En el nombre del bien
común
Ezequiel Eiben
31/7/2014
Estoy muriendo. Me
quedan pocos minutos de esta miserable vida y quiero aprovecharlos para
reivindicar, en la medida de lo posible, mi existencia. Por eso escribo estas líneas, con mis últimas
energías, para maldecir a la generación presente con toda mi furia, y alertar a
la generación futura, si es que habrá alguna, con el dolor de la experiencia.
He sido, como se decía en el ambiente, un hombre
de derecho. Inmerso en la agonía que apaga mi tenue y débil luz, considero
insultante que alguna vez se me haya llamado así. No lo merecí. Mis camaradas,
tampoco. Los hombres de derecho asesinamos a la humanidad. La vimos caer,
lentamente, y no acusamos recibo hasta que fue demasiado tarde, hasta que el último
espasmo y el respiro final anunciando la muerte coronaron nuestra paupérrima
actuación. Los hombres de derecho, valga la paradoja, traicionamos al derecho.
Lo manipulamos hasta que dijo solamente lo que queríamos escuchar envueltos en
una ambición de poder tan horrorosa y espeluznante como el vacío de irracionalidad
que se abrió en nuestra mente. No tenemos perdón, ni nos da la cara para
pedirlo. Mejor que nadie sabemos lo que hicimos, y la responsabilidad que nos
cabe en el desastre. Permítanme que les cuente, en medio del suspiro de
despedida, nuestro derrotero. Todo comenzó el día que cruzamos la primera
línea. El día nefasto en el que conscientemente cometimos la traición básica,
madre de todas las traiciones: violamos el principio fundamental, la razón de ser de aquello a lo
que nos dedicábamos. Ese día, hicimos lo peor: nosotros, académicos, abogados,
políticos, jueces, profesionales de la ley, sabíamos que el derecho era solo un
medio para alcanzar el sagrado valor justicia; pero aquella jornada
lamentable, consideramos al derecho como un fin
en sí mismo. En un asunto político importante que nos desvelaba, no
obtuvimos lo que quisimos, y decidimos tergiversar el sentido del derecho para
obtenerlo. Sin mirarnos a la cara, con furibundos gestos de implícita
complicidad inconfesable en voz alta, nos pusimos de acuerdo y manoseamos la
ley. Todos colaboramos: el académico elaboró la abstracción mediante un enredo
semántico que la hizo sonar científicamente correcta y moralmente aceptable. El
legislador la transformó en ley obligatoria. El abogado se valió de ella sin
dudar en su reclamo para obtener su objetivo a pesar del razonable pedido de
inconstitucionalidad de su colega contraparte. El juez falló aceptándola sin
siquiera molestarse en evaluar su constitucionalidad. En conjunto, habíamos
dado el peor paso hacia el infierno en la Tierra, el peor de los escenarios
posibles. El derecho ya no servía como instrumento para las personas en
búsqueda de justicia y paz; ahora solo era una fuente de poder que detentaban
los que lo creaban y los que lo aplicaban. Ese día abrimos la puerta, y a
partir de eso, el resto solo fue cuestión de tiempo. Una vez que nuestras
mentes se desviaron del camino, cada vez costó menos dar pasos en la dirección
equivocada aun a sabiendas de que los dábamos. Habíamos sepultado nuestra
integridad, rendido nuestra rectitud, escondido nuestra honestidad, excusado
nuestra debilidad, y aprobado nuestra maldad. Un coctel de inmoralidad que
hubiese liquidado a cualquiera. Y en nuestro caso, el resultado está a la
vista. Liquidamos a la humanidad. La reacción en cadena de nuestro pecado se
desplegó como la bola de nieve que va creciendo cuesta abajo arrasando con todo
lo que encuentra a su paso, inclusive los árboles más firmes de la montaña;
aquellos que parece que ningún vendaval podría mover de su eje. Comenzamos a
acumular poder y más poder, porque el derecho ya no apuntaba a la justicia,
sino que era su propio norte. Surgió la regulación por la regulación misma, y
no dejamos de notar que así dominábamos al resto. Quien poseía la fuente de la
regulación, controlaba a los regulados. Y como nosotros mismos éramos quienes
elaboraban los mecanismos de defensa de los regulados, otorgándoles vías de
protesta para efectuar peticiones ante la autoridad (cuya composición también
estaba copada por nosotros), convertíamos a dichos mecanismos en meras
apariencias, sin efectividad real. Eran una ilusión, no podían afectarnos. Y
así, nos transformamos en el horripilante monopolio del uso de la fuerza que
sometió al mundo. Fuimos el Leviatán contra el cual nosotros mismos advertimos en
un momento de la historia. Nótese: no nos importó; éramos un monstruo devorando
a diestra y siniestra, y no nos importó. La peor parte, es lo que invocamos a
la hora de justificar ante el público nuestro obrar. Aquél juego de palabras
vacío que nos servía para engañarnos a nosotros mismos cuando un atisbo de
cargo de consciencia surgía desde las oscuras profundidades que cubrían las
mazmorras de nuestras cabezas. Aquella excusa que nos permitía fingir honrosas
explicaciones entre nosotros, cómplices del asesinato, para no admitir los
resultados. Todo lo que hacíamos, lo hacíamos en el nombre del bien común. No éramos otra cosa que una casta de
ladrones enquistados en el poder absoluto, y nuestro código de aprobación para
evadir la realidad y justificar el propio proceder y el del camarada de al lado,
consistía en la apelación hasta el absurdo del bien común. Nunca nos molestamos
en definir concretamente qué era el
bien común, y en eso radicó el secreto de nuestro triunfo para imponernos con
relativa facilidad. Evidentemente, nuestro bien no era el bien de nuestros
dominados, y no había un bien común entre nosotros: los hombres de derecho eran
el poder y el sometimiento a la esclavitud; el resto eran la debilidad y la
esclavitud. En el nombre del bien común cometimos las peores atrocidades que se
puedan imaginar; y no hubo defensa válida contra la vorágine imparable que
desplegamos, porque no se podía combatir aquello que no estaba definido,
aquella vaguedad conceptual que se fundía en una maraña de explicaciones
inservibles que remitían a lo no demostrado, lo no probado, a la arbitrariedad
misma. Impusimos la noción del bien común, los esclavos cayeron en nuestro
juego y la aceptaron, luego intentaron redefinirla pero no pudieron. Ya habían
perdido desde el momento en que la habían aceptado; a partir de dicha
aceptación, habían entrado en nuestra cancha, y allí se jugaba con nuestras
reglas. Por supuesto, perdían. La única manera que tenían de ganar, el rechazo
total a nuestra trampa, la habían desperdiciado asumiendo nuestra premisa
básica. De esta forma, el bien común fue el bien de nosotros, y el mal de
ellos. Hicimos lo que quisimos con el derecho. En un mundo de paz las
contribuciones voluntarias destinadas a financiar servicios sociales ostentaban
un profundo significado moral de aporte libre para la defensa propia y de la
comunidad. Nosotros no queríamos tal mundo. Eliminamos las contribuciones
voluntarias creando un arma, el poder
tributario, y su bala, el tributo.
De ahí en adelante, el Leviatán podía efectuar detracciones coactivas de la
riqueza de las personas para financiar los servicios sociales. Se perdió la
moralidad del voluntarismo, y la libertad del aporte consentido y selectivo.
Pero claro, nosotros actuábamos en nombre del bien común, nos
auto-adjudicábamos el título de bondadosos y solidarios redistribuidores de la riqueza. El servicio a la sociedad era algo
demasiado importante para dejarlo librado a las especulaciones de los avaros y
egoístas que no aportarían lo que debían. Era evidente, y sin embargo bajo la
premisa del bien común no se notaba, que nos creíamos más que los súbditos, y
no había igualdad ante la ley. Ocupábamos una posición de poder superior. Si un
particular le quitaba algo a otro particular sin su consentimiento, nuestro
derecho tipificaba a la acción como robo.
