Enfrentamiento en
Política y Ética entre Liberales y Estatistas
Ezequiel Eiben
14-7-2012
Ezequiel Eiben
14-7-2012
La verdadera división en la política, superando la imprecisa
clasificación en Izquierda y Derecha, recae sobre quienes quieren la libertad
(liberalismo-capitalismo) y quienes quieren la esclavitud (estatismo). Para
poder comprender la magnitud de esta diferencia, y la profundidad de sus
implicancias en la vida de los hombres, no podemos limitarnos a dar un
pantallazo en el aspecto político, que es en el cual se traducen posiciones
éticas. Por lo tanto, el análisis debe abarcar la dimensión moral del asunto;
es decir, contemplar cuáles son las premisas que sostienen los partidarios de
uno y otro bando, cuáles son los valores defendidos en cada código moral.
Porque realmente, hay un verdadero Enfrentamiento en Política y Ética entre
Liberales y Estatistas, y para llegar al meollo de la cuestión no podemos
depender de aproximaciones superficiales.
Tenemos que ver los principios morales básicos de los liberales y de los estatistas. El liberalismo tiene como principio básico el reconocimiento y correspondiente protección de los derechos individuales de las personas. Esto conlleva el respeto de la iniciativa individual, y el requisito del consentimiento voluntario de los individuos para la asociación. El estatismo como contrapartida, yace en la violación permanente y sistemática de los derechos individuales, y en la imposición de una voluntad externa al sujeto cuyos derechos han sido violados contra su voluntad, que le quita la importancia debida al consentimiento y aprobación individual a las iniciativas “colectivas”.
El liberalismo se sostiene en un fuerte pilar como es el individualismo, de allí que la voluntad de las personas sea tenida en cuenta como fundamental a la hora de embarcarse en una determinada acción. El estatismo no respeta la iniciativa individual, sino que esta queda relegada para ceder su lugar al proyecto que se lo identifique como “colectivo”, el bien particular es posicionado por debajo del “bien común”, y el consentimiento de los individuos no es requerido para emprendimientos que son impuestos por la fuerza.
Es en la esfera de la moral, antes de la aplicación en la política, donde ya afloran las posiciones de los liberales y los estatistas como claramente enfrentadas: los primeros quieren vivir libremente sin ser dominados y sin dominar; los segundos quieren dominar y someter al resto. El ejercicio de la libertad es lo que lleva a los liberales a conseguir sus fines; la dominación es el único camino posible para que los estatistas lleguen a los suyos. El respeto por los derechos individuales es lo que debe primar en las relaciones entre liberales; la violación de dichos derechos es indispensable para la existencia del estatismo y sus vinculaciones con los oprimidos.
La cuestión se encuentra también ampliamente dilucidada en la consideración del hombre, como ser individual o como sujeto colectivizado: el liberal piensa que todo individuo es un fin en sí mismo; el estatista sostiene que algunos hombres (ciertas versiones de su credo posicionan a los líderes políticos a salvo) son medios para los fines de otros.
Llegamos a la conclusión de que las posiciones éticas son indudablemente contrapuestas. Veamos su paso a la política. La coherencia liberal con los principios morales tiende a mantenerse en esta rama, y así como se tiene una concepción del hombre como ser libre, el sistema social a diseñar debe respetar la libertad, siendo acorde a esta visión. Por eso, los liberales luchan por la sociedad capitalista, libertaria, incluso muchos directamente por la anarquista. En cambio, ante su concepción de dominación, la bajada a la política que hacen los estatistas es calamitosa, y presenciamos una maraña de doctrinas cuyos expositores incluso llegan a pelearse (literalmente) entre sí creyéndose separados por “profundas convicciones”, pero en realidad siendo caras de la misma moneda: la del sometimiento violento.
Los liberales tienen material intelectual que les permite, fundamentalmente, conformar organizaciones con principios definidos. Esto es casi imposible de hallar en el terreno político actual en todas partes del mundo, donde tremendas cantidades de políticos actúan de acuerdo a la conveniencia del momento dentro del contexto de una visión a corto plazo, sin principios, improvisando, tomando riesgos y esperando enterarse cómo resulta su aventura que en caso de fracasar deberá ser solventada por los pagadores de impuestos. La ventaja manifiesta del liberalismo es que la filosofía de la libertad provee una base coherente e integrada con fundamentos en la naturaleza del hombre para poder desarrollar sistemas que sostengan al individuo como foco de su interés, y desplegar conocimientos que no requieren de improvisaciones y manotazos de ahogado.
Los estatistas, en rigor, no son verdaderos opositores entre sí; sus diferencias de forma no opacan sus coincidencias, arreglos y acuerdos de fondo: que el Estado es el instrumento de dominación por el cual deben someter a los ciudadanos para alcanzar los “fines colectivos”. Tal es así que dentro del espectro colectivista estatista pueden coexistir comunistas y socialistas, progresistas y socialdemócratas, nacionalsocialistas y fascistas, teocráticos místicos del espíritu y materialistas místicos del músculo.
En definitiva, la transacción lógica de la ética a la política en el liberalismo va desde la visión del individuo como un ser libre a la conformación de una sociedad libre. El caso del estatismo refleja el paso de la concepción de masas colectivizadas a la formación de una sociedad de esclavos. La filosofía de la libertad sostiene un punto central en lo referente a la moral que es la posibilidad de elección de la persona: formar su propia jerarquía de valores y ser libre de ir en su búsqueda. La filosofía subyacente al estatismo destruye este punto, toda vez que un líder o grupo tiene la capacidad de imponer violentamente su código a los demás anulando las elecciones de individuos libres y reemplazándolas por la obediencia de esclavos; o bien decretando que caprichos y deseos de algunos deben ser de cumplimiento obligatorio (paradójicamente obligaciones no asumidas) por otros.
