, o mal seleccionadas) negando la libertad del supuesto violador (el comerciante). El ejercicio de la libertad de una persona que realiza, junto a otras, acuerdos voluntarios para mutuo beneficio, no es para nada una violación a la libertad de las demás personas (quienes tienen el mismo derecho a la libertad para realizar acuerdos si así lo desean). ¿El derecho de quién se viola en un libre mercado? ¿La capacidad de quién se vulnera? ¿Se ejerce la fuerza contra alguien? ¿Se comete fraude contra alguien?
No hay nada que pueda asemejarse, en el ejercicio de la libertad en un mercado libre, a la violación de un derecho. Los derechos no son contradictorios entre sí. Por el contrario, se integran. No son para perjudicar a los demás; son para permitir que todos puedan gozar de una convivencia civilizada y pacífica.
Solo una mente colectivizada o defensora del estatismo puede argüir que la libertad de una persona ejercida de manera racional es una amenaza para la libertad de otra. La libertad individual corresponde a cada individuo, y cada uno puede ejercerla en base al trazado de su propio curso de acción. Es natural al hombre su libertad.
En cambio, el colectivismo tiende a pensar que no hay derechos naturales sino que ellos son una “creación social” por obra y gracia de algún grupo intelectual que se le ocurrió dotar al hombre de derechos. No reconocen derechos individuales, sino derechos colectivos, en el marco de una visión colectivista: el hombre es, y puede vivir, solo en la sociedad; está dotado de facultades y tiene lo que tiene en tanto y en cuanto conviva en sociedad; y es la sociedad la encargada de administrar y repartir lo que él puede tener, restringir lo que no puede tener, y juzgar si lo que posee le corresponde en base a considerar si es satisfactorio para el “bien común”.
Por lo tanto, bajo esta visión colectivista de los hombres y los derechos, en donde la sociedad da y quita tomando en cuenta lo que se le ocurra definir como “bienestar general”, se considera que así como la sociedad es la que otorga y permite la libertad, es esta la que puede restringirla y quitarla tomando como criterio el mencionado parámetro social. Por eso los estatistas y colectivistas se creen justificados en restringir la libertad de algunos en beneficio de otros. Utilizan el capricho del bien común para jugar con las vidas y los esfuerzos de la gente, obrando de manera antojadiza, determinando a quién y en qué momento le corresponde ser libre, y a quién y en qué momento no; a partir de qué límites la libertad individual empieza a amenazar al bien común y se hace digna de ser violada como derecho individual, paradójicamente, mediante la ley.
Los verdaderos derechos del hombre son los derechos naturales. Su derecho fundamental es el derecho a la vida, del cual derivan los demás derechos (como la libertad y la propiedad). No existe derecho individual para violar otro derecho individual. Y el derecho, como ordenamiento jurídico, es un medio para un fin: la justicia. El derecho individual está de un lado: del lado de la justicia, nunca del lado de la injusticia. Y el ordenamiento jurídico requiere de leyes objetivas que sean respetuosas de los derechos individuales.
Cuando los estatistas y colectivistas dicen, por ejemplo, que el ejercicio de la libertad económica de una persona viola la libertad de otra, demuestran su disparate epistemológico. Y a partir de allí, imponen regulaciones para consagrar la supuesta libertad violada (de personas indeterminadas, no identificables, o mal seleccionadas) negando la libertad del supuesto violador (el comerciante). El ejercicio de la libertad de una persona que realiza, junto a otras, acuerdos voluntarios para mutuo beneficio, no es para nada una violación a la libertad de las demás personas (quienes tienen el mismo derecho a la libertad para realizar acuerdos si así lo desean). ¿El derecho de quién se viola en un libre mercado? ¿La capacidad de quién se vulnera? ¿Se ejerce la fuerza contra alguien? ¿Se comete fraude contra alguien?
No hay nada que pueda asemejarse, en el ejercicio de la libertad en un mercado libre, a la violación de un derecho. Los derechos no son contradictorios entre sí. Por el contrario, se integran. No son para perjudicar a los demás; son para permitir que todos puedan gozar de una convivencia civilizada y pacífica.