En cambio, si uno de los nuestros le quitaba algo a uno de ellos sin su
consentimiento, nuestro derecho calificaba a la cuestión como impuesto. Era un juego de amos y
esclavos, pero no se daban cuenta. A todas luces se trataba de una relación de
fuerza de nuestro aparato coercitivo sobre su propiedad, pero el vínculo
indecoroso quedaba diluido y encubierto en nuestra explicación del principio de legalidad. Lo que hacíamos
era legal, estaba regulado, y eso bastaba. No reparaban en que detrás de la
ley, estaba la fuerza. Horas de academia, millones en propaganda y
bombardeos constantes de regulaciones, todo en nombre del bien común, habían
formateado cabezas para obedecer, no
para desafiar. Cada ley que
promulgábamos, contaba con el respaldo de nuestro arsenal armamentístico
apuntando directamente a la cabeza del ciudadano potencialmente conflictivo que
no deseara someterse a las regulaciones en nombre del bien común. La farsa se
calzaba su máscara, y era un Montesco no reconocido en el baile de los
Capuleto. Nuestra estrategia era sumamente inteligente: nos metíamos con los
mejores, y manteníamos de rehenes a los más débiles. Y para que la verdadera
fuente del mal, nosotros, pasara desapercibida, enfrentábamos a los súbditos
entre sí. A los pobres les decíamos que lo que en rigor les pertenecía a ellos,
estaba de mala manera en manos de los ricos. Los alentábamos a exigirles una
porción de la torta, y subsidiábamos por lo bajo sus embates violentos contra
las fortunas ajenas. Nos aprovechábamos de las necesidades físicas de los
pobres, y nos presentábamos como la solución: canalizábamos sus demandas
mediante planes sociales, y
financiábamos (con dinero previamente expoliado a ellos mismos mediante el
impuesto) sus desmanes contra la “alta sociedad”. Asignaciones, seguros por
desempleo, y demás prestaciones que dibujaban al Leviatán como generoso
repartidor, servían para esconder el clientelismo y el mantenimiento de rehenes
ad eternum en el limbo entre la
pobreza absoluta y el deseado ascenso económico, con fines electorales non sanctos. A los ricos los
utilizábamos y los explotábamos. Les pintábamos a los pobres como enemigos
hambrientos que venían en búsqueda de su propiedad, y luego entregábamos nuestra
tarjeta de ayuda: el servicio de policía, y el reconocimiento (meramente
nominal) del derecho de propiedad, los protegería de los violentos y
delincuentes. A su vez, nos apoderábamos de parte de su riqueza para
redistribuirla entre los carenciados, bajo el pretexto de que eso contribuiría
a mantenerlos calmos porque se acortaban las distancias sociales. Inventamos el
principio de capacidad contributiva,
mediante el cual recaudamos una fortuna inconmensurable para nuestras arcas: el
que más tenía, más contribuía. La excusa era el reparto y el sostenimiento
equitativo del gasto público; la razón era otra: demostrar nuestro poder
penalizando al que más producía, castigando al que mejor le iba, asegurándonos
una fuente de financiación formidable para nuestro ilimitado desembolso público.
Algunos abrieron los ojos y nos acusaron de despilfarro. Acuñaron un término
peyorativo para describir nuestras políticas: populismo. Poco nos importó y lo transformamos en un elogio. Éramos
la voz del pueblo que actuaba por y para el pueblo. Lo popular era lo que
nosotros hacíamos; lo que hacían los que estaban nuestra contra era egoísta,
antipatriótico, antisocial. Como castigo por osar cuestionarnos, les aumentamos
los impuestos y con lo que obtuvimos creamos un programa de televisión
destinado a escracharlos y demolerlos ante los ojos del anestesiado televidente.
Era el show de la perversidad: insultábamos valiéndonos del dinero de los
insultados. Les quitábamos lo suyo y lo empleábamos como si fueran fondos
nuestros para denigrarlos. Por supuesto, los desdibujábamos para el vulgo; en
el fondo sabíamos que los seguíamos necesitando. Porque una cosa debe quedar en
claro: nosotros los necesitábamos a
ellos; ellos no nos necesitaban a nosotros. He aquí nuestra gran e
imperdonable depravación. No éramos nada por nosotros mismos. Para dominar,
necesitábamos seres dominables. Solos no teníamos valor, como un ordenamiento
jurídico sin sujetos de derecho a quienes aplicársele. Nosotros constituíamos burocracia y regulación, no riqueza y producción; coerción y
expoliación, no aquello a coercer y expoliar.
Sencillamente, no valíamos nada. No podíamos subsistir ni un mes por
nuestros propios medios. Ellos, en cambio, eran la necesaria llave de nuestro triunfo,
la imprescindible carnada a emplear en la pesca del poder. Ellos eran los
productores, los grandes generadores de riqueza, los que proveían lo que la
gente necesitaba y satisfacían desde las necesidades más básicas hasta los
gustos más lujosos y opulentos. Los industriales, empresarios, hombres de
negocios, comerciantes, genios creativos, los encargados de depositar cada vez
más arriba a la humanidad y elevar los estándares de vida hacia niveles
inimaginables. Sin sus creaciones, nosotros no teníamos qué repartir.
Necesitábamos que en primera instancia crearan, y luego nosotros invocábamos el
privilegio legal de la distribución “igualitaria”, “equitativa”, “solidaria”, y
cualquier adjetivo pegajoso y fácilmente transformable en eslogan que se nos
ocurriera para fortalecer al bien común. Pero como no podía ser de otra manera,
la situación llegó a un límite y todo terminó. Nos tomamos la atribución de
poder endeudarnos con plata ajena para solventar el gasto público, aumentamos
las detracciones para paliar la situación, y cometimos el más grueso de los
errores existenciales: no pensar. Creímos, evadiendo la realidad, que íbamos a
poder sostener una política de déficit fiscal en paralelo a niveles récords de
recaudación tributaria; todo para financiar nuestro ineficiente, corrupto e
inmoral circo en nombre del bien común. Tarde, percibimos que la realidad nos
cacheteaba. La riqueza no se crea firmando un decreto, al igual que los
salarios no aumentan pasando una ley que lo ordene. Necesitábamos más riqueza,
y ella ya no estaba. Nos dimos cuenta lo que habíamos hecho como hombres de
derecho. Terminamos por destruir la fuente generadora de riqueza, abusando de
la fuente generadora de poder. Liquidamos a los productores en la economía,
fortaleciendo a los dominadores en el derecho. Con este estado de situación, el
balance necesariamente iba a ser negativo: los dominadores eran los fuertes
pero solo servían para regular; los creadores generaban riqueza pero eran los
débiles. Había mucha ley, y pocos bienes. El bien común se los había tragado.
Juan Bautista Alberdi había escrito que la riqueza exige de la ley que no le
haga sombra. No le hicimos caso; le hicimos sombra a la riqueza, la sumimos en
la oscuridad, y la destruimos, a ella y a sus creadores. Con esto la humanidad
cayó. Miles de millones murieron presas de nuestra irracionalidad. Somos lo más
malvado que ha visto el mundo. Manipulamos el derecho, traicionamos su
propósito y naturaleza, y asesinamos a la humanidad. Termino de escribir esta
carta, con la débil esperanza de que alguien todavía esté vivo y la lea. Si
encuentras esto, tienes que saber que eres la clave para un futuro mejor. No repitas
errores. No subordines el creador al parásito. Devuélvele al derecho el lugar
que le corresponde y del que nunca debió salir: el de instrumento al servicio
de la justicia. Destruye al poder tributario, elimina la coerción de las
relaciones humanas, y permite que las voluntades se desplieguen en libertad.