No estamos errados si la cuestión que tratamos es planteada, no como posiciones morales diferentes, sino directamente como la moral versus la inmoralidad.
Tenemos que ver los principios morales básicos de los liberales y de los estatistas. El liberalismo tiene como principio básico el reconocimiento y correspondiente protección de los derechos individuales de las personas. Esto conlleva el respeto de la iniciativa individual, y el requisito del consentimiento voluntario de los individuos para la asociación. El estatismo como contrapartida, yace en la violación permanente y sistemática de los derechos individuales, y en la imposición de una voluntad externa al sujeto cuyos derechos han sido violados contra su voluntad, que le quita la importancia debida al consentimiento y aprobación individual a las iniciativas “colectivas”.
El liberalismo se sostiene en un fuerte pilar como es el individualismo, de allí que la voluntad de las personas sea tenida en cuenta como fundamental a la hora de embarcarse en una determinada acción. El estatismo no respeta la iniciativa individual, sino que esta queda relegada para ceder su lugar al proyecto que se lo identifique como “colectivo”, el bien particular es posicionado por debajo del “bien común”, y el consentimiento de los individuos no es requerido para emprendimientos que son impuestos por la fuerza.
Es en la esfera de la moral, antes de la aplicación en la política, donde ya afloran las posiciones de los liberales y los estatistas como claramente enfrentadas: los primeros quieren vivir libremente sin ser dominados y sin dominar; los segundos quieren dominar y someter al resto. El ejercicio de la libertad es lo que lleva a los liberales a conseguir sus fines; la dominación es el único camino posible para que los estatistas lleguen a los suyos. El respeto por los derechos individuales es lo que debe primar en las relaciones entre liberales; la violación de dichos derechos es indispensable para la existencia del estatismo y sus vinculaciones con los oprimidos.
La cuestión se encuentra también ampliamente dilucidada en la consideración del hombre, como ser individual o como sujeto colectivizado: el liberal piensa que todo individuo es un fin en sí mismo; el estatista sostiene que algunos hombres (ciertas versiones de su credo posicionan a los líderes políticos a salvo) son medios para los fines de otros.
Llegamos a la conclusión de que las posiciones éticas son indudablemente contrapuestas. Veamos su paso a la política. La coherencia liberal con los principios morales tiende a mantenerse en esta rama, y así como se tiene una concepción del hombre como ser libre, el sistema social a diseñar debe respetar la libertad, siendo acorde a esta visión. Por eso, los liberales luchan por la sociedad capitalista, libertaria, incluso muchos directamente por la anarquista. En cambio, ante su concepción de dominación, la bajada a la política que hacen los estatistas es calamitosa, y presenciamos una maraña de doctrinas cuyos expositores incluso llegan a pelearse (literalmente) entre sí creyéndose separados por “profundas convicciones”, pero en realidad siendo caras de la misma moneda: la del sometimiento violento.
Los liberales tienen material intelectual que les permite, fundamentalmente, conformar organizaciones con principios definidos. Esto es casi imposible de hallar en el terreno político actual en todas partes del mundo, donde tremendas cantidades de políticos actúan de acuerdo a la conveniencia del momento dentro del contexto de una visión a corto plazo, sin principios, improvisando, tomando riesgos y esperando enterarse cómo resulta su aventura que en caso de fracasar deberá ser solventada por los pagadores de impuestos. La ventaja manifiesta del liberalismo es que la filosofía de la libertad provee una base coherente e integrada con fundamentos en la naturaleza del hombre para poder desarrollar sistemas que sostengan al individuo como foco de su interés, y desplegar conocimientos que no requieren de improvisaciones y manotazos de ahogado.
Los estatistas, en rigor, no son verdaderos opositores entre sí; sus diferencias de forma no opacan sus coincidencias, arreglos y acuerdos de fondo: que el Estado es el instrumento de dominación por el cual deben someter a los ciudadanos para alcanzar los “fines colectivos”. Tal es así que dentro del espectro colectivista estatista pueden coexistir comunistas y socialistas, progresistas y socialdemócratas, nacionalsocialistas y fascistas, teocráticos místicos del espíritu y materialistas místicos del músculo.
En definitiva, la transacción lógica de la ética a la política en el liberalismo va desde la visión del individuo como un ser libre a la conformación de una sociedad libre. El caso del estatismo refleja el paso de la concepción de masas colectivizadas a la formación de una sociedad de esclavos. La filosofía de la libertad sostiene un punto central en lo referente a la moral que es la posibilidad de elección de la persona: formar su propia jerarquía de valores y ser libre de ir en su búsqueda. La filosofía subyacente al estatismo destruye este punto, toda vez que un líder o grupo tiene la capacidad de imponer violentamente su código a los demás anulando las elecciones de individuos libres y reemplazándolas por la obediencia de esclavos; o bien decretando que caprichos y deseos de algunos deben ser de cumplimiento obligatorio (paradójicamente obligaciones no asumidas) por otros.
No estamos errados si la cuestión que tratamos es planteada, no como posiciones morales diferentes, sino directamente como la moral versus la inmoralidad.