Solo una mente colectivizada o defensora del estatismo puede argüir que la libertad de una persona ejercida de manera racional es una amenaza para la libertad de otra. La libertad individual corresponde a cada individuo, y cada uno puede ejercerla en base al trazado de su propio curso de acción. Es natural al hombre su libertad.
En cambio, el colectivismo tiende a pensar que no hay derechos naturales sino que ellos son una “creación social” por obra y gracia de algún grupo intelectual que se le ocurrió dotar al hombre de derechos. No reconocen derechos individuales, sino derechos colectivos, en el marco de una visión colectivista: el hombre es, y puede vivir, solo en la sociedad; está dotado de facultades y tiene lo que tiene en tanto y en cuanto conviva en sociedad; y es la sociedad la encargada de administrar y repartir lo que él puede tener, restringir lo que no puede tener, y juzgar si lo que posee le corresponde en base a considerar si es satisfactorio para el “bien común”.
Por lo tanto, bajo esta visión colectivista de los hombres y los derechos, en donde la sociedad da y quita tomando en cuenta lo que se le ocurra definir como “bienestar general”, se considera que así como la sociedad es la que otorga y permite la libertad, es esta la que puede restringirla y quitarla tomando como criterio el mencionado parámetro social. Por eso los estatistas y colectivistas se creen justificados en restringir la libertad de algunos en beneficio de otros. Utilizan el capricho del bien común para jugar con las vidas y los esfuerzos de la gente, obrando de manera antojadiza, determinando a quién y en qué momento le corresponde ser libre, y a quién y en qué momento no; a partir de qué límites la libertad individual empieza a amenazar al bien común y se hace digna de ser violada como derecho individual, paradójicamente, mediante la ley.
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Inmoralidad del colectivismo
Inmoralidad
del colectivismo
Ezequiel Eiben
21-1-2011
21-1-2011
Debería sonar desafiante para los oídos de un
colectivista, el espetarle: “Cuando
alguien me convenza que iniciar el uso de la fuerza contra las personas es
moral, y que esto lleva a buenos resultados, me hago socialista”. Pero
claro, los colectivistas nunca podrán admitir sinceramente (por lo menos frente
a los demás), que su sistema se basa en la fuerza y en la injusticia, si
pretenden difundirlo con éxito como un proyecto humanitario basado en nobles ideales,
y sin que derrumben precisamente la moral. Y por lo tanto, tal frase provocará
las más obscenas evasiones de la realidad y el más bizarro enmascaramiento de
las armas que están detrás de esas propuestas para el “bien de todos”. Y por
supuesto, a una mente racional preocupada por la moral, jamás podrán
convencerla de hacerse socialista, porque el colectivismo es esencialmente
negador de la moral.
La moral de un individuo se refiere a un código de valores; implica principios que sirven para la elección y obtención de dichos valores, los cuales la persona estima como necesarios para sustentar y guiar su vida de acuerdo a sus propósitos. Ahora bien, para que algo sea un valor, se requiere previamente de alguien que valore. Un valor presupone alguien que lo estime como tal, que lo considere precisamente como algo valioso. Esa valoración, para ser tal, racional, independiente, no impuesta, debe ser voluntaria. Y aquí es preciso destacar que puede haber voluntad cuando existen alternativas. El que valora, aplica su criterio racional, realiza una elección entre alternativas, y según eso, lo elegido es algo de valor.
No existe esta valoración cuando media la coacción. Aquí no es el sujeto el que valora libremente, el que obtiene y conserva valores en base a elecciones propias; sino que alguien lo esta forzando a aceptar algo como si fuera un valor. Es un caso donde la elección de la persona no es primordial; alguien realiza una “valoración” por fuera de su voluntad y se la impone por la fuerza.
Lo moral es la obtención y/o conservación voluntaria de valores; la moral requiere elección. Hay moral cuando hay posibilidad de elegir, cuando hay voluntariedad del individuo encaminada, como se dijo, a la obtención y/o conservación de un valor. Así, la persona estructura su propio código de valores, de acuerdo a su criterio racional, emitiendo sus juicios, realizando sus evaluaciones y elecciones, y pudiendo accionar en consecuencia.
Sin esa posibilidad de libre elección, no hay valores. Lo contrario a la voluntario, es lo coactivo, la fuerza, la imposición; por lo tanto, la no elección, la no libertad, la no moralidad.