Este es el marco que necesita el renacimiento de la humanidad. No la condenes de
nuevo, como hicimos nosotros, en el nombre del bien común.
martes, 30 de diciembre de 2014
Liberty
Liberty
Ezequiel Eiben
7/11/2014
Ezequiel Eiben
7/11/2014
Fight for
it, reach the stars
No one is going to give you anything
Be perseverant, never give up
And the world will be good for everything
No one is going to give you anything
Be perseverant, never give up
And the world will be good for everything
Take it,
take it now
You need it like the flower needs the sun
Claim it, it is yours
Liberty is your gift from G-d
You need it like the flower needs the sun
Claim it, it is yours
Liberty is your gift from G-d
You are
free to reach the glory, that is waiting there for you
Always trust yourself, do the best that you can do
Always trust yourself, do the best that you can do
Protect
yourself, defend your inalienable right
Life is for you, why don’t you give it a try
Life is for you, why don’t you give it a try
Shout for
it, shout out loud
This is the libertarian sound
Keep your head up, don’t look down
No one is born with a master´s crown
This is the libertarian sound
Keep your head up, don’t look down
No one is born with a master´s crown
You are
your own boss, you choose your path
Take a risk now, and look into the dark
Take a risk now, and look into the dark
The way may
seem threatening, but the strength is your style
Keep on going with no vacillation, you might find the light
Keep on going with no vacillation, you might find the light
Etiquetas:
Individualismo,
Liberalismo,
Poema
Because
Because
Because
when she looks at me I burn inside
and when she kisses me I melt like if I were under the sun
I want her
and when she kisses me I melt like if I were under the sun
I want her
Because she
changed who I am
and she improved my vision of life
I need her
and she improved my vision of life
I need her
Because she
is the reason for having a reason
and the cause that is worth fighting for needs this reason
I love her
and the cause that is worth fighting for needs this reason
I love her
She has
this wonderful sense of life
that makes me want to hold her tight
She is this woman that came into my life
and with tenderness and love took me by surprise
that makes me want to hold her tight
She is this woman that came into my life
and with tenderness and love took me by surprise
Because she
is beautiful
and her world is wonderful
I want her
and her world is wonderful
I want her
Because I
am a better man with her
And I like her to be my girl
I need her
And I like her to be my girl
I need her
Because
once she was in my mind she didn’t come out
and the thoughts in my head are calling her loud
I love her
and the thoughts in my head are calling her loud
I love her
She is in everything
She is like the end and the beginning of things
She represents what is good in the world
I should describe her with the word “Love”
She is like the end and the beginning of things
She represents what is good in the world
I should describe her with the word “Love”
28/10/2014 – 29/10/2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
Until
Until
Ezequiel Eiben
3/12/2014
Ezequiel Eiben
3/12/2014
I’m doing
fine.
Until I realize how much I miss this woman. How much I want her hands in my face, her mouth on my mouth, her body close to mine.
Until I realize that all I do is think about her. That she was the best I had and somehow I don’t have her anymore.
Until I remember that she was supposed to be my wife, and we were supposed to live happily forever after. We were supposed just to be together.
Until I remember she is gone. She is far away, in another life, in another world. And I’m here alone, waiting for something I shouldn’t wait for, expecting something that is not going to happen.
I’m doing fine.
Until the image of her sleeping next to me in the morning after a night together comes up. And early morning, ruins my whole damn day.
Until the memories of her face haunt me and break me down.
Until I see her profile and the sensation that she is fine without me and she doesn’t need me makes me feel so insignificant that I doubt about how she could ever love me.
Until I imagine my future without her, compare it to the future I was willing to have with her, and see what I have missed.
I’m doing fine.
Until I realize that she exists. And I’m never going to be by her side again. And I have to live dealing with that.
Until I realize how much I miss this woman. How much I want her hands in my face, her mouth on my mouth, her body close to mine.
Until I realize that all I do is think about her. That she was the best I had and somehow I don’t have her anymore.
Until I remember that she was supposed to be my wife, and we were supposed to live happily forever after. We were supposed just to be together.
Until I remember she is gone. She is far away, in another life, in another world. And I’m here alone, waiting for something I shouldn’t wait for, expecting something that is not going to happen.
I’m doing fine.
Until the image of her sleeping next to me in the morning after a night together comes up. And early morning, ruins my whole damn day.
Until the memories of her face haunt me and break me down.
Until I see her profile and the sensation that she is fine without me and she doesn’t need me makes me feel so insignificant that I doubt about how she could ever love me.
Until I imagine my future without her, compare it to the future I was willing to have with her, and see what I have missed.
I’m doing fine.
Until I realize that she exists. And I’m never going to be by her side again. And I have to live dealing with that.
lunes, 6 de octubre de 2014
Don’t even think about it
Don’t even
think about it
Ezequiel Eiben
12/8/2014
Ezequiel Eiben
12/8/2014
He was
staring at her, and she knew it.
A big party was going on at the hotel´s bar but it wasn’t important for them. They had another thing in mind. Since hours ago, they couldn’t concentrate on anything else.
The conference could have been interesting for both, if they had paid attention. But it was impossible since the moment they discover each other on their respective sits. They looked with curiosity that soon turned into desire. After the boring dissertation, they had the chance to talk at dinner time. A spark appeared in their souls, and warm sensations on their bodies.
But on the party, they weren’t talking. They weren’t dancing either. She was near the counter, looking nowhere, but feeling his eyes fix on her. He was leaning against a pillar, with all his intentions explicit on his way of looking.
He started walking towards her. She was surprised looking at so decided man coming to her. He didn’t ask; he just took her by the arm and said to her ear “let’s go”. She thought she could die in that very moment, but decided to walk away. There was just too much energy coming from him to manage it. She tried to leave, but he didn’t let her. He grabbed her arm with more force than before, and she found that erotic and violent at the time. She looked at his captor knowing she couldn’t escape. His eyes were again, staring at her. At her attempt to leave, he said firmly:
-Don’t even think about it.
And she understood she was for him.
He took her out of the bar, through the corridors, assuming she wanted all that. She felt like his will was all that matters, because her will was to obey his. He putted her against the bedroom´s door and came close to her. She perceived his perfume on his neck and starting to fall in a dream. Without asking, just acting like if he was exercising a right, with his rude style, he kissed her. He tried those lips after waiting hours to give them what they were born to receive. She felt electricity and couldn’t do more than returning the kiss with fury. That could have only one result: release the fierceness of the beasts.
He opened the door and pushed her inside. No time to turn on the lights, passion was unleashed and unstoppable. He kissed her mouth and byte her lips until it hurt. Then, he started to kiss her neck and she felt how he was discovering new points of sensibility. She was surrendered, and he was insatiable. It just had to flow on a predictable course.
He took her shirt off, and in a second she found out she wasn’t with bra anymore. Pleasure came as a devastating torrent when he used wet kisses on her breasts, on her nipples that were shacking. He kissed her body, and she was with head back, closed eyes towards the roof, with face contorted by such pleasuring movements, and losing the notion of time.
He continued to undressed her with a facility that she admired, like if he knew by heart step by step what to do in the precise moment and naturally. He left her completely naked in front of him. She felt his eyes were crossing her body, and his kissing was burning her skin.
She wanted desperately to see him like she was. Naked, unprotected, and burning. She undressed him feeling him wanting what was happening, and excited with her moves. She found what she expected: a strong body that was about to give her an amazing night. She hugged him and kissed him slowly, composing the prelude of the main concert. He hugged her, and between faster kissing took her to the bed, where she laid expecting the moment to feel him inside of her. He came to her with ability and stood above her, looking to her eyes. She was calling for passion, and he was willing to give it. Again he started the burning kisses, and she answered violently. She crossed her legs around him, showing she wanted him for herself. He liked being caught like that, and did what she was waiting. He penetrated her with fastness and sureness, and she let go a shout of pleasure. She clawed her nail at the sheets, as she felt vibrations inside her body. He continued incessantly, feeling her body attached to his body, feeling her moving breasts on his chest, and looking at her sexual expression of incomparable pleasure. He took her hands and hold them tight. She was not going anywhere and he kept his word.
After long time of making love at the light of the moon coming through the window in a splendid night of close encounter and vivid emotions, they laid on the bed immersed on a big hug that put together their sweaty bodies. The night of sex had been full of energy and passion. The messy bed was testifying that a man and a woman did what they were supposed to do.
A big party was going on at the hotel´s bar but it wasn’t important for them. They had another thing in mind. Since hours ago, they couldn’t concentrate on anything else.
The conference could have been interesting for both, if they had paid attention. But it was impossible since the moment they discover each other on their respective sits. They looked with curiosity that soon turned into desire. After the boring dissertation, they had the chance to talk at dinner time. A spark appeared in their souls, and warm sensations on their bodies.
But on the party, they weren’t talking. They weren’t dancing either. She was near the counter, looking nowhere, but feeling his eyes fix on her. He was leaning against a pillar, with all his intentions explicit on his way of looking.
He started walking towards her. She was surprised looking at so decided man coming to her. He didn’t ask; he just took her by the arm and said to her ear “let’s go”. She thought she could die in that very moment, but decided to walk away. There was just too much energy coming from him to manage it. She tried to leave, but he didn’t let her. He grabbed her arm with more force than before, and she found that erotic and violent at the time. She looked at his captor knowing she couldn’t escape. His eyes were again, staring at her. At her attempt to leave, he said firmly:
-Don’t even think about it.
And she understood she was for him.
He took her out of the bar, through the corridors, assuming she wanted all that. She felt like his will was all that matters, because her will was to obey his. He putted her against the bedroom´s door and came close to her. She perceived his perfume on his neck and starting to fall in a dream. Without asking, just acting like if he was exercising a right, with his rude style, he kissed her. He tried those lips after waiting hours to give them what they were born to receive. She felt electricity and couldn’t do more than returning the kiss with fury. That could have only one result: release the fierceness of the beasts.
He opened the door and pushed her inside. No time to turn on the lights, passion was unleashed and unstoppable. He kissed her mouth and byte her lips until it hurt. Then, he started to kiss her neck and she felt how he was discovering new points of sensibility. She was surrendered, and he was insatiable. It just had to flow on a predictable course.
He took her shirt off, and in a second she found out she wasn’t with bra anymore. Pleasure came as a devastating torrent when he used wet kisses on her breasts, on her nipples that were shacking. He kissed her body, and she was with head back, closed eyes towards the roof, with face contorted by such pleasuring movements, and losing the notion of time.
He continued to undressed her with a facility that she admired, like if he knew by heart step by step what to do in the precise moment and naturally. He left her completely naked in front of him. She felt his eyes were crossing her body, and his kissing was burning her skin.
She wanted desperately to see him like she was. Naked, unprotected, and burning. She undressed him feeling him wanting what was happening, and excited with her moves. She found what she expected: a strong body that was about to give her an amazing night. She hugged him and kissed him slowly, composing the prelude of the main concert. He hugged her, and between faster kissing took her to the bed, where she laid expecting the moment to feel him inside of her. He came to her with ability and stood above her, looking to her eyes. She was calling for passion, and he was willing to give it. Again he started the burning kisses, and she answered violently. She crossed her legs around him, showing she wanted him for herself. He liked being caught like that, and did what she was waiting. He penetrated her with fastness and sureness, and she let go a shout of pleasure. She clawed her nail at the sheets, as she felt vibrations inside her body. He continued incessantly, feeling her body attached to his body, feeling her moving breasts on his chest, and looking at her sexual expression of incomparable pleasure. He took her hands and hold them tight. She was not going anywhere and he kept his word.
After long time of making love at the light of the moon coming through the window in a splendid night of close encounter and vivid emotions, they laid on the bed immersed on a big hug that put together their sweaty bodies. The night of sex had been full of energy and passion. The messy bed was testifying that a man and a woman did what they were supposed to do.
viernes, 12 de septiembre de 2014
La épica del liberalismo
La épica del liberalismo
Ezequiel Eiben
23/8/2014
Ezequiel Eiben
23/8/2014
El liberalismo es demostradamente, y por mucho, el sistema
político más eficiente de todos. Sirve en cualquier lado donde se lo prueba
consistentemente y en la medida en que se lo aplica. Podemos citar muchísimas
estadísticas y largar una catarata de datos para apoyar estas afirmaciones.
Podemos mostrar gráficos y análisis que nos van a dar la razón una y otra vez.
La libertad funciona, y es lo mejor para el ser humano. Sin embargo, hoy no
estoy aquí para hablar de números en economía, ni trazar paralelismos en
derecho comparado. No se malinterprete lo que voy a exponer a continuación como
un desprecio a lo anteriormente mencionado. Aquello lo considero necesario, y
le doy su lugar de importancia en la tarea de difundir los principios
liberales. Pero no es lo único que
considero necesario. Hay otras cosas que también
son indispensables en aras de promover las ideas de la Libertad. En una
batalla, abrir un frente no es excluyente de mantener abierto otro.
Hoy vengo a hablarles de algo que considero imperioso hacer: generar la épica del liberalismo. Darle al liberalismo el sentido de heroicidad que le corresponde.
La gente está malacostumbrada a formar filas sin chistar detrás de un líder carismático indiscutible cuyos designios son deber a cumplir. Así se forman las dictaduras: años de adoctrinamiento generan una masa acrítica, donde no se diferencian individuos con ideas propias sino que todo es un colectivo sin distinción que repite irreflexivamente consignas impuestas. Por encima del conglomerado, se encumbra al líder que encarna las voluntades y deseos del pueblo; un hombre legal y políticamente privilegiado que dirige a la gente a donde sea que le antoje, haciendo pasar su arbitrariedad por un plan iluminado para el bienestar general.
El liberalismo, en cambio, ofrece algo distinto. El exacto opuesto a lo dictatorial. No propone esclavizar a las personas poniéndoles un uniforme que no eligieron para luchar por una causa que no es de ellas. No propone reducir a un ser humano al status de una bestia salvaje. El liberalismo propone Libertad.
Las ideas de la Libertad hacen posible el florecimiento del individuo. Cada persona es potencialmente un héroe que puede realizar cosas grandiosas guiándose por su juicio crítico y sus habilidades. La Libertad es el marco propicio para el desarrollo personal, la independencia de criterio y el pensamiento sin ataduras. El liberalismo no impone una figura política que gobierna como un tirano al cual hay que adorar sin quejarse, en una falsa construcción de magnanimidad, más propia de un relato demagógico que de la realidad. En el liberalismo, cada persona es la soberana de sus propios intereses y gustos, y es libre de perseguir sus metas. Cada individuo puede ser un héroe cotidiano que vaya construyendo su vida, ganándose sus éxitos mediante su propio esfuerzo, y levantándose de sus derrotas mediante su propia determinación y perseverancia para buscar llegar más alto.
¿Pueden imaginarse una sociedad llena de héroes? Colmada de personas que defiendan lo que tienen bien ganado, y que colaboren en la defensa de lo que tienen los demás; individuos siempre dispuestos a enfrentarse al mal allí donde este surja. Una sociedad repleta de hombres libres, racionales, fuertes, honorables, que tengan al Bien como norte y a la Justicia como principio rector de sus relaciones. Una sociedad que respete el individualismo para que cada uno pueda efectuar sus propias iniciativas, y que permita el compañerismo cuando hombres libres quieran asociarse tras un objetivo en común.
La Libertad es un canto a lo mejor que tenemos. Es una oda a los más altos valores, los que pueden ser conseguidos en el contexto de paz y respeto que ella brinda.
Vale la pena luchar por la Libertad. Vale la pena luchar por lo que queremos, defender lo que tenemos, y buscar la grandeza. La gloria de la vida depende de cada uno de nosotros. Cada persona puede llegar a la gloria, ese lugar de realización personal y logro extraordinario. Las hazañas grandiosas, las epopeyas memorables, son posibles en este mundo. No son mera cuestión de cuentos fantásticos. La realidad lo permite. Pero para ello, nos exige un esfuerzo. Nuestra parte es conquistar la Libertad, usar nuestra razón y generar las condiciones para que el camino a la grandeza sea posible.