El colectivismo pretende someter a la persona, cobrarle impuestos, forzarla a colaborar en proyectos públicos, obligarla a cooperar con causas ajenas, ponerle un arma en la cabeza para que contribuya a lo que no valora, coaccionarla para que ponga de sus bienes en sustento de proyectos acerca de lo que otros valoran. El colectivismo no confía en los valores de un individuo, no respeta sus valoraciones, no acepta sus decisiones, ergo restringe su libertad para hacerlo. Niega la libertad, la elección, la libre y voluntaria búsqueda de valores, el consentimiento. Es de estas premisas colectivistas básicas, de donde se deriva la inmoralidad del socialismo y del colectivismo.
El inicio del uso de la fuerza, la coacción contra las personas; eso no es moral. Eso es la contracara de un racional código de valores.
El famoso "mundo mejor" de los colectivistas (famoso en sus teorías; jamás visto y sin posibilidades de serlo en la práctica) corresponde a la “valoración” que hacen los tiranos dominantes. No se concuerda con los valores del sujeto expropiado y robado. Dentro del yugo colectivista, el individuo trabaja no para perseguir sus valores, sino para cumplir los caprichos de los gobernantes y sus acomodados. Ese “mundo mejor” sigue los criterios irracionales de los que monopolizan la violencia e inician la agresión; no así los criterios racionales de quienes en libertad planean un curso de acción para sustentar la propia vida y mantienen (cuando lo desean) acuerdos (voluntarios) con otros individuos pacíficos.
La moral de un individuo se refiere a un código de valores; implica principios que sirven para la elección y obtención de dichos valores, los cuales la persona estima como necesarios para sustentar y guiar su vida de acuerdo a sus propósitos. Ahora bien, para que algo sea un valor, se requiere previamente de alguien que valore. Un valor presupone alguien que lo estime como tal, que lo considere precisamente como algo valioso. Esa valoración, para ser tal, racional, independiente, no impuesta, debe ser voluntaria. Y aquí es preciso destacar que puede haber voluntad cuando existen alternativas. El que valora, aplica su criterio racional, realiza una elección entre alternativas, y según eso, lo elegido es algo de valor.
No existe esta valoración cuando media la coacción. Aquí no es el sujeto el que valora libremente, el que obtiene y conserva valores en base a elecciones propias; sino que alguien lo esta forzando a aceptar algo como si fuera un valor. Es un caso donde la elección de la persona no es primordial; alguien realiza una “valoración” por fuera de su voluntad y se la impone por la fuerza.
Lo moral es la obtención y/o conservación voluntaria de valores; la moral requiere elección. Hay moral cuando hay posibilidad de elegir, cuando hay voluntariedad del individuo encaminada, como se dijo, a la obtención y/o conservación de un valor. Así, la persona estructura su propio código de valores, de acuerdo a su criterio racional, emitiendo sus juicios, realizando sus evaluaciones y elecciones, y pudiendo accionar en consecuencia.
Sin esa posibilidad de libre elección, no hay valores. Lo contrario a la voluntario, es lo coactivo, la fuerza, la imposición; por lo tanto, la no elección, la no libertad, la no moralidad.
El colectivismo pretende someter a la persona, cobrarle impuestos, forzarla a colaborar en proyectos públicos, obligarla a cooperar con causas ajenas, ponerle un arma en la cabeza para que contribuya a lo que no valora, coaccionarla para que ponga de sus bienes en sustento de proyectos acerca de lo que otros valoran. El colectivismo no confía en los valores de un individuo, no respeta sus valoraciones, no acepta sus decisiones, ergo restringe su libertad para hacerlo. Niega la libertad, la elección, la libre y voluntaria búsqueda de valores, el consentimiento. Es de estas premisas colectivistas básicas, de donde se deriva la inmoralidad del socialismo y del colectivismo.
El inicio del uso de la fuerza, la coacción contra las personas; eso no es moral. Eso es la contracara de un racional código de valores.