Luchar por ser libres es librar la batalla más digna que se puede dar, en el nombre de la causa más digna que se puede ostentar. Hay un héroe en cada uno de nosotros que puede surgir y prosperar. Nuestra lucha no es por esclavizar mentes, ni someter cuerpos, ni dirigir vidas, ni gastar patrimonios ajenos. Es una propuesta de liberación de la opresión estatista, de independencia ante las ataduras del colectivismo. Cada mente tiene un pensamiento que generar, cada corazón un latido que dar. Outro, música de M83, dice en su letra: “Enfrentando tempestades de polvo, lucharé hasta el final”. Tomando un mensaje así, haciendo de la perseverancia una constante, allanaremos el camino a la Libertad.
Esta es la épica del liberalismo. Ideas de Libertad portadas por hombres independientes, que buscan vivir y dejar vivir. La épica de ser libres, y levantar las banderas de la Justicia frente a la esclavitud y la criminalidad.
Queremos ser libres. Queremos ser los héroes de nuestro propio camino, los dueños de nuestra propia vida. Es posible. Luchemos por ello. Vamos por la Libertad.
Hoy vengo a hablarles de algo que considero imperioso hacer: generar la épica del liberalismo. Darle al liberalismo el sentido de heroicidad que le corresponde.
La gente está malacostumbrada a formar filas sin chistar detrás de un líder carismático indiscutible cuyos designios son deber a cumplir. Así se forman las dictaduras: años de adoctrinamiento generan una masa acrítica, donde no se diferencian individuos con ideas propias sino que todo es un colectivo sin distinción que repite irreflexivamente consignas impuestas. Por encima del conglomerado, se encumbra al líder que encarna las voluntades y deseos del pueblo; un hombre legal y políticamente privilegiado que dirige a la gente a donde sea que le antoje, haciendo pasar su arbitrariedad por un plan iluminado para el bienestar general.
El liberalismo, en cambio, ofrece algo distinto. El exacto opuesto a lo dictatorial. No propone esclavizar a las personas poniéndoles un uniforme que no eligieron para luchar por una causa que no es de ellas. No propone reducir a un ser humano al status de una bestia salvaje. El liberalismo propone Libertad.
Las ideas de la Libertad hacen posible el florecimiento del individuo. Cada persona es potencialmente un héroe que puede realizar cosas grandiosas guiándose por su juicio crítico y sus habilidades. La Libertad es el marco propicio para el desarrollo personal, la independencia de criterio y el pensamiento sin ataduras. El liberalismo no impone una figura política que gobierna como un tirano al cual hay que adorar sin quejarse, en una falsa construcción de magnanimidad, más propia de un relato demagógico que de la realidad. En el liberalismo, cada persona es la soberana de sus propios intereses y gustos, y es libre de perseguir sus metas. Cada individuo puede ser un héroe cotidiano que vaya construyendo su vida, ganándose sus éxitos mediante su propio esfuerzo, y levantándose de sus derrotas mediante su propia determinación y perseverancia para buscar llegar más alto.
¿Pueden imaginarse una sociedad llena de héroes? Colmada de personas que defiendan lo que tienen bien ganado, y que colaboren en la defensa de lo que tienen los demás; individuos siempre dispuestos a enfrentarse al mal allí donde este surja. Una sociedad repleta de hombres libres, racionales, fuertes, honorables, que tengan al Bien como norte y a la Justicia como principio rector de sus relaciones. Una sociedad que respete el individualismo para que cada uno pueda efectuar sus propias iniciativas, y que permita el compañerismo cuando hombres libres quieran asociarse tras un objetivo en común.
La Libertad es un canto a lo mejor que tenemos. Es una oda a los más altos valores, los que pueden ser conseguidos en el contexto de paz y respeto que ella brinda.
Vale la pena luchar por la Libertad. Vale la pena luchar por lo que queremos, defender lo que tenemos, y buscar la grandeza. La gloria de la vida depende de cada uno de nosotros. Cada persona puede llegar a la gloria, ese lugar de realización personal y logro extraordinario. Las hazañas grandiosas, las epopeyas memorables, son posibles en este mundo. No son mera cuestión de cuentos fantásticos. La realidad lo permite. Pero para ello, nos exige un esfuerzo. Nuestra parte es conquistar la Libertad, usar nuestra razón y generar las condiciones para que el camino a la grandeza sea posible.
Luchar por ser libres es librar la batalla más digna que se puede dar, en el nombre de la causa más digna que se puede ostentar. Hay un héroe en cada uno de nosotros que puede surgir y prosperar. Nuestra lucha no es por esclavizar mentes, ni someter cuerpos, ni dirigir vidas, ni gastar patrimonios ajenos. Es una propuesta de liberación de la opresión estatista, de independencia ante las ataduras del colectivismo. Cada mente tiene un pensamiento que generar, cada corazón un latido que dar. Outro, música de M83, dice en su letra: “Enfrentando tempestades de polvo, lucharé hasta el final”. Tomando un mensaje así, haciendo de la perseverancia una constante, allanaremos el camino a la Libertad.
Esta es la épica del liberalismo. Ideas de Libertad portadas por hombres independientes, que buscan vivir y dejar vivir. La épica de ser libres, y levantar las banderas de la Justicia frente a la esclavitud y la criminalidad.
Queremos ser libres. Queremos ser los héroes de nuestro propio camino, los dueños de nuestra propia vida. Es posible. Luchemos por ello. Vamos por la Libertad.
Discurso presentado el 29/8/2014 en el Festival de Ideas LibreMente, en el Hotel Amerian, en Córdoba. El evento se realizó en conmemoración del natalicio de los pensadores liberales John Locke y Juan Bautista Alberdi. Fue organizado por Fundación Ayn Rand y Centro de Estudios Libre, dentro del marco de JAL (Jóvenes Argentinos Liberales), con el apoyo de la Fundación Friedrich Naumann.
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Derechos y Responsabilidad
Derechos
y Responsabilidad
Ezequiel Eiben
12/8/2014
Ezequiel Eiben
12/8/2014
El hombre, como cada cosa en el universo, tiene su
naturaleza específica. De la comprensión de su naturaleza como ser individual,
racional y único, se deriva el saber de que es un sujeto con derechos
inalienables: derecho a la Vida como el primordial, del cual se desprenden en
una sucesión lógica el resto; derecho a la Libertad, y el derecho de Propiedad.
Una teoría de Derechos Individuales que los defina y los consagre es imprescindible por tres razones principales, de carácter metafísico, ético, y social. Estas se encuentran entrelazadas pero para los motivos didácticos de la presente exposición resulta aconsejable su tratamiento por separado, a los fines de una cabal comprensión de los conceptos en forma específica.
La primera razón, de tipo metafísica, consiste en el reconocimiento del hombre y su naturaleza. El hombre es hombre, no una bestia; y debe vivir como hombre, no como bestia. Su individualidad le permite elegir de acuerdo a su criterio personal y decidir su propio camino ante la gama de alternativas que se le presentan. Es su juicio crítico la guía que determina sus acciones y el faro que ilumina el horizonte.
La segunda razón, de orden ético, refiere a que los derechos son principios morales que delinean el marco de actuación legítima de los hombres cuando están en sociedad. Definen el círculo de acción dentro del cual la persona se mueve a gusto y piacere en búsqueda de su propia felicidad y alcanzando sus objetivos fijados.
La tercera razón, de índole social, apunta concretamente a las relaciones humanas, es decir, la manera en que los hombres tratan los unos con los otros. Los derechos permiten fijar las reglas de juego en los vínculos sociales, y establecen límites de actuación y posibilidades de ampliación o disminución, según se decida, de los márgenes vinculares.
En el presente escrito me voy a concentrar en este último punto, la razón social que le otorga el adjetivo de imprescindible a la elaboración y aplicación de una teoría de derechos individuales. Reconocer los derechos del hombre viviendo en sociedad es vital para la coexistencia (la existencia y desarrollo de personas en un ambiente de respeto mutuo), puntapié inicial que lleva al posterior estadio de convivencia (entrelazamiento de personas que se relacionan y comercian entre sí para la consecución de intereses y satisfacción de necesidades).
Los derechos individuales, como soportes que permiten y posibilitan la convivencia humana en sociedad, poseen a su vez un fundamento moral primordial. Funcionan como auténticas protecciones de la persona frente a sus semejantes. Al encontrarse claros los contornos del campo de acción de cada persona, se pueden evitar las malas prácticas que perjudican a otros y se inmiscuyen en su ambiente transgrediendo los limitantes impuestos por los derechos. En una sociedad donde los derechos son respetados, las relaciones son morales y aceptables. Las personas se relacionan entre sí a través del consentimiento recíproco y para mutuo beneficio. En una sociedad donde los derechos son violados, las relaciones son inmorales e inaceptables. Hay personas que se imponen por la fuerza sobre otras, y no hay respeto de o pedido por el consentimiento de todos los involucrados en el vínculo de que se trate. En la primera especie de sociedad, hay igualdad ante la ley y tratamiento de hombres como hombres. En la segunda, hay desigualdad ante la ley y algunos hombres (amos) maltratan a otros (esclavos), viviendo estos últimos como animales sin derechos.
La observancia de los derechos de los hombres otorga un motivo adicional para desearla, y es que permite la eficiencia económica en la sociedad. Cada sujeto conoce mejor que nadie sus propios intereses, y está en mejores condiciones que el resto, para saber sus propios gustos individuales y escoger sus fines. Las personas actuando libremente en el mercado siguiendo sus señales, y creando e intercambiando sin restricciones indebidas, lograrán un mejor aprovechamiento de la producción, de acuerdo a sus oportunidades y disponibilidades; muy superior al que se daría si un grupo de privilegiados concentrando poder político decidiera manipular recursos y administrarlos a su antojo sin respetar las visiones de sus legítimos dueños, destruyendo las señales del mercado y elevando trabas a la circulación de capitales. Por ende es mejor que la persona administre sus propios recursos e intercambie sus productos en el mercado libre, antes que amos ignorantes bajo el pretexto falso de conocimiento superior dilapiden lo hecho por esclavos. Ahora bien, debe tenerse presente que esta eficiencia es un complemento y no el fundamento primero del reconocimiento a los derechos, que como ya se explicó en las líneas previas, es específicamente moral. Vale decir, aunque existiera en las imaginaciones un remoto caso en que se creyera lograr verdadera eficiencia en la sociedad por medios inmorales, este supuesto basado en un motivo secundario debería ceder frente a la consideración del principio moral fundamental que no debe ser contradicho.
Los derechos individuales tienen profundo sentido cuando el hombre se encuentra en sociedad. La función de delimitación en el área de actuación de su titular, y de limitación a la actuación de los otros en cuanto a la abstinencia de violarlos, hacen de los derechos un concepto fundamental para la convivencia pacífica y la prosperidad de la comunidad que los respeta. Ahora bien, resulta menester concentrar la atención en el correlato infranqueable que el principio de los derechos implica. Así como existen derechos, existe la relación necesaria de estos con el concepto de la Responsabilidad Individual.
La Ley de Identidad permite reconocer a los derechos individuales: A es A; el hombre es el hombre; su naturaleza específica es de tal manera que le otorga derechos para actuar y la capacidad de reconocer los mismos derechos en otros. De similar forma, la Ley de Causa y Efecto permite reconocer a la responsabilidad: toda causa va a producir un efecto; el hombre que actúa produce consecuencias; la naturaleza del mundo no es un cúmulo de fenómenos incausados, sino que a los resultados se llega por un hecho previo.
Llevando las abstracciones al plano social, el principio de marras explica que el hombre debe hacerse cargo de sus actos. Así como es el único dueño de sí mismo para actuar conforme a sus derechos, es el responsable exclusivo de las consecuencias que genera. Si el obrar causal le pertenece, los efectos pesan y recaen sobre él; conducta y resultado son siempre capítulos de un mismo libro escrito por un mismo autor.
La responsabilidad individual de cada hombre tiene dos proyecciones (siendo ambas reflejos en la superficie del mismo principio de fondo): cuando se actúa dentro de la esfera de los propios derechos, y cuando se extralimita la actuación. Respecto de la primera proyección, conlleva el reconocimiento de que unos hechos se han producido por el obrar de la persona de manera legítima; es decir, refiere a un derecho de autor. Quien ejecutó un plan y produjo determinada consecuencia, es responsable y tiene un derecho sobre ella. El causante es autor y dueño del efecto. Esta cara de la responsabilidad genera para el resto una obligación negativa: abstenerse de interferir mediante la fuerza o el engaño en el resultado producido por el causante. Este último es el autor, y quien dispone sobre la obra. Los demás tienen derecho a participar en ella en la medida en que el causante lo permita, o en el nivel en que el resultado escape de sus manos y beneficie a otros sin perjudicarlo indebidamente y sin que la obtención del beneficio por estos sea indebida mediante violación de derechos pertenecientes al primero. Corresponde, al efecto de asegurarle al autor el dominio de su obra, consagrarle un derecho de propiedad. La segunda proyección, en cambio, subraya que un hecho aconteció porque la persona lo originó mediante actuación ilegítima; apunta por ende a lo opuesto a un derecho: la denuncia de una violación de derechos, encaminada por una atribución de culpabilidad. Quien desempeñó un papel violatorio de derechos, es culpable por la violación y por las consecuencias disvaliosas que esta produzca y le sean imputables por nexo causal. El causante es culpable del efecto dañino producido. Esta otra cara de la responsabilidad genera para la víctima del hecho el derecho al reparo (resarcimiento, reconstitución del estado anterior de las cosas, recomposición, reconstrucción) y el derecho a indemnización (crédito para que además de que le sea reparado el daño, obtenga un beneficio adicional por la negatividad disvaliosa que la violación de derechos trajo aparejada en sus diferentes manifestaciones: pérdida de tiempo, de probable capital, de oportunidades). Respecto del autor del hecho, se generan las correlativas obligaciones de reparar el daño e indemnizar por la negatividad disvaliosa adicional provocada. Deberá responder en la medida en que haya dañado a otro y haya provocado perjuicios inseparables del daño primario. Corresponde, consecuentemente, consagrarle a la víctima su derecho a reclamar y obtener reparación e indemnización, y aplicar sobre el victimario una sanción proporcional a lo causado.
Haciendo una analogía musical, percibimos que para tocar correctamente una batería y que suene de manera óptima se necesitan dos baquetas operadas por el mismo baterista; pues bien, derechos y responsabilidad son las dos baquetas necesarias a implementar por el mismo músico, el hombre que actúa como hombre, si queremos que la percusión suene armónica, es decir, que la sociedad funcione moral y eficazmente.
La teoría de derechos individuales formulada en completitud, que contenga en sus postulados a los derechos y responsabilidades y su inseparabilidad, servirá como sostén frente a quienes atacan la naturaleza humana desde dos frentes, que a simple vista pueden parecer opuestos, pero que en rigor comparten en el fondo la negación de que el hombre es lo que es.
Así encontramos, en primer lugar, a aquellos que defienden una supuesta “liberación del hombre”, haciendo de la práctica de reconocer y acumular falsos derechos sustentados en verdaderos caprichos un vicio consuetudinario, y quitándole todo peso a la noción de responsabilidad que el ejercicio serio y consciente de un derecho debe llevar. A estos solo les interesa generar derechos irracionales, discordantes con la naturaleza humana, ergo inexistentes, y eliminar de la ecuación la asunción de cargos por el proceder ilegítimo. La responsabilidad queda desvirtuada en su primera acepción cuando violan el derecho del causante al goce de los efectos, y emplean una redistribución de riquezas mediante la cual no-causantes que no asumen la carga de vivir por sí mismos son mantenidos a costa de causantes. A su vez, la responsabilidad queda eliminada en su segunda acepción cuando se alega que el hombre no es culpable de sus actos porque es una mera víctima del contexto, el cual se sobrepone a toda consideración de libre albedrío. La contradicción inherente a las posturas agrupadas en este frente es el reconocimiento del “derecho” a violar otro derecho, de la “libertad” para esclavizar. Promover la irresponsabilidad del hombre, que no deba hacerse cargo de lo que hace mal, y que deba mantener a otros, es desconocer la ley de causa y efecto y desvirtuar su naturaleza de ser racional y consciente de lo que hace, con capacidad moral para juzgar, decidir, y asumir costos.