El famoso "mundo mejor" de los colectivistas (famoso en sus teorías; jamás visto y sin posibilidades de serlo en la práctica) corresponde a la “valoración” que hacen los tiranos dominantes. No se concuerda con los valores del sujeto expropiado y robado. Dentro del yugo colectivista, el individuo trabaja no para perseguir sus valores, sino para cumplir los caprichos de los gobernantes y sus acomodados. Ese “mundo mejor” sigue los criterios irracionales de los que monopolizan la violencia e inician la agresión; no así los criterios racionales de quienes en libertad planean un curso de acción para sustentar la propia vida y mantienen (cuando lo desean) acuerdos (voluntarios) con otros individuos pacíficos.
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sábado, 24 de noviembre de 2012
"Ahí viene chaca por el callejón"
"Ahí viene chaca por el callejón"
Ezequiel Eiben
17/3/2012
Canción de la barrabrava de Chacarita: “ahí viene chaca por el callejón matando judíos para hacer jabon”
Nótese el color oscuro de la piel y las costumbres “villeras” de la nueva “raza aria” argentina: La fina y racialmente pura barrabrava de Chacarita.
Son tan pero tan superiores, que son unos parásitos vividores a costa del trabajo ajeno, privilegiados por planes sociales y arreglos con el gobierno kirchnerista, una banda de delincuentes violentos que anda suelta por ahí.
Al parecer se sienten identificados con metodologías atribuidas al nazismo. Si bien algunos son ignorantes, estoy seguro de que hay quienes minimamente “saben” algo y son simplemente unos infelices violentos.
Basta de querer descartar y absolver bajo la excusa de la “ignorancia” de esta manga de descerebrados. Sus apologías de la violencia contra los judíos demuestran la clase de personas que son. Sean ignorantes o estén minimamente informados, quieren violencia contra los judíos.
Ezequiel Eiben
17/3/2012
Canción de la barrabrava de Chacarita: “ahí viene chaca por el callejón matando judíos para hacer jabon”
Nótese el color oscuro de la piel y las costumbres “villeras” de la nueva “raza aria” argentina: La fina y racialmente pura barrabrava de Chacarita.
Son tan pero tan superiores, que son unos parásitos vividores a costa del trabajo ajeno, privilegiados por planes sociales y arreglos con el gobierno kirchnerista, una banda de delincuentes violentos que anda suelta por ahí.
Al parecer se sienten identificados con metodologías atribuidas al nazismo. Si bien algunos son ignorantes, estoy seguro de que hay quienes minimamente “saben” algo y son simplemente unos infelices violentos.
Basta de querer descartar y absolver bajo la excusa de la “ignorancia” de esta manga de descerebrados. Sus apologías de la violencia contra los judíos demuestran la clase de personas que son. Sean ignorantes o estén minimamente informados, quieren violencia contra los judíos.
sábado, 17 de noviembre de 2012
Con Israel y por el triunfo
Con
Israel y por el triunfo
Ezequiel Eiben
17/11/2012
3 de Kislev 5773
Ezequiel Eiben
17/11/2012
3 de Kislev 5773
“Con Israel y por la paz” es el típico slogan que
difunden muchos judíos cada vez que Israel se encuentra bajo ataque y reacciona
ejerciendo su legítimo derecho a la autodefensa.
Intento reconocer buenas intenciones en algunas personas detrás del uso constante de esas palabras. Más allá de eso, sugiero ponerse a pensar en el mensaje que manifiestan.
“Por la paz”… ¿Con quién? ¿Con Hamas? En este momento, Hamas es nuestro agresor. ¿Con ellos queremos paz? Hamas es un grupo terrorista que quiere borrar a Israel del mapa y asesinar a los judíos. Rechaza explícitamente una paz duradera, sincera y seria con Israel, y no deja de intentar eliminar a sus ciudadanos.
¿Piden por la paz con Hamas? Si es así, están sumamente equivocados, puesto que Hamas de entrada ya rechazó su pedido. Si es un pedido por la paz con el pueblo palestino en general, deberían rechazar a Hamas y anhelar su desaparición puesto que somete a la población de Gaza bajo un régimen de terror. Si es un pedido por la paz en Medio Oriente en general, es una falta de reconocimiento de la situación en la cual está Israel y una ignorancia acerca de la naturaleza del enemigo islamista.