En segundo lugar, aparecen los partidarios del sometimiento expreso del hombre. Estos le desconocen sus derechos, pero lo atragantan con responsabilidades. La tergiversación de la naturaleza humana consiste en eliminar el concepto de derecho, destruyendo los principios morales racionales que permiten la civilización y la paz, y encumbrar el anti-concepto de deber, cimentando el principio inmoral irracional del dominio por la fuerza y el ejercicio de poder represivo ilegítimo. El interés de los aquí situados es reducir al hombre del estatus de ser racional y libre al de ser irreflexivo y esclavizado; que la persona, sin discutir, actúe mediante órdenes dadas por autoridades no desafiadas más allá de su comprensión, en vez de actuar por el camino que mejor estime de acuerdo al pensamiento independiente que su libertad le permite. La noción de derechos queda doblemente desvirtuada, en tanto no son reconocidos respecto de los esclavos, y son confundidos con privilegios de los amos. La contradicción inherente a tales axiomas es que los hombres empleados como bestias sacrificables cumplen sus deberes, mientras que una cúpula de beneficiarios de sacrificios, encargados de determinar los deberes, gozan de facto de derechos (que en verdad son privilegios) que se encargan de negar, y no cumplen con deberes que se encargan de crear. Propulsar la ausencia de derechos individuales, la imposibilidad de descubrir racionalmente principios morales de actuación acorde a su naturaleza humana, y dividir a los hombres arbitrariamente en amos y esclavos, es rebelarse contra la ley de identidad, que les otorga su naturaleza racional para que traten entre sí en términos correctos, y establece que cada cosa es idéntica a sí misma, censurando la formación de un sistema de castas racista o supremacista.
Para finalizar, se reafirma la crucial importancia de contar con una teoría de derechos individuales sólida, afincada en las elementales leyes de la metafísica y la lógica, sostenida en una ética racional y principista respetuosa de la naturaleza humana, que permita el desarrollo individual y la convivencia pacífica en la sociedad. Y se reitera lo trascendente que resulta hacer hincapié en la inescindible unión de los derechos con la responsabilidad individual del hombre, quien en base a este concepto tiene autoría sobre lo que su obra genera disfrutando de los beneficios obtenidos por acción legítima, y responde por consecuencias disvaliosas reparando los daños ocasionados por acción ilegítima. Oponiéndose a los negadores de la realidad y la naturaleza humana de una u otra variante, y sosteniendo con coherencia y consistencia un sistema de derechos y responsabilidades, se puede lograr una sociedad libre y abierta donde el hombre viva como hombre, y los principios morales sean su guía, protección y garantía.
Una teoría de Derechos Individuales que los defina y los consagre es imprescindible por tres razones principales, de carácter metafísico, ético, y social. Estas se encuentran entrelazadas pero para los motivos didácticos de la presente exposición resulta aconsejable su tratamiento por separado, a los fines de una cabal comprensión de los conceptos en forma específica.
La primera razón, de tipo metafísica, consiste en el reconocimiento del hombre y su naturaleza. El hombre es hombre, no una bestia; y debe vivir como hombre, no como bestia. Su individualidad le permite elegir de acuerdo a su criterio personal y decidir su propio camino ante la gama de alternativas que se le presentan. Es su juicio crítico la guía que determina sus acciones y el faro que ilumina el horizonte.
La segunda razón, de orden ético, refiere a que los derechos son principios morales que delinean el marco de actuación legítima de los hombres cuando están en sociedad. Definen el círculo de acción dentro del cual la persona se mueve a gusto y piacere en búsqueda de su propia felicidad y alcanzando sus objetivos fijados.
La tercera razón, de índole social, apunta concretamente a las relaciones humanas, es decir, la manera en que los hombres tratan los unos con los otros. Los derechos permiten fijar las reglas de juego en los vínculos sociales, y establecen límites de actuación y posibilidades de ampliación o disminución, según se decida, de los márgenes vinculares.
En el presente escrito me voy a concentrar en este último punto, la razón social que le otorga el adjetivo de imprescindible a la elaboración y aplicación de una teoría de derechos individuales. Reconocer los derechos del hombre viviendo en sociedad es vital para la coexistencia (la existencia y desarrollo de personas en un ambiente de respeto mutuo), puntapié inicial que lleva al posterior estadio de convivencia (entrelazamiento de personas que se relacionan y comercian entre sí para la consecución de intereses y satisfacción de necesidades).
Los derechos individuales, como soportes que permiten y posibilitan la convivencia humana en sociedad, poseen a su vez un fundamento moral primordial. Funcionan como auténticas protecciones de la persona frente a sus semejantes. Al encontrarse claros los contornos del campo de acción de cada persona, se pueden evitar las malas prácticas que perjudican a otros y se inmiscuyen en su ambiente transgrediendo los limitantes impuestos por los derechos. En una sociedad donde los derechos son respetados, las relaciones son morales y aceptables. Las personas se relacionan entre sí a través del consentimiento recíproco y para mutuo beneficio. En una sociedad donde los derechos son violados, las relaciones son inmorales e inaceptables. Hay personas que se imponen por la fuerza sobre otras, y no hay respeto de o pedido por el consentimiento de todos los involucrados en el vínculo de que se trate. En la primera especie de sociedad, hay igualdad ante la ley y tratamiento de hombres como hombres. En la segunda, hay desigualdad ante la ley y algunos hombres (amos) maltratan a otros (esclavos), viviendo estos últimos como animales sin derechos.
La observancia de los derechos de los hombres otorga un motivo adicional para desearla, y es que permite la eficiencia económica en la sociedad. Cada sujeto conoce mejor que nadie sus propios intereses, y está en mejores condiciones que el resto, para saber sus propios gustos individuales y escoger sus fines. Las personas actuando libremente en el mercado siguiendo sus señales, y creando e intercambiando sin restricciones indebidas, lograrán un mejor aprovechamiento de la producción, de acuerdo a sus oportunidades y disponibilidades; muy superior al que se daría si un grupo de privilegiados concentrando poder político decidiera manipular recursos y administrarlos a su antojo sin respetar las visiones de sus legítimos dueños, destruyendo las señales del mercado y elevando trabas a la circulación de capitales. Por ende es mejor que la persona administre sus propios recursos e intercambie sus productos en el mercado libre, antes que amos ignorantes bajo el pretexto falso de conocimiento superior dilapiden lo hecho por esclavos. Ahora bien, debe tenerse presente que esta eficiencia es un complemento y no el fundamento primero del reconocimiento a los derechos, que como ya se explicó en las líneas previas, es específicamente moral. Vale decir, aunque existiera en las imaginaciones un remoto caso en que se creyera lograr verdadera eficiencia en la sociedad por medios inmorales, este supuesto basado en un motivo secundario debería ceder frente a la consideración del principio moral fundamental que no debe ser contradicho.
Los derechos individuales tienen profundo sentido cuando el hombre se encuentra en sociedad. La función de delimitación en el área de actuación de su titular, y de limitación a la actuación de los otros en cuanto a la abstinencia de violarlos, hacen de los derechos un concepto fundamental para la convivencia pacífica y la prosperidad de la comunidad que los respeta. Ahora bien, resulta menester concentrar la atención en el correlato infranqueable que el principio de los derechos implica. Así como existen derechos, existe la relación necesaria de estos con el concepto de la Responsabilidad Individual.