Hay que dejar de utilizar estos slogans trillados y empleados en más de una ocasión como palabras vacías de contenido, y sentar de manera firme nuestra posición: “Con Israel y por el triunfo”.
Con el enemigo no puede haber paz (sobre todo porque ellos mismos no quieren), con la nada y la no-existencia no se hace la paz, y no se arriesga la propia vida y seguridad por buscar una mentirosa paz.
Lo que debe hacer Israel es eliminar a Hamas, liquidar a sus terroristas, destruir sus instalaciones, y asestarles un golpe definitivo a esos asesinos después del cual no vuelvan a levantarse.
Si decimos “Con Israel y por la paz” estamos expresando que apoyamos a Israel, pero que nos mostramos a favor de una opción imposible o suicida, que termina jugando en contra de los intereses que alegamos defender. Si decimos “Con Israel y por el triunfo”, dejamos en claro que apoyamos verdaderamente a Israel y a sus intereses, que queremos que gane su batalla, derrote a sus enemigos declarados y asegure su existencia y la seguridad de los ciudadanos.
La paz no puede imponerse como una consigna irresponsable y desubicada a cualquier costo; tiene que ser la consecuencia y el objetivo de un acuerdo voluntario en el cual las partes intervinientes se respeten mutuamente, y esto no pasa cuando una parte (Hamas) quiere exterminar a la otra (Israel). Hamas no es una parte posible en un eventual acuerdo de paz.
Aportar desde nuestro lugar para que Israel resulte triunfador, en vez de expresar deseos de transigencia con el enemigo, es lo que realmente constituye un apoyo a la causa.
Intento reconocer buenas intenciones en algunas personas detrás del uso constante de esas palabras. Más allá de eso, sugiero ponerse a pensar en el mensaje que manifiestan.
“Por la paz”… ¿Con quién? ¿Con Hamas? En este momento, Hamas es nuestro agresor. ¿Con ellos queremos paz? Hamas es un grupo terrorista que quiere borrar a Israel del mapa y asesinar a los judíos. Rechaza explícitamente una paz duradera, sincera y seria con Israel, y no deja de intentar eliminar a sus ciudadanos.
¿Piden por la paz con Hamas? Si es así, están sumamente equivocados, puesto que Hamas de entrada ya rechazó su pedido. Si es un pedido por la paz con el pueblo palestino en general, deberían rechazar a Hamas y anhelar su desaparición puesto que somete a la población de Gaza bajo un régimen de terror. Si es un pedido por la paz en Medio Oriente en general, es una falta de reconocimiento de la situación en la cual está Israel y una ignorancia acerca de la naturaleza del enemigo islamista.
Hay que dejar de utilizar estos slogans trillados y empleados en más de una ocasión como palabras vacías de contenido, y sentar de manera firme nuestra posición: “Con Israel y por el triunfo”.
Con el enemigo no puede haber paz (sobre todo porque ellos mismos no quieren), con la nada y la no-existencia no se hace la paz, y no se arriesga la propia vida y seguridad por buscar una mentirosa paz.
Lo que debe hacer Israel es eliminar a Hamas, liquidar a sus terroristas, destruir sus instalaciones, y asestarles un golpe definitivo a esos asesinos después del cual no vuelvan a levantarse.
Si decimos “Con Israel y por la paz” estamos expresando que apoyamos a Israel, pero que nos mostramos a favor de una opción imposible o suicida, que termina jugando en contra de los intereses que alegamos defender. Si decimos “Con Israel y por el triunfo”, dejamos en claro que apoyamos verdaderamente a Israel y a sus intereses, que queremos que gane su batalla, derrote a sus enemigos declarados y asegure su existencia y la seguridad de los ciudadanos.
La paz no puede imponerse como una consigna irresponsable y desubicada a cualquier costo; tiene que ser la consecuencia y el objetivo de un acuerdo voluntario en el cual las partes intervinientes se respeten mutuamente, y esto no pasa cuando una parte (Hamas) quiere exterminar a la otra (Israel). Hamas no es una parte posible en un eventual acuerdo de paz.
Aportar desde nuestro lugar para que Israel resulte triunfador, en vez de expresar deseos de transigencia con el enemigo, es lo que realmente constituye un apoyo a la causa.
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