La Ley de Identidad permite reconocer a los derechos individuales: A es A; el hombre es el hombre; su naturaleza específica es de tal manera que le otorga derechos para actuar y la capacidad de reconocer los mismos derechos en otros. De similar forma, la Ley de Causa y Efecto permite reconocer a la responsabilidad: toda causa va a producir un efecto; el hombre que actúa produce consecuencias; la naturaleza del mundo no es un cúmulo de fenómenos incausados, sino que a los resultados se llega por un hecho previo.
Llevando las abstracciones al plano social, el principio de marras explica que el hombre debe hacerse cargo de sus actos. Así como es el único dueño de sí mismo para actuar conforme a sus derechos, es el responsable exclusivo de las consecuencias que genera. Si el obrar causal le pertenece, los efectos pesan y recaen sobre él; conducta y resultado son siempre capítulos de un mismo libro escrito por un mismo autor.
La responsabilidad individual de cada hombre tiene dos proyecciones (siendo ambas reflejos en la superficie del mismo principio de fondo): cuando se actúa dentro de la esfera de los propios derechos, y cuando se extralimita la actuación. Respecto de la primera proyección, conlleva el reconocimiento de que unos hechos se han producido por el obrar de la persona de manera legítima; es decir, refiere a un derecho de autor. Quien ejecutó un plan y produjo determinada consecuencia, es responsable y tiene un derecho sobre ella. El causante es autor y dueño del efecto. Esta cara de la responsabilidad genera para el resto una obligación negativa: abstenerse de interferir mediante la fuerza o el engaño en el resultado producido por el causante. Este último es el autor, y quien dispone sobre la obra. Los demás tienen derecho a participar en ella en la medida en que el causante lo permita, o en el nivel en que el resultado escape de sus manos y beneficie a otros sin perjudicarlo indebidamente y sin que la obtención del beneficio por estos sea indebida mediante violación de derechos pertenecientes al primero. Corresponde, al efecto de asegurarle al autor el dominio de su obra, consagrarle un derecho de propiedad. La segunda proyección, en cambio, subraya que un hecho aconteció porque la persona lo originó mediante actuación ilegítima; apunta por ende a lo opuesto a un derecho: la denuncia de una violación de derechos, encaminada por una atribución de culpabilidad. Quien desempeñó un papel violatorio de derechos, es culpable por la violación y por las consecuencias disvaliosas que esta produzca y le sean imputables por nexo causal. El causante es culpable del efecto dañino producido. Esta otra cara de la responsabilidad genera para la víctima del hecho el derecho al reparo (resarcimiento, reconstitución del estado anterior de las cosas, recomposición, reconstrucción) y el derecho a indemnización (crédito para que además de que le sea reparado el daño, obtenga un beneficio adicional por la negatividad disvaliosa que la violación de derechos trajo aparejada en sus diferentes manifestaciones: pérdida de tiempo, de probable capital, de oportunidades). Respecto del autor del hecho, se generan las correlativas obligaciones de reparar el daño e indemnizar por la negatividad disvaliosa adicional provocada. Deberá responder en la medida en que haya dañado a otro y haya provocado perjuicios inseparables del daño primario. Corresponde, consecuentemente, consagrarle a la víctima su derecho a reclamar y obtener reparación e indemnización, y aplicar sobre el victimario una sanción proporcional a lo causado.
Haciendo una analogía musical, percibimos que para tocar correctamente una batería y que suene de manera óptima se necesitan dos baquetas operadas por el mismo baterista; pues bien, derechos y responsabilidad son las dos baquetas necesarias a implementar por el mismo músico, el hombre que actúa como hombre, si queremos que la percusión suene armónica, es decir, que la sociedad funcione moral y eficazmente.
La teoría de derechos individuales formulada en completitud, que contenga en sus postulados a los derechos y responsabilidades y su inseparabilidad, servirá como sostén frente a quienes atacan la naturaleza humana desde dos frentes, que a simple vista pueden parecer opuestos, pero que en rigor comparten en el fondo la negación de que el hombre es lo que es.
Así encontramos, en primer lugar, a aquellos que defienden una supuesta “liberación del hombre”, haciendo de la práctica de reconocer y acumular falsos derechos sustentados en verdaderos caprichos un vicio consuetudinario, y quitándole todo peso a la noción de responsabilidad que el ejercicio serio y consciente de un derecho debe llevar. A estos solo les interesa generar derechos irracionales, discordantes con la naturaleza humana, ergo inexistentes, y eliminar de la ecuación la asunción de cargos por el proceder ilegítimo. La responsabilidad queda desvirtuada en su primera acepción cuando violan el derecho del causante al goce de los efectos, y emplean una redistribución de riquezas mediante la cual no-causantes que no asumen la carga de vivir por sí mismos son mantenidos a costa de causantes. A su vez, la responsabilidad queda eliminada en su segunda acepción cuando se alega que el hombre no es culpable de sus actos porque es una mera víctima del contexto, el cual se sobrepone a toda consideración de libre albedrío. La contradicción inherente a las posturas agrupadas en este frente es el reconocimiento del “derecho” a violar otro derecho, de la “libertad” para esclavizar. Promover la irresponsabilidad del hombre, que no deba hacerse cargo de lo que hace mal, y que deba mantener a otros, es desconocer la ley de causa y efecto y desvirtuar su naturaleza de ser racional y consciente de lo que hace, con capacidad moral para juzgar, decidir, y asumir costos.
En segundo lugar, aparecen los partidarios del sometimiento expreso del hombre. Estos le desconocen sus derechos, pero lo atragantan con responsabilidades. La tergiversación de la naturaleza humana consiste en eliminar el concepto de derecho, destruyendo los principios morales racionales que permiten la civilización y la paz, y encumbrar el anti-concepto de deber, cimentando el principio inmoral irracional del dominio por la fuerza y el ejercicio de poder represivo ilegítimo. El interés de los aquí situados es reducir al hombre del estatus de ser racional y libre al de ser irreflexivo y esclavizado; que la persona, sin discutir, actúe mediante órdenes dadas por autoridades no desafiadas más allá de su comprensión, en vez de actuar por el camino que mejor estime de acuerdo al pensamiento independiente que su libertad le permite. La noción de derechos queda doblemente desvirtuada, en tanto no son reconocidos respecto de los esclavos, y son confundidos con privilegios de los amos. La contradicción inherente a tales axiomas es que los hombres empleados como bestias sacrificables cumplen sus deberes, mientras que una cúpula de beneficiarios de sacrificios, encargados de determinar los deberes, gozan de facto de derechos (que en verdad son privilegios) que se encargan de negar, y no cumplen con deberes que se encargan de crear. Propulsar la ausencia de derechos individuales, la imposibilidad de descubrir racionalmente principios morales de actuación acorde a su naturaleza humana, y dividir a los hombres arbitrariamente en amos y esclavos, es rebelarse contra la ley de identidad, que les otorga su naturaleza racional para que traten entre sí en términos correctos, y establece que cada cosa es idéntica a sí misma, censurando la formación de un sistema de castas racista o supremacista.
Para finalizar, se reafirma la crucial importancia de contar con una teoría de derechos individuales sólida, afincada en las elementales leyes de la metafísica y la lógica, sostenida en una ética racional y principista respetuosa de la naturaleza humana, que permita el desarrollo individual y la convivencia pacífica en la sociedad. Y se reitera lo trascendente que resulta hacer hincapié en la inescindible unión de los derechos con la responsabilidad individual del hombre, quien en base a este concepto tiene autoría sobre lo que su obra genera disfrutando de los beneficios obtenidos por acción legítima, y responde por consecuencias disvaliosas reparando los daños ocasionados por acción ilegítima. Oponiéndose a los negadores de la realidad y la naturaleza humana de una u otra variante, y sosteniendo con coherencia y consistencia un sistema de derechos y responsabilidades, se puede lograr una sociedad libre y abierta donde el hombre viva como hombre, y los principios morales sean su guía, protección y garantía.